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Tarraco: ruta por las huellas romanas en Tarragona

Ruta por Tarragona romana

Tarragona es la ciudad romana por excelencia de Cataluña. En el siglo III a. C fue conocida como Tarraco, siendo una de las ciudades más importantes del Imperio Romano en la Península Ibérica. Fue una pequeña Roma, con su propio anfiteatro, circo, templos, foros e imponentes fortificaciones.

En 2000 Tarragona fue declarada Patrimonio de la Humanidad, siendo el asentamiento romano más antiguo de España, una joya patrimonial oculta a media hora en tren de Barcelona. Una escapada perfecta desde la capital e ideal para pasar al menos tres días. A pesar de no ser muy grande, tiene mucho que ver. Merece la pena un recorrido completo por la Tarraco de antes, como si se fuera un habitante en la época romana de Hispania.

Casco antiguo de Tarragona: maqueta de Tarraco y Paseo Arqueológico

Murallas y Paseo Arqueológico, Tarragona
Murallas y Paseo Arqueológico, Tarragona | Shutterstock

El mejor lugar para comenzar la ruta romana de Tarragona es en el Museo de Historia de Tarragona. El edificio alberga una maqueta de la ciudad de Tarraco, la ciudad romana reconstruida en el siglo II a. C, el momento de su máximo apogeo. La entrada al museo es gratuita, la maqueta es muy útil para contextualizar el pasado de Tarragona y conocer la importancia que tuvo Tarraco en el Imperio Romano de Hispania. Además, facilita a los visitantes el recorrido por la ciudad, puesto que ayuda a ubicar sobre el terreno actual todas las construcciones romanas que se deben visitar en el itinerario.

A pocos metros del museo se encuentran las murallas de Tarragona. Esta zona es conocida como el Paseo Arqueológico. Fueron construidas en el siglo III a. C para proteger a la ciudad de posibles atracos. En la actualidad se conservan 1.100 metros de murallas que rodean todo el casco antiguo de Tarragona.

El llamado Paseo Arqueológico es una zona ajardinada que permite caminar entre la muralla romana y medieval. Durante el recorrido es posible contemplar las puertas de acceso a la ciudad, detalles conservados de la fortificación e incluso varias estatuas, incluida la de César Augusto. En las murallas todavía es posible visitar tres de sus torres: Cabiscol, Minerva y Arzobispo. Entre todas ellas destaca la Torre de Minerva, que alberga numerosas esculturas y la inscripción romana más antigua de España.

Para finalizar el recorrido por el casco antiguo es recomendable visitar el Museo Arqueológico de Tarragona, por su amplia colección de restos romanos. Incluso dispone de un taller audiovisual para conocer cómo se realizaban los mosaicos. Alberga mosaicos de gran valor, como el de los peces y la Medusa, ánforas, esculturas como el busto de Marco Aurelio y una gran variedad de objetos de uso cotidiano en la antigua Tarraco.

Centro neurálgico de la antigua Tarraco: Foro Local

Foro romano de Tarragona
Foro romano de Tarragona | Shutterstock

La ruta continúa por lo que, en la antigüedad, fue el centro neurálgico de Tarraco, donde se encontraban los edificios religiosos, culturales y administrativos de la ciudad. La vida diaria de los romanos se realizaba en torno al conocido Foro Local. Hoy en día, solo se conserva una parte de la antigua basílica, cisternas para guardar el vino y aceite, además de algunas estatuas. Destaca la Torre del Pretorio pues era uno de los principales accesos al Foro, además alberga en su interior una maqueta de la Tarragona medieval, ideal para conocer la evolución histórica.

Junto al Pretorio de Tarragona se encuentra el circo romano, construido en el siglo I d. C con una capacidad para acoger a más de 3000 espectadores. Es uno de los circos romanos mejor conservados del mundo, llegó a ser el edificio más grande dedicado a los espectáculos, aunque gran parte se encuentra bajo edificios construidos en el siglo XIX. Es posible visitar la zona subterránea para conocer las bóvedas que soportan las gradas de los espectadores. En él solían realizarse las carreras de carros, tirados por dos o cuatro caballos, muy populares en la época.

Anfiteatro Romano, escenario de luchas de gladiadores

Panorámica del anfiteatro
Panorámica del anfiteatro | Shutterstock

La ruta por las huellas romanas de Tarragona continua por el Anfiteatro romano, construido a inicios del siglo II d. C fuera de las murallas debido a la falta de espacio en el interior. Es el monumento más visitado de la ciudad y un símbolo romano de referencia en toda la Península Ibérica. Tenía capacidad para acoger a 14.000 espectadores y en él se realizaban las luchas de gladiadores, fieras e incluso ejecuciones públicas. Cumplía la misma función que el Coliseo de Roma.

En la actualidad se conserva gran parte de la grada, tallada directamente en roca y otra parte levantada sobre bóvedas de hormigón. Las fotografías de este enclave, con el Mediterráneo de fondo y las vistas de la costa de Tarragona, no tienen precio.

Necrópolis paleocristiana de Tarragona y acueducto

Puente del Diablo, acueducto de Tarragona
Puente del Diablo, acueducto de Tarragona | Shutterstock

Tras conocer los edificios y restos arqueológicos más importantes de Tarraco en el interior de la ciudad, es momento de conocer algunas de las huellas romanas más alejadas del centro de Tarragona. La necrópolis paleocristiana se construyó en el siglo III d. C.. Es uno de los conjuntos funerarios más importantes de la época romana tardía. En su interior albergaba más de 2000 tumbas de todos los tipos, desde ánforas, ataúdes de madera, sarcófagos y hasta imponente mausoleos.

Tras esto, es recomendable terminar la ruta con la visita al acueducto de Tarragona, ubicado a cuatro kilómetros del centro histórico, pero merece la pena el recorrido. En el siglo I d. C se construyeron dos grandes acueductos romanos para abastecer a la ciudad de agua, uno sobre el río Gaia y otro sobre el río Francolí. El tramo que mejor se conserva es el del río Francolí, conocido como el Puente del Diable debido a las leyendas que existen en torno a él.

Una ruta perfecta para conocer las huellas del Imperio Romano en la ciudad de Tarragona, repleta de monumentos y restos arqueológicos bien conservados. Un símbolo que mantiene vivo el pasado de la Hispania de antaño.