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Destinos tranquilos para Semana Santa donde no hay mucha gente

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Buscar planes tranquilos en Semana Santa es una alternativa por la que optan muchas personas en estas fechas señaladas. La llegada de esta festividad significa el reencuentro con tradiciones altamente arraigadas en muchos puntos de la geografía española. No obstante, hoy presentamos opciones para disfrutar de calma y desconexión en las vacaciones de Semana Santa para las personas que se decanten por este tipo de viaje.

7 ideas de viajes tranquilos para disfrutar en Semana Santa

La Semana Santa, en plena primavera, tiene una lectura de vacaciones y aire libre. Una oportunidad para hallar faros que alumbran costas y madrugadas, anticiclones y borrascas que visitan islas atlánticas, ondulantes valles… Minas que relucen bajo el sol, ríos que transcurren entre cañones montañosos, cabos que se introducen en el mar… Una oportunidad no solo de viajar, sino de descubrir.

Entre islas en las Rías de Pontevedra y Arousa

La Isla de Cortegada al amanecer
La Isla de Cortegada al amanecer. | Shutterstock

Como salpicadas al azar desde el cielo, islas e islotes se desgranan sobre el atlántico en las Rías de Pontevedra y Arousa. Cuando se habla de islas gallegas, las primeras que suelen venir a la cabeza son las Cíes y su hermoso arenal de Rodas. Una maravilla de la naturaleza cobijada en la Ría de Vigo, apta para convertirse en escenario de las increíbles historias del mismísimo Verne. Pero no hay que olvidarse de compañeras de archipiélagos hermanos, Ons y Cortegada. Las Islas Atlánticas son, desde tiempos inmemoriales, rompientes legendarios entre las olas.

Frente a la Ría de Pontevedra, un faro custodia la Isla de Ons, perteneciente al municipio de Bueu. Un paisaje marcado por acantilados, cuevas oceánicas y playas frecuentadas por aves marinas. Desde la arena de As Dornas, hasta lo alto de la Punta de O Centolo, el aroma del mar vuela en el viento. Arriba, frente al faro, saludan las Cíes. Mientras, más abajo, desde un agujero de más de 30 metros conocido como O Buraco do Inferno, dicen escucharse los lamentos de los condenados.

Leyenda y naturaleza que prosigue en Cortegada. Admirada ya por Plinio el joven y poseedora del mayor bosque de laurel de toda Europa, junto a sauces, avellanos y eucaliptos. Las posibilidades son infinitas. Desde rutas en kayak a trayectos en barco o senderismo, hasta picnics, meriendas o excursiones. Desde el repaso a pasados prehistóricos o romanos, hasta el descubrimiento de islotes deshabitados. Las rías de Pontevedra y Arousa están repletas de secretos revelados a los afortunados que presencian sus amaneceres y puestas de sol. Ons, Cortegada, Sálvora, Tambo… Esperan al viajero.

Ruta por los faros de Menorca

Faro de Punta Nati
Faro de Punta Nati. | Shutterstock

La hermosa Ciutadella, al oeste de Menorca, puede tomarse como punto de partida para recorrer la isla, de faro en faro, buscando atardeceres. Comenzando por el faro de Punta Nati, en perpetua lucha con el viento. Más lejos hacia el suroeste, a 10 kilómetros de la Ciutadella, se alza el segundo más alto de la isla, el Faro d’Artrutx. Construido a finales del siglo XIX, en la actualidad alberga un restaurante con una terraza que invita a disfrutar del paisaje.

La parte más septentrional es hogar del faro de Cap de Cavalleria, presente en toda panorámica visible desde la costa norte. El viento de tramontana aúlla entre acantilados de más de 100 metros. También en el norte, dentro del Parque Natural de s’Albufera des Grau, está el faro de Favàriritx, entre altas olas y rocas negras.

La más antigua de estas construcciones luminosas es el faro de San Carlos, de 1852. Su situación, en la zona militar conservada en el castillo de San Felipe, dificulta el acceso. Pero, al mismo tiempo, esta característica unida a las maravillosas vistas hacia el puerto de Mahón, lo hacen todavía más irresistible.

Regresando a la Ciutadella, junto al antiguo puerto, el faro de Sa Farola sirve de invitación para pasear calles medievales, descubrir navetas, recorrer plazas y atisbar campanarios o talayots. Frente a la costa, en el islote de la playa de Punta Prima, el faro de la Illa de l’Aire, ostenta el honor de ser el más alto. Ascendiendo su imponente escalera de caracol de 175 peldaños, el visitante, vigilado tan solo por las lagartijas negras que pueblan la isla, podrá acariciar el cielo.

Las Médulas

Las Médulas
Las Médulas. | Shutterstock

La magia de Las Médulas se propaga, bajo el cielo, entre los Montes Aquilanos y el Valle del río Sil. Su historia transita a través de la roca, conducida por una red de más de 400 kilómetros de canales de agua. Una obra de ingeniería que ha modificado un entorno que se difumina, en rojo y oro, entre castaños, robles y lagunas.

Cuando Plinio el Viejo administraba las minas difícilmente se imaginaría que esta explotación romana de oro sería, siglos después, Patrimonio de la Humanidad. Un paraje único en el mundo, ubicado en el corazón leonés de El Bierzo. En su interior se abren senderos y grutas, se alzan miradores y se recortan desfiladeros. Puede optarse por distintas distancias y variables. Desde las más sencillas, la senda del Lago Sumido o la de las Valiñas hasta otras más complejas y de mayor duración. En estas últimas destacan la senda de los Conventos y la que abarca todo la estructura, la senda Perimetral.

Adelantarse al atardecer ascendiendo hasta el mirador del pueblo de Orellán es una experiencia inolvidable para los sentidos. Hay un momento justo, cuando el sol se oculta, en que es difícil distinguir entre el color del cielo y el de las montañas. Cerca, el lago de Carucedo ofrece zonas de baño para refrescarse en verano y paisajes que impresionan durante todo el año. La leyenda de las lágrimas de una joven por el amor no correspondido del general Tito Carissio se asienta en las profundidades de su formación. Mientras, alrededor, las montañas guardan silencio.

Escapada a los Valles Pasiegos

Estampa de los Valles Pasiegos
Estampa de los Valles Pasiegos. | Shutterstock

Próximos a Santander, en el corazón de Cantabria, se extienden los Valles Pasiegos. Una geografía de naturalezas ondulantes por la que transitan todas las tonalidades de verde imaginables. Una comarca donde la tierra transpira tradiciones que vienen de lejos para quedarse muy cerca de quienes la pisan. Inmensas praderas esmeraldas se extienden hacia el infinito. Casonas palaciegas y modestas cabañas conviven aquí en tranquila armonía con cuevas prehistóricas, como la de Puente Viesgo. Comparten tiempos y espacios con riberas, hombres pez y cumbres de curiosa anatomía.

Pas, Pisueña y Miera son los nombres propios de estos valles de aromas mañaneros a quesadas y sobados. Un desayuno previo a emprender cualquiera de las múltiples rutas que desvelan ermitas escondidas, puentes, casas típicas y palacios. La casa de los Cañones, el palacio de la Rañada, la colegiata de Santa Cruz de Castañeda son solo el principio… También se puede cruzar el puente Mayor que transcurre sobre el río Mera, recorrer el hayedo de Zamina, visitar Selaya, Alceda o el hidalgo Elses.

La gastronomía es otro motivo para recalar en estas tierras con recetas que son acogedoras y transmiten calor de hogar. Cocido pasiego, trucha de algún cercano río, patatas al estilo Puente Viesgo… Del postre ya hemos hablado pero siempre se merece repetir un trocito de quesada o un sobado esponjoso. Uno o más.

Cañones del Sil en la Ribeira Sacra

Cañones del Sil al atardecer
Cañones del Sil al atardecer. | Shutterstock

Los Cañones del Sil, en Ourense, son punto de llegada y partida para conocer las maravillas de la Ribeira Sacra. Una garganta de roca, de paredes verticales que ascienden sobre las aguas. Un lugar mágico donde la flora tiene identidad propia creando increíbles contrastes. Los alcornoques sombrean los lugares tranquilos donde cantan los pájaros. Mientras, las aves rapaces sobrevuelan los robles que se agarran a las rocas graníticas.

Una longeva tradición vinícola y religiosa escribe las líneas de esta historia que transcurre entre vides y monasterios. Primero se puede visitar el monasterio de Santo Estevo de Ribas de Sil, más tarde llegar a Santa Cristina… Luego, detenerse a respirar el aire entre las copas de los árboles del Souto de Merilán.  Degustar una copa de un vino increíble ya apreciado por los romanos y seguir. Al final, entre las rocas del monte Barbeirón, en Esgos, aguarda escondida, desde el año 573, la sorpresa del monasterio de San Pedro.

La posibilidad de surcar el agua en catamarán siguiendo alguna de las increíbles rutas fluviales es perfecta para hacer paradas en distintos embarcaderos. Pero también puede irse a pie, siguiendo un sendero a través de bosques, prados o pueblos. Toda opción es buena. La magia de los Cañones del Sil no se toma vacaciones.

Pirineo leridano

Lago en el valle de Arán
Lago en el valle de Arán. | Shutterstock

En las cumbres de los Pirineos anida una naturaleza que congela sueños y miradas. El Pirineo Catalán dibuja con líneas montañosas una hermosa frontera natural con Francia. El entorno de esta parte de Lleida es variado y cambiante. Altas subidas que construyen hogares para aves vigilantes, bajadas que atesoran aguas glaciares hasta formar más de 400 lagos… Valles infinitos con nombres que se ondulan como laderas cuando se pronuncian.

El valle de Arán es algo más que un relieve pirenaico. Se trata de una comarca histórica con un dialecto propio, el aranés, y plagada de tradiciones. Su geografía esta cubierta de pequeños pueblos encantadores. Desde su capital, en Vielha, hasta Salardú o Bagergue, todos estos pequeños núcleos ofrecen mil y una sorpresas. Las vías para llegar significan paisajes impresionantes. Por el extremo oriental, el camino de Port Dera Bonaigua deja sin palabras.

Pero todavía aguardan los lagos cercanos al Circo de Colomèrs y la iglesia de Santa María de Artiles. Además de la visión inolvidable del Pico Montardo, a casi 3000 metros de altitud. Accediendo por el lado occidental se encuentra el espacio natural protegido de Era Artiga de Lin (La Artiga de Lin). Un valle montañoso con cumbres que alcanzan los 1200 metros rodeado de arterias acuáticas que surgen por todas partes.

Pero las sorpresas en el Pirineo Catalán no concluyen aquí. Restan kilómetros de secretos y tesoros escondidos. El valle de Assua invita a soñar leyendas a cada paso del camino, de quesería en quesería, degustando los sabores tradicionales de la zona. Así, también soñando leyendas, se llega a Ribera de Cardós, en la comarca de Pallars Sobirà. Dejando atrás su imponente iglesia románica, se asciende hacia un universo de lagos glaciares y, un poco más arriba, una pequeña estación de esquí. El viajero únicamente tiene que elegir una ubicación, el Pirineo nunca defrauda.

Cabo de Gata

Arrecife de las Sirenas
Arrecife de las Sirenas. | Shutterstock

Antiguo hogar de una nutrida población de focas monje, el Cabo de Gata es hoy un paréntesis de naturaleza abierto en Níjar. Este municipio de la provincia de Almería, frente al Mediterráneo, conforma el punto más suroriental de la península. Un punto en el que todavía es posible escuchar el canto de las sirenas desde su arrecife, al pie del faro. Allí, desde una cala que aparece y desaparece con la marea es el momento de planificar las rutas a seguir.

Las playas son un imprescindible en la visita a Cabo de Gata. Aguas cristalinas, fondos marinos cargados de belleza y diversidad, arena fina… Puede comenzarse en la playa de los Genoveses, la de los Escudos o la de El Plomo, no importa. Todas son una maravilla. La Atalaya de Torregarcía, también conocida como Torre Vigía marca la entrada al parque natural del Cabo de Gata, un lugar único en el mundo. Pasado volcánico, entorno semidesértico y una franja marina de una milla de anchura son las señas de identidad de este espacio protegido.

Además de caminar y sentir la arena bajo los pies, además de bucear, refrescarse en la orilla, atisbar horizontes lejanos… En Las Salinas, junto a la iglesia, la puesta de sol es irrepetible. En la Punta del Esparto, el Castillo de San Felipe permanece atento a la salida del sol y de la luna desde el siglo XVII. Puede terminarse contemplando el mar desde la playa de la Isleta del Moro, en el pueblecito pesquero del mismo nombre, con la seguridad de que queda mucho por descubrir.

Termina aquí este pequeño recorrido por siete lugares tranquilos donde vivir una Semana Santa relajada y sin mucha gente. Son rincones donde el tiempo queda secuestrado en el recuerdo, sin posibilidad de liberación. Lugares mágicos, misteriosos, de naturaleza imponente, cargados de historia… Muchos se han quedado en el tintero a la espera de unas nuevas vacaciones primaverales.

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