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Un baile surrealista en la verbena de Maruja Mallo

La Verbena maruja mallo

La Viajera del Arte rema. Tras dejar los pueblos de Hondarribia y Hendaya atrás, entre los que el Bidasoa discurre, descubre ante sus ojos un campo azul cuya vista no podría abarcar ni en varias vidas. Es el mar Cantábrico, en el que va adentrándose hasta acabar perdida en su inmensidad.

Tras el paso de las horas, la joven se percata de que el agua está tan tranquila que hay momentos en los que resulta difícil distinguirla del cielo. Entonces, siente un vuelco, como si alguien hubiera puesto el mundo del revés. La barca queda boca abajo y la viajera cae de bruces en un cielo estrellado y aparece en lo que parece ser la terraza de un bar. No se ha hecho daño. Ni tampoco tiene miedo. La Viajera del Arte sabe que, sencillamente, se ha trasladado de un cuadro a otro, tal como viene haciendo desde hace tiempo.

El caos indica el camino

¿Dónde está? Esa es una cuestión que, en un principio, le resulta totalmente imposible de resolver a la viajera. Justo donde se encuentra no hay demasiado ruido, pero puede percibir el alboroto que viene de cerca. Sabe que, para sumergirse en cualquiera que sea la pintura en la que esté, debe de seguir la estela de las voces y el ruido. Sin embargo, antes decide quedarse unos segundos observando su lugar de partida: un montón de mesas blancas están dispuestas unas al lado de otras. Sin sillas. Sobre su cabeza, eso sí, guirnaldas de flores decoran la estampa. Parece como si estuviera en el escenario de una fiesta abandonada.