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Enxebre: aproximándome a un concepto sagrado en la Ribeira Sacra

Descubriendo la Ribeira Sacra lucense

Los momentos anteriores al inicio de un viaje tienen una clase de emoción única. Sobre todo cuando el viajero ha llenado la mochila de conocimientos y sensaciones previas que ansía ampliar y explotar. Más aún cuando el destino lleva por apellido lo sagrado, atributo que de alguna manera ha conseguido burlar el empleo manido y conservar la fuerza de su significado. Algo sagrado es algo sagrado, no se emplea con caralladas.

Para acercarme más a la tierra que iba a visitar leí mucho sobre el idioma de sus gentes. Es un idioma que, observé, les caracteriza, casi les define. Sus diminutivos, las ochenta maneras que han encontrado para referirse a la lluvia y sus expresiones caralludas, de mil acepciones, me tuvieron entretenida e interesada en las noches de preparación del viaje. Pero lo que se hizo con mi atención plena fueron esos términos que no pueden traducirse, porque no terminan de llevar consigo el significado en la traducción. Porque el significado vive en la misma forma, en el acento con que se pronuncia. Terminé por entender que viven en la cultura de ese idioma y que por tanto solo ese pueblo puede interiorizarlo por completo, como sucede con la morriña.

Descubriendo la Ribeira Sacra lucense
Descubriendo la Ribeira Sacra lucense

Aun así, en un empeño que comprendería más tarde, me esforcé por descifrar todo el significado de la palabra enxebre. Enxebre, algo puro, auténtico, genuino. Algo que, según repaso en mis primeras notas, se emplea especialmente relacionándolo con lo rural, con lo rústico. Se trata, dicen los gallegos, de algo que permanece fiel a lo que siempre ha sido, sin verse alterado por influjos externos. No hay nada más enxebre, leo al fin, que la palabra enxebre, y pocas cosas les gustan más a los gallegos que lo enxebre, leo también.

Entendí, ya en mis primeros pasos en la Ribeira Sacra, por qué había puesto todo mi empeño en descifrar esa palabra y no otra. Como si fuera una especie de meiga habitante de los bosques de castaños que recorrería, quizá supe en esas noches previas que eso era lo que iba a encontrar entre el Miño y el Sil. Algo enxebre.

En la orilla del río Miño

Playa da Cova
Playa de A Cova

La Ribeira Sacra nació y creció como una respuesta espiritual. Una tierra que todavía conserva algo del vivir aislada del resto del mundo se convirtió en siglos pasados en lugar de recogimiento y oración de los primeros cristianos. Cómo llegaron a asentarse en los monasterios a los que todavía hoy cuesta llegar me sorprende en mi primera incursión a la zona, pero a la vista está que lo consiguieron. En estos lugares se establecieron hombres y mujeres llegados de todos los rincones de la península, primero en pequeños eremitorios, más tarde en las grandes construcciones que siguen en pie. Muchas están abandonadas en un aspecto funcional, pero las miradas que se posan sobre éstas empiezan a crecer. Estos rincones gallegos reúnen una de las colecciones más vastas de románico rural de Europa, entre el verde de sus bosques y el dominio de sus ríos, que son los que lo condicionan todo.

Observo el Miño desde la distancia y me pregunto qué sentirán, quienes habitan sus orillas, por este gigante fluvial de más de trescientos kilómetros de longitud. Recuerdo el popular dicho que podría reducir su fuerza, el Sil lleva el agua y el Miño la fama, y me digo que el renombre está ganado. Que actúa como el gran agente condicionante de un paisaje que se eleva hasta el cielo, cubierto de niebla y nubes en las primeras horas de la mañana.

Playa da Cova
Playa de A Cova

Pero ya despertó la Ribeira. En los bancales ya se dejan ver los héroes viticultores y me cruzo con excursionistas en el que escojo como el primer destino en el que detenerme: la playa de A Cova, de arena fina y clara.

Llueve sobre las tranquilas aguas del Miño. Soy consciente de que me encuentro ante la que quizá sea la imagen más popular de esta Ribeira lucense: el meandro que da forma al Cabo do Mundo. Solo que lo observo desde donde no hay costumbre de hacerlo, desde un ángulo en el que todavía no se ha puesto la mirada popular. Desde la tierra, no desde el cielo.

Playa da Cova
Playa de A Cova

Desde aquí, desde la arena de la playa da Cova, el monte do Navallo parece imperturbable. Como si realmente hubiese conseguido imponerse a los deseos del río que, sin más remedio que el de rodear sus formas, ha dado lugar a un arco vertiginoso en torno a éste. Este violento giro no tiene reflejo en el fluir del agua, serena como deben sentirse todos aquellos que terminan aquí.

Pienso otra vez en ese aislamiento y advierto que a mi alrededor se habla en gallego. Lo escucho de fondo y me fijo en los barcos amarrados en un pequeño embarcadero, pertenecientes sin duda a los lugareños. También me detengo en el color de la niebla que rodea los montes y los árboles que los pueblan. Robles, castaños, abedules. Apenas puedo diferenciarlos desde esa singular playa que, a su manera, desde el interior, dice algo de la relación que tiene Galicia con el agua.

Pero abandono el agua y la tierra. Parto al cielo.

El mundo en la Ribeira Sacra

Mi siguiente parada me lleva hasta la misma niebla que envuelve la orilla del Miño. Avanzo entre sinuosas curvas y me dejo llevar por la sensación de estar ascendiendo. En la Ribeira Sacra lucense, esa mañana, olía a vegetación empapada y a tierra mojada.

Entro en el bosque, dejando atrás una carretera poco transitada, poco ruidosa. Resulta más ruidoso, por curioso que sea, estar entre los árboles, donde las gotas de lluvia golpean las hojas, mi paraguas y el sendero. Veo, a uno y otro lado, muchos otros caminos, algunos señalizados. Rutas de senderismo, en la Ribeira Sacra, hay por doquier, bordeando miradores y rodeando antiguos monasterios. Algunos, como la iglesia de San Martiño da Cova, llevan soportando el peso del fin del mundo diez siglos.

Cabo do Mundo
Cabo do Mundo

Había leído que el Cabo do Mundo tiene cierta connotación definitiva, de conclusión de las cosas. Pienso, a medida que me acerco al precipicio, que seguramente Xabier Quiroga nunca tuvo elección. Que escribir El cabo del mundo, y todas las demás obras, era algo que terminaría por hacer. No puedes nacer y crecer en este rincón del mundo sin que te influya, sin que se te cuele en los huesos ese olor a bosque mojado y esa sensación de estar ante el abismo, a merced de la fuerza del río y su erosión.

Pero el abismo no existe esa mañana. No hay otra cosa que niebla y el monte do Navallo asomando como puede entre esta. Sé que el Miño discurre, pero es invisible a mis ojos. Lo que podría haber sido una decepción me parece, sin embargo, lo más auténtico de todo lo transcurrido hasta el momento. Porque la naturaleza arrebatadora de la Ribeira Sacra no existiría sin esas condiciones, sin esa niebla ni esa lluvia. Sin el Atlántico empujando desde el oeste, condicionándolo todo, como también lo hace el Miño.

Cabo do Mundo
Cabo do Mundo

Sigo pensando en Xabier Quiroga y me doy cuenta de que la única manera de conocer la Ribeira es conocer a su gente. Lo que han vivido y lo que todavía están viviendo. El aislamiento original y este tiempo en el que se comparten imágenes con todo el mundo. Así que abandono el Cabo do Mundo, el monte do Navallo y el sonido del bosque para buscar a quienes habitan todos esos lugares.

La vida rural

Chantada
Chantada

Hay quien dice que Chantada es el corazón de Galicia. Por la disposición geográfica del municipio, en la Ribeira Sacra, en el centro del mundo gallego, con el Miño cerca, podría llegar a considerarse así. Tomo la carretera que me lleva al norte para acercarme hasta la villa, llena de conocimiento pero falta de experiencia. Sé que allá donde voy, un lugar que había aparecido en mis noches de estudio con asiduidad, hay actividad, hay vida. Hay trabajo. La población del municipio decrece, se ha reducido a la mitad en los últimos cien años, pero no amenaza un abandono acelerado de la zona. De hecho, la propia villa cuenta con más habitantes de los que tenía a comienzos de este siglo.

Lo que sucede con otros lugares es una historia diferente. Ana, que hace años se propuso sacar adelante en Chantada un proyecto personal, me cuenta que las aldeas de la Ribeira se están despoblando. Chantada es diferente, porque tiene otro tipo de actividad, pero la gente de la Ribeira se hace mayor y el trabajo en la viña es muy complejo. Ahora está de moda, me dice, pero está de moda visitarlo. Instalarse en lo sagrado, con todas sus particularidades y las escasas oportunidades laborales, es un reto.

Se espera que la probable concesión del título de Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO ayude a recuperar lo perdido, pero lo perdido es demasiado. Casi 20.000 habitantes, entre 21 ayuntamientos, en dos décadas. Galicia sufre la despoblación como lo hace buena parte del interior del país, y este interior, el interior del interior de la comunidad, lo hace más que ningún otro lugar.

Quesos Airas Moniz
Quesos Airas Moniz

Chantada, sin embargo, se mantiene. Gracias a personas como Ana, que me recibe afable y con ganas de que conozca ese proyecto personal. Junto a Ricardo y Xesus, fundó Airas Moniz. Queixos galegos, se lee en sus detalles. Este queso, los animales y el mundo rural son las tres pasiones que aunaron para reunirse en Chantada a producir un queso con sabor y conciencia.

Pastoreo tradicional, ganadería extensiva, sostenibilidad y compromiso con los sabores auténticos. Galicia la llevan, como todos los gallegos, en la sangre. Por eso tomaron para su proyecto el nombre de un trovador del último tercio del siglo XII que habitó ese campo. Pruebo el queso que me ofrece Ana y siento que saboreo esa zona que empiezo a conocer. Saboreo la tradición gallega y también los aires de cambio.

Hay actividad en Chantada, me repito mientras recorro sus calles. Pero las abandono y busco, de nuevo, la ribera del Miño, creo que esperando encontrarla poblada.

Serpientes y héroes en la Ribeira Sacra

Los montes de Lugo no son un laberinto, pero confunden y aturden, pueden hacer que te sientas perdido. Es un embrujo de los que cautivan, en cualquier caso. Un hechizo de esos a los que te vuelves adicto. Una curva, otra curva, a la izquierda, a la derecha, a la izquierda de nuevo. Un hogar de antes ya abandonado, todavía niebla, todavía lluvia, otro arco vertiginoso que acompaña al Cabo do Mundo, al que vuelvo a acercarme en mi descenso a la ribera. Suena Serpes, una canción que Xoel López compuso para los bosques de su infancia y para estas curvas de infinitas saudades. La canto con él: serpes, serpes, levádeme sempre. Estos montes de Lugo son serpientes.

Los montes de Lugo
Los montes de Lugo

Y sus pobladores los han respetado. Están repletos de viñedos que han sobrevivido al paso del tiempo, que siguen multiplicándose y que pese a las dificultades no han dejado de producir. La llaman viticultura heroica. Las condiciones del terreno, con pendientes imposibles que asoman el alma al Miño, han favorecido un sabor Denominación de Origen que constituye un elemento imprescindible en la supervivencia de la Ribeira Sacra. Es una actividad esencial, comprendo de inmediato, observando los bancales. Llegó con los primeros pobladores, lo que significa que existe desde hace más de quince siglos, con sus necesarias evoluciones.

Aprecio, sobre todo, lo ya reflexionado: que quienes habitan la Ribeira Sacra y se benefician de sus bondades respetan por encima de todo este medio natural. Por eso mantienen las técnicas antiguas, a pesar de la dificultad. Proliferan las hectáreas cultivadas, pero no hay una sensación de masacre.

También proliferan las bodegas. A una de ellas me acerco. La recuerdo de Todo esto te daré, novela que Dolores Redondo ambientó en la Ribeira Sacra después de quedar prendada de la zona. Cómo no hacerlo, pienso mientras observo una bandera suiza colgando en uno de los bancales. Otro enamorado extranjero que lo dejó todo para llegar aquí. La zona está de moda y a veces también consigue ser algo más que eso.

Bodegas Via Romana
Bodegas Via Romana

Me reciben, en Via Romana, con la misma amabilidad. Me hablan de compromiso con el lugar, de nuevo de despoblación, también de colaboración con pequeños viticultores y de un trabajo que ocupa todo el año, que de momento se mantiene y que valoran. Pruebo sus vinos, el tinto y el blanco.

Me quedo con el primero y me invitan a pasar unos minutos en uno de sus balcones, que cuelga sobre el terreno de la bodega. Los socalcos cuelgan, a su vez, sobre el Miño, en un pacto de equilibrio que parece imposible, pero que es real. El pueblo de Belesar descansa a sus pies. Tengo la suerte de observar a un grupo de peregrinos que, siguiendo el Camino de Invierno, descienden hasta éste. Una bandada de pájaros serpentea entre la lluvia y tarareo la canción de los montes de Lugo. Me tienta describir todo aquello como algo enxebre, pero me doy cuenta de que no me siento preparada. Todavía me queda mucho por entender.