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Qué ver en Tafalla, paréntesis medieval entre montañas y riberas

Tafalla, pueblo de Navarra

Atardece sobre los viñedos próximos a Tafalla. El horizonte se tiñe de colores tintos y rosados. En esta comarca, intermedia entre atlántico y mediterráneo, la cercanía del equinoccio otoñal cambia paisajes y señala vendimias. Acompañando a la uva, maduran también escenarios, que adaptan sus colores al cambio estacional. Cuando el verano va quedando atrás, es el momento de disfrutar de los parajes de la zona media de Navarra.

Un lugar en el que historia, patrimonio y naturaleza tejen un tapiz único repleto de matices por descubrir. Persiguiendo el trazado de sus hilos, el visitante descubrirá desde vestigios del remoto calcolítico o restos de la época romana, hasta maravillosas edificaciones medievales fortificadas.  Merece la pena alcanzar la merindad de Olite para recorrer Tafalla y sus alrededores. Lo mejor es ir puntada a puntada, bordeando el río Cidacos, sorteando afluentes, disfrutando de cada centímetro de tela.

Fortaleza natural en Santa Lucía

Calles de Tafalla
Calles de Tafalla. | Shutterstock

La situación geográfica de Tafalla la convirtió muy pronto en unlugar estratégico, como zona de paso hacia el interior de Navarra. Pero también en testigo de incansables conflictos que enfrentaron a distintos actores. Tanto los producidos entre los reyes de Navarra y Aragón, como los protagonizados por las incursiones musulmanas. En tales circunstancias el cerro de Santa Lucía se reveló como la arquitectura natural perfecta para impedir la entrada a posibles invasores.

Históricamente, la primera alusión al núcleo de Tafalla se encuentra en una crónica árabe del siglo X, relativa a un acercamiento musulmán a Pamplona. Pero posteriormente son muchas las referencias a los servicios defensivos prestados por la ciudad, así como por sus habitantes. Un escenario que se repitió infinidad de veces a lo largo de los años. Se llegó a otorgar al núcleo de Tafalla, así como a sus pobladores, la consideración de protectores.

Tras la conocida batalla de Tafalla, en el año 1043, cerca de la ermita de San Gregorio, los episodios continúan. Mientras, paralelamente a ellos, el pueblo va creciendo y ganando distintos privilegios como premio por sus actuaciones. Fiel a este espíritu, Sancho Ramírez otorgó a Tafalla sus primeros fueros, confirmados posteriormente por sucesivos monarcas. Más tarde, tras las anexiones de Sarda, Candariz y Saso, en el siglo XV se convirtió en una “Buena Villa”, con derecho a celebrar Feria. Será en el XVII cuando Tafalla se aprecia como Ciudad con asiento en Cortes.

Su protagonismo en distintas contiendas prosiguió a lo largo del tiempo. Su nombre resonó durante la Guerra de la Independencia y en las Guerras Carlistas, además de en el curso de la ocupación francesa del XIX. Siempre apareciendo como preludio geográfico de la capital, Pamplona.

Todos estos acontecimientos dejaron cicatrices propias en el mapa de la zona. De hecho, aún hoy en día, es posible intuir episodios de la historia de Tafalla leyendo el trazado de sus calles. Empezado en la parte más alta frente al monte Ereta, el barrio de la Peña, donde las calles largas y pendientes imitan la topografía que habitan. Allí, la antigua Tafalla circundaba el antiguo castillo fortificado, del que hoy en día no queda nada pero sí la constancia escrita de su existencia.

Descender poco a poco, haciendo un receso en el patio Iribas, permite intuir los momentos de esplendor de la ciudad. Puede recorrerse la calle Mayor y las distintas plazas, y encontrarse cara a cara con lo que queda de la muralla. Paso a paso, es posible imaginar cómo fue Tafalla. Repasar su historia es el primer paso para conocerla. El siguiente será caminarla.

Esplendor entre iglesias y palacios

Iglesia de Santa María
Iglesia de Santa María. | Zarateman, Wikimedia

A tan solo unos 37 kilómetros de Pamplona, Tafalla surge como un paréntesis, mitad septentrional, mitad meridional. Sus tierras acogen el tránsito del río Cidacos, en una relación de simbiosis marcada por la existencia de conflictos históricos vinculados a su cauce. Además de por el desarrollo de una forma de vida íntimamente unida a sus aguas, que toma forma en las tierras de aluvión. Pero Tafalla es y está más allá del río.

El callejero de la ciudad sorprende, salpicado de palacios que conviven, en secular armonía, con edificios religiosos de distintos estilos. El más antiguo es la iglesia de San Pedro, cuya existencia aparece documentada desde el siglo XII. Se aprecia el desgaste en algunos ornamentos exteriores, pero en el interior se conserva el Retablo de la Visitación de Joaquín Oliveras. Otro retablo a destacar es el del altar mayor de la iglesia de Santa María, obra escultórica del renacentista Anchieta.

Convento de la Purísima Concepción
Convento de la Purísima Concepción. | Zarateman, Wikimedia

El edifico, levantado en el siglo XIII con el nombre de San Salvador, es de estilo románico. Del mismo autor son la sillería del coro o del famoso “Cristo Miserere”. Las ermitas de San Gregorio o San Nicolás casi completan el elenco de construcciones religiosas. Sin olvidar los restos del antiguo palacio de Sosierra o, lo que es lo mismo, la ermita de San Nicolás, y su puerta vigilada por dos canes.

La visita a Tafalla puede alargarse a gusto del caminante. El pueblo está plagado de pequeños rincones llenos de encanto. Zonas donde aire y tiempo parecen congelarse para que los viajeros disfruten de un medievo que se traslada, por momentos, al presente. Hay quien asegura percibir, entre las sombras de los porches de la plaza, la presencia borrosa de un guerrero. O intuir, bajo una torre, el paso de un maestro cantero sumido en un cálculo eterno de piedras y medidas. En cualquier caso, estas figuras, imaginadas o no, pueden contar mucho sobre la ciudad que habitan. Dejarse guiar por ellas conducirá a lugares increíbles.

Palacio de los Mencos
Palacio de los Mencos. | Eduardo Sanz, Wikimedia

Empezando por el convento de las Concepcionistas Recoletas o de la Purísima Concepción y, el hermoso arco que lo une al palacio de los Mencos. Este fue construido extramuros al borde de la carretera que conduce a la vecina Olite, a finales del siglo XVI. Está coronado por un mirador desde el que se aprecian las tierras olitenses, y decorado con el escudo familiar. De igual modo que la fachada del palacio del Marqués de Feria, en el que también destaca la escalera original. Otro palacio, el de los marqueses de Falces, se utilizó como ayuntamiento hasta bien entrado el siglo XVII. Mientras, el de los Mariscales alberga en la actualidad la biblioteca de la ciudad.

Puentes hacia las afueras

Obelisco en la plaza mayor de Tafalla
Obelisco en la plaza mayor de Tafalla. | Shutterstock

Dejando atrás los palacios, un banco de la plaza mayor de Tafalla será el lugar perfecto para descansar tras horas de paseo. El escenario no puede ser mejor, ni las vistas… El palco de la música, el obelisco, los sombreados soportales, forman un hermoso conjunto. Pero el receso ha de ser corto, pues todavía quedan puentes por cruzar.Al norte, el puente de la Panueva, conocido antiguamente como el de Suso, del siglo XVI. Otro, el de la Estación, llamado también el de Yuso, fue ampliado en el siglo XIX. Ambos se elevan sobre el río Cidacos, nacido de la historia de amor entre un arroyo, el Arlusia, y un barranco, el Mairaga. Desde su origen, cerca de Mendívil, el curso del agua recorre un paisaje plagado de vallesen la Valdorba.

Castillo de Olite
Castillo de Olite. | Shutterstock

Más tarde, el río desciende los llanos entre Tafalla y Olite. Esta última parada es un tesoro medieval, coronado por su famoso castillo. Para descubrirlo tan solo hay que acceder por uno de sus portales, el de Tudela, el de Tafalla o el de la Cava. Siempre cerca, las presas ciñen el río y enmarcan el paisaje creando bellos parajes de encinas y alcornoques en el transcurso del Camino de Santiago en su vertiente francesa. Continuando en los alrededores de Tafalla, la reserva natural de la Laguna del Juncal, se presenta como un escenario ideal para los amantes de la ornitología. Garzas, aventorillos y tritones jaspeados acompañan la espera del momento de retomar la ruta del vino de Navarra.

De vuelta, toca repasar la jornada. Revivir mentalmente el camino andado: callejear entre palacios, descubrir senderos, salvar puentes, seguir con la mirada el vuelo de un pájaro… Atardece sobre los viñedos próximos a Tafalla. El aire sabe a caramelo de piñones, o de café con leche. Cae un sopor nocturno sobre la ciudad que se acurruca en un duermevela otoñal. Los fantasmas se refugian en las sombras. Todos, a la espera de un nuevo viaje.