Desde el Mirador de la Cadena, a orillas del mar Mediterráneo, se puede llegar a divisar, no demasiado lejos, una isla en toda su magnitud. Se trata de una tierra sin desniveles, sin montañas, sin árboles. Pero hay edificios. Un par sobresalen de entre las casas bajas. Todo eso es visible desde este rincón de Santa Pola, apenas a cuatro kilómetros de Tabarca, la isla habitada más pequeña del Mare Nostrum.
Sin embargo, a pesar de la cercanía, la vida en uno y otro lugar discurre de formas muy distintas. Sobre todo en los meses de invierno. Porque Tabarca tiene dos caras. Una la muestra en la época estival, cuando las pequeñas dimensiones de la isla concentran centenares de turistas. Demasiados. Otra la exhibe tras los meses de verano, cuando septiembre se oculta entre la cotidianeidad de la vuelta a la rutina. ¿Qué pasa entonces? ¿Qué es de Tabarca cuando ya nadie mira, cuando ya nadie busca? Entonces otra isla asoma, una distinta. Vacía. Abandonada. Bella.
De 1000 a 20 habitantes
María del Mar Valera es la dueña del restaurante tabarquino El Mar Azul. Trabaja en él desde hace 50 años. Se dice pronto. También es presidenta de la Asociación de Empresarios de Hostelería de Alicante y la Provincia.
– ¿Eres de Tabarca o naciste en Alicante?
– De Alicante. Ya nadie nace en Tabarca.
Y es verdad que ya nadie lo hace. Cada año el número de habitantes permanentes de la isla baja.