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Salas, orfebrería del tiempo en el occidente asturiano

Qué ver en Salas, Asturias

Salas comienza a desperezarse entre el canto de los pájaros y el rumor de la niebla que flota sobre el río. Los primeros rayos de un sol, todavía tímidos, rompen el silencio de la madrugada. Estallan contra el cristal de un cielo aún poblado de luces y sombras, agujereando nubes pasajeras. Poco a poco despiertan los pasos de los peregrinos que persiguen en los mapas el primitivo Camino de Santiago. Despiertan también callejuelas empedradas, aromas de café y pan recién hecho, vidas cotidianas… Pero también, castillos con sus fantasmas, colegiatas, santuarios y leyendas.

La de Salas es una historia de orfebrería, de un trabajo delicado y minucioso que ha ido dando forma a un tejido atemporal. Aquí, el pasado y el presente se combinan sobre un paisaje natural bordado de tradiciones. Las cascadas ponen música a los días que pasan y marchan sedimentados en el cauce del río Narcea hacia Pravia. Mientras, acordes habaneros se congelan en una gota de rocío sobre el alféizar de una ventana de Malleza. El tiempo siguen su curso, penetrando con sus agujas sobre la tierra de Salas. Tan solo hay que detenerse un momento para notar su tacto bajo la palma de la mano. Tan solo hay que fijarse para ir, poco a poco, descubriendo sus puntadas.

Una joya medieval decorando la puerta de occidente

Torre medieval en Salas
Torre medieval en Salas. | Shutterstock

Llegar a Salas significa detenerse ante una puerta que, en Asturias, se abre hacia un occidente de un verde intenso. Es cierto que, a lo lejos, se escuchan ecos vetustos marcados por los puntos y comas de Clarín. Es cierto que, desde la costa, deslumbran las puestas de sol sobre el mar cantábrico de Cudillero. Pero cuando se alcanza Salas, nada puede distraer una mirada que se queda prendida a su silueta.

En Salas, el musgo señala el norte geográfico pero, al mismo tiempo, un pasado que transpira medievo desde las piedras que lo sustentan. No en vano se trata de una de las villas medievales españolas mejor conservadas. La impresionante torre, del siglo XVI, es todavía la primera en dar noticia de los visitantes que llegan al pueblo. Del mismo modo que persevera, tantos siglos después, en mantener sus funciones defensivas. Eso sí, ahora limitándose a custodiar el Museo del Prerrománico asturiano.

Aunque todavía ciertos elementos conservados en su interior pueden conducir, sin necesidad de transbordo, en vía directa hacia el medievo. En ocasiones, en las mazmorras del sótano, es posible sentir un escalofrío recorriendo la espalda, como un secreto que es mejor dejar en silencio. Más arriba, una colección de lápidas epigráficas del siglo X, parecen querer desvelar quiénes se hospedaron bajo ellas.

Mausoleo de Fernando Valdés Salas
Mausoleo de Fernando Valdés Salas. | Shutterstock

Anexo a la torre se une el Palacio Valdés Salas a través de un puente que dibuja un arco de medio punto. Por debajo de dicho arco cruzan los peregrinos que transitan el primitivo camino hacia el Apóstol. Una ruta que prosigue, fiel al curso del rio Nonaya, en dirección a la próxima parada en Tineo.

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Antes de continuar, muchos caminantes deciden descansar en el palacio, hoy Bien de Interés Cultural y convertido en hotel. Al igual que allí descansa el recuerdo de la casa natal de Fernando Valdés Salas, afamado eclesiástico, inquisidor general y fundador de la Universidad de Oviedo. Un personaje que dejó escrito su deseo de descansar también en Salas tras su muerte. Así, en cumplimiento de sus últimas voluntades reposa en un mausoleo propio dentro de la Colegiata de Santa María la Mayor. El lugar ideal desde el que poder sentir el bullicio académico del Aula de Extensión Universitaria ubicada actualmente en el castillo.

El templo, del siglo XVI, conocido también como la Colegiata de Salas, es considerado una auténtica joya patrimonial. Una consideración que se reafirma fácilmente al contemplar tanto su exterior como su interior. Dentro, sorprende el espacio consagrado a la memoria de Fernando Valdés Salas. Fue esculpido en alabastro por el artista Pompeo Leoni, siguiendo precisas instrucciones testamentarias.

Fuera, las ráfagas de viento cruzan la torre campanario, añadida con posterioridad, al igual que las capillas y el pórtico. El nombre de la Casa de Alba sobrevuela las antiguas piedras, de su propiedad hasta hace poco en virtud de una herencia familiar. De aquel pasado y este presente son los recuerdos que palpitan en el corazón histórico de esta villa. Unido a través de arterias de historia y naturaleza a unos alrededores conectados con ella en cuerpo y alma.

Filigranas de pasado, brañas y misterio

Iglesia de San Martin
Iglesia de San Martin. | Ramón, Flickr

Ascendiendo, a no más de un kilómetro del pueblo, la historia de Salas prosigue dibujando filigranas sobre el mapa de Asturias. Hermosos detalles en los que se funden todas las tonalidades que adquiere la naturaleza. Intrincados diseños que hoy son eslabones de una cadena que se agarra al tiempo y al espacio. La primera parada obligada es la antigua iglesia parroquial del pueblo, San Martín. Ha sufrido muchas reformas, desde su construcción en el siglo X, pero el prerrománico asturiano brilla en ella como el primer día. Aunque algunos de sus elementos más valiosos se mantienen bajo la tutela del Castillo de Valdés Salas, las copias presentadas en la iglesia no influyen en el magnetismo de la atmósfera.

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A su alrededor, el antiguo cementerio desprende un halo de misterio imposible de ignorar. Desde allí, un gran tejo extiende su sombra milenaria. Sus ramas permanecen en conversación perenne con otro, junto a la iglesia. Se escuchan poesías, leyendas, susurros de akelarres… Entonces sobran las palabras y la paz del templo lo inunda todo. Durante unos instantes incluso el paisaje se aprecia mejor cerrando los ojos, solo sintiendo el camino que continua, en compañía del bosque, hacia el Santuario del Viso.

Para llegar a este mágico lugar es necesario ascender hasta casi 700 metros sobre el mar a través de la conocida por los lugareños como “Carretera de Galicia”. Una vez allí, la melodía del aire entre las ramas de los robles es la banda sonora original perfecta para unas vistas panorámicas impresionantes. El Santuario del Viso forma una atalaya donde se han petrificando leyendas, apariciones y devociones inmemoriales. La devoción mariana flota en el ambiente. Planea, desde el mirador, algo más arriba, sobre las montañas de Asturias. En los días claros el horizonte se vuelve infinito, traspasa brañas, cruza ríos y escala hasta cumbres que tocan las nubes.

Brañas vaqueiras en Salas
Brañas vaqueiras en Salas. | Shutterstock

Más allá, todavía cerca de Salas, se forjan nuevos eslabones que engarzan el pueblo con su historia. Las brañas vaqueiras son testimonio vivo de un pasado dedicado a la ganadería. Tradicionalmente eran los terrenos a los que los vaqueiros llevaban a su ganado a pastar. Eran personas dedicadas al ganado trashumante que se movían con el cambio de las estaciones. Por eso, las brañas albergan construcciones sencillas, casi mimetizadas con el entorno que las rodea. Persisten, en el norte, Cerezal o Faedo. Las Gallineas o Buscabrero en el oeste. Mientras, al sur del concejo, Buspol o Pevidal. Visitándolas es posible realizar pequeñas rutas, disfrutando del aire puro y la tranquilidad de una naturaleza que se ha mantenido inalterable.

Aleación de historia y naturaleza

Cascada de Nonaya
Cascada de Nonaya. | Shutterstock

Traspasando los límites de la capital municipal rápidamente se intuye que se entra en un espacio gobernado por dos reinas, naturaleza e historia. Gobernado también, inevitablemente, por la magia verde y acuática propia de una tierra de bosques, cascadas y ríos. Dejándose llevar por el murmullo del agua, las xanas comienzan a hablar un lenguaje propio entre las corrientes de agua. Siguiendo sus indicaciones se llega a la Cascada del Nonaya, parada obligada de la antigua ruta jacobea. Un lugar mágico donde refrescarse, jugar al escondite con los trasnos, cruzar puentes reales o imaginados escapando de la lluvia del nuberu.

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El Camino de Santiago se detiene también ante la sorpresa de San Salvador de Cornellana. Un monasterio, patrimonio de la humanidad desde el año 2015, ubicado entre Grado y Salas. Desde la distancia es posible contemplar las torres barrocas esculpidas sobre el cielo. De cerca, en la Puerta de la Osa la piedra conserva la leyenda de la fundación de este lugar santo. Un honor dedicado a este mamífero que, según narra la historia, cuidó y amamantó a la Infanta Cristina, hija de Bermudo II.

Monasterio de San Salvador en Cornellana
Monasterio de San Salvador en Cornellana. | Shutterstock

En la parroquia Santa Eulalia de las Dorigas hay otra construcción que merece la pena visitar. Un palacio del siglo XIV, residencial y defensivo al tiempo, rodeado por un romántico parque. El germen del palacio fue una torre medieval. Más adelante se alzaron doce columnas alrededor de un patio. Pero más que su jardín, su patio o la torre, la historia de su interior atrae sin remedio. Traspasar sus puertas es como colarse en el argumento de una novela. Sus líneas cuentan la historia de un acaudalado padre que adquiere el palacio a un vizconde arruinado para regalárselo a su hija el día de su boda. Alejandrina, que así se llamaba, disfrutó de un cuarto de baño expuesto en la Exposición Universal de París de 1900.

La aleación de Salas con sus cercanías cristaliza también en un paseo por Malleza, conocida también como “La pequeña Habana”. Con sus calles adornadas de casonas indianas y construcciones palaciegas, es pasaporte seguro a una travesía transoceáncia. Funciona además como antesala de Láneo, donde secaderos de tabaco, paneras y hórreos preceden, en la ribera, al río Narcea. Otro punto estratégico junto al río es Cornellana, capital salmonera y ubicación del Monasterio Cisterciense de San Salvador, del siglo XI. Punto en el que, en el mapa asturiano, es posible retroceder hasta un neolítico y paleolítico lejanos pero aún presentes en el castro de Peña la Cabra.

En esta joya astur occidental que es Salas siempre habrá mucho por descubrir. Un paraje más, un recodo más del río, las notas de una habanera, el grabado de una roca. Orfebrería de sueños para soñar comiendo esos “Carajitos del Profesor” inventados por Pepín, un día profesor de música de Salas. El sabor de las avellanas se queda pegado al paladar, igual que el paisaje de Salas, para siempre, a la mirada.