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Sotres, tocando el cielo en lo más alto de Asturias

Sotres, el pueblo más alto de Asturias

Sotres aparece como una visión, furtiva pero certera, en medio del abrazo de las montañas. El Macizo Central de los Picos de Europa acoge este pequeño pueblo, a más de 1000 metros de altitud, en el seno del relieve de la Cordillera Cantábrica. Alejado del mar, pero muy cerca del cielo, emerge este paraíso, parque natural, entre picos y valles. Hogar tradicional de pastores y rebaños, que todavía hoy se dibujan sobre el verde de las praderas. El sabor de una tradición quesera asentada en lo más profundo de las montañas calizas sirve de guía al visitante.

Alcanzar Sotres significa estar muy cerca de cumplir la fantasía de rozar el firmamento con la punta de los dedos. A veces, abriendo surcos imaginarios, salpicando de gotitas una bóveda azulada. Otras, tomando un momento para elegir un algodón de azúcar entre nubes esponjosas. Siempre bajo la atenta mirada del Pico Urriellu en el horizonte, arañando las estrellas. Supone vivir el sueño que la naturaleza ha hecho realidad en tierras asturianas: recorrer una Reserva de la Biosfera. Conocer pueblos hermanos, cauces de ríos, gargantas pedregosas, funiculares, leyendas y kilómetros de rutas que se abren en la roca, como cartografías erosionadas durante milenios.

Llegar a Sotres

Sotres, el pueblo más alto de Asturias
Pueblo de Sotres en los Picos de Europa.| Shutterstock

Sotres puede parecer lejos de todo. Una sensación de lejanía que es difícil de ahuyentar, a pesar de que únicamente lo separan 19 kilómetros de Carreña, capital de la comarca de Cabrales a la que pertenece. Semeja casi un espejismo, vestido con sus mejores galas en cada época del año. Quizás el viento desorienta y despista, ululando entre desfiladeros y acantilados. O puede que la altitud sea la culpable de variar el punto de equilibrio de los que visitan esta zona asturiana.

Cualquiera que sea el motivo, lo cierto es que en Sotres, la perspectiva cambia. Se transforma la percepción de lo pequeño y lo grande, de lo alto y lo bajo, del ruido y del silencio. Estar en el pueblo más alto de Asturias implica un antes y un después. Algo que ya se puede intuir cuando se transitan los distintos caminos que a él conducen.

Partiendo de Carreña, es recomendable detenerse a conocer su ermita. Una de las más hermosas de la comarca, de la vertiente asturiana de los Picos de Europa y, muchos aseguran, de la propia Asturias. Un lugar donde la leyenda pervive adherida como liquen a la fachada del templo. Según cuentan, la Virgen que allí descansa llegó de Sevilla, traída por un vecino, a cambio de recuperar la vista. Pero la realidad que rodea esta zona montañosa es todavía más increíble que la historia que acoge.

Impresiona llegar a Sotres por carretera, tomando como punto de salida Arenas de Cabrales. Un núcleo poblacional que ostenta el título de Villa desde el 1910 y que, hoy en día, acoge el certamen de su conocido queso. Pero Arenas de Cabrales es mucho más. Sobre todo es punto estratégico, por considerarse puerta de entrada a los Picos de Europa. Además de sentirse la presencia silenciosa del Naranjo de Bulnes, gritando a los cuatro vientos su grandeza.

El Pico Urriellu en el horizonte
El Pico Urriellu en el horizonte. | Shutterstock

El Pico Urriellu y las rutas que lo circundan atraen la presencia constante de alpinistas y amantes del turismo activo. Pero también de personas que anhelan la paz de la montaña, respirar aire puro y vivir de cerca las tradiciones conservadas en la zona. Es posible pasear entre hórreos disfrutando de las vistas hasta llegar a la Iglesia de Santa María de Llas. Descubrir sus pinturas medievales, intentando adivinar el escudo de Cabrales, o imaginar los ancestrales usos del mágico Tejo plantado en su exterior.

Una cueva natural aguarda a todo aquel que desee sentir la tradición de la quesería tradicional desde sus mismos orígenes. Más tarde, con la mesa lista, solo queda prepararse para disfrutar. Conocer Sotres y sus alrededores es también una cita con una cocina deliciosa, desde la legendaria gastronomía de la zona hasta su interpretación más actual.

Leyenda y naturaleza planean juntas, envueltas en ráfagas de viento frío, sobre una panorámica secular. Aúlla el aire entre las ramas de los árboles contándole al viajero que, aún sin darse cuenta, el camino prosigue. Casi ha llegado el final de la ruta. O puede que esto solo sea el principio.

Sotres y sus alrededores

Invernales del Texu, en Sotres
Invernales del Texu, en Sotres. | Shutterstock

Ahí está Sotres, ya se ve a lo lejos desde la carretera que transcurre serpenteando en un ascenso inolvidable desde Poncebos. En invierno la imagen parece sacada de una postal. Humean las chimeneas de las casitas rústicas que ofrecen refugio al visitante. Acompaña el camino el ruido sordo del aleteo de las águilas. Mientras, desde algún punto impreciso, llega el aroma de un plato caliente cocinado al fuego cálido de un hogar.

En cualquier estación Sotres parece un pueblo robado a las páginas de un cuento. Una imaginación que se torna sólida y real, imbuida por la fuerza de las montañas que lo circundan. Los Picos de Europa inyectan al paisaje su misticismo. Ascendiendo más o menos un kilómetro se encuentran los Invernales del Texu, lindando con los Invernales del Cabao. Recorrerlos y respirarlos sirve para revivir, al menos por unos instantes, la vida de los pastores. Allí, la piedra de las edificaciones que les servían de refugio junto a sus rebaños todavía guarda el calor de sus vidas. Largas jornadas de hielo y nieve enclavadas en medio de la Ruta de la Reconquista, 915 metros antes de las nubes.

Imagen de la Ruta del Cares
Imagen de la Ruta del Cares. | Shutterstock

En Sotres también hay espacio para vivir aventuras y cumplir sueños. Es principio y fin de infinidad de rutas. Coexiste con la conocida Ruta del Cares, 12 impresionantes kilómetros entre Poncebos, todavía en Asturias, y Caín, ya en León. Un sendero que, una vez se empieza, es sencillo comprender el por qué de su sobrenombre: “Garganta Divina”. Una profundidad sin fin aparente, excavada en la roca, con la sonoridad verdosa del río Cares al fondo.

El Puente Bolín y el de los Rebecos sirven para sortear el hermoso obstáculo del río y detenerse unos momentos a digerir el impresionante paisaje. El Naranjo de Bulnes, erguido sobre el pueblo que le da nombre, vigila el principio del camino, en Poncebos. Acercarse a él, mirándolo de frente o de perfil, no importa, es una experiencia inolvidable.

Cerca también, el pequeño pueblo de Tielve brinda el ensueño de un aislamiento montañoso y solitario. La iglesia de San Cristóbal preside una plaza mayor en la que se conserva un típico lavadero. Aunque el auténtico protagonista aquí es el río Duje que avanza, envalentonado por la inercia del descenso, desde el corazón de los Picos de Europa. En esta zona descansa, formando pozas naturales, perfectas para refrescarse en un verano que, al final, siempre llega. Luego, pasada la calma, vuelve la tempestad de su cauce, hasta desembocar en el río Cares.

Tresviso, en Cantabria
Tresviso, en Cantabria. | Shutterstock

Sotres discurre en un entramado de picos y valles, cauces, hoces y gargantas anidadas por buitres. Kilómetros de montañas y pendientes, bosques que son puerta y frontera natural entre pueblos y comunidades. Al otro lado de una de estas fronteras, al final de una carretera de vértigo, espera, para el que se atreva a llegar hasta allí, Tresviso. El pueblo más aislado de Cantabria se hermana con Sotres a través de una calzada desafiante o al finalizar la Ruta del Desfiladero del Cares. Allí está, desconectado de todo, pero unido de forma indisoluble con una naturaleza que lo coloca, como su nombre, “tras el abismo”. Esta localidad de la Comarca de Liébana, asomada al Valle de Urdón, es la pieza que falta para completar el puzzle.

Ascender hasta Sotres es un regalo para todos los sentidos. Es el deseo de una estrella en un firmamento claro y limpio. Es la realidad de una naturaleza salvaje vista de cerca, el sabor de una comarca ancestral. Al fin, llegar significa robar instantes al presente para guardarlos eternamente en la memoria.