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La curiosa muralla china de Guadalajara, una rareza entre los pueblos negros

Muralla china de Guadalajara

Tierra dura, roca negra, altas montañas y profundos barrancos. Así es la zona de los pueblos negros. Un territorio aislado de la Serranía arriacense en donde aguardan rincones alucinantes para quien no tenga miedo a las vías estrechas. Allí zigzaguea custodiando al río Jaramillo la muralla china de Guadalajara. Una carretera serpenteante se rodea de inmensas lascas de piedra que parecen dispuestas adrede para hacer el paso impracticable. Siempre silencioso, este paraje parece no inmutarse, pendiente de los buitres que lo sobrevuelan en busca de algo que comer.

Puente de la muralla china
Puente de la muralla china de Guadalajara. | Fuente propia

Camino y roca unidos en un gran paisaje

Las panorámicas que deja la pequeña muralla china entre Corralejo y Roblelacasa resultan espectaculares. La denominación cuadra tanto por dos vías. Por un lado está el camino cementado que sube y baja hasta el Jaramillo. Herraduras y enormes pendientes caen sin pudor hasta un puente con un aspecto más antiguo de la que es la estructura. Data del último cuarto del siglo pasado. Sus inmediaciones ofrecen un lugar donde parar el coche o dar la vuelta. También una prueba para superar el vértigo mirando el curso fluvial desde la seguridad de su barrera.

Pero lo de muralla china le viene en buena parte por las protecciones que posee este camino. Como no podía ser de otra forma están realizadas con pizarra, la seña de identidad de la zona. Su aspecto de almenas hace que todo el camino simule ser un perímetro defensivo. El amplísimo desnivel con el que se retuerce cada segmento de esta vía refuerza esa semejanza con los lienzos de unos muros.

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Muralla china de Guadalajara
Riscos de la muralla china de Guadalajara. | Fuente propia

Pero hay otros elementos que también parecen verdaderas murallas y estos son más naturales. Se trata de los afloramientos de piedra de aspecto vertical que rodean la carretera. Aunque no llegan al orden impuesto por la tectónica de placas que se puede ver su homónimo de Finestres, sí que se aprecia cierto carácter mural. Las rocas, oscuras, se alzan en tramos bastante paralelamente y refuerzan la sensación defensiva del conjunto.

Un rinconcito rodeado de atractivos

Bien se esté en la vertiente occidental u oriental de la muralla china de Guadalajara se podrán encontrar elementos de gran interés que observar. Por el oeste queda Roblelacasa y Campillo de Ranas. En este lado, poco antes de entrar en el descenso al Jaramillo, se pueden recorrer los restos de una aldea que feneció. Restos de muros, perímetros de estructuras y casas que todavía se quieren quedar en pie. Todo entre árboles y pasto. Un ambiente que podría confundirse con el de un cementerio perfectamente. Su belleza nace de la languidez de la muerte y se puede ver en muchos otros puntos de la zona.

ruinas de una casa en los pueblos negros de Guadalajara
Ruinas de una casa en los pueblos negros. | Fuente propia

Por suerte, Roblelacasa, Campillo de Ranas, Majaelrayo o Robleluengo ofrecen algo más de vitalidad. El Ocejón, como no, queda en el fondo como el faro que es. Una montaña cuyo ascenso desde esta vertiente es sumamente bello en otoño. Una alternativa menos ambiciosa pero igual de bonita cuando hay agua son las cascadas del Aljibe, accesibles desde Roblelacasa. En todo caso, hay multitud de rutas de senderismo locales y hasta una GR que da la vuelta por Valverde de los Arroyos y Tamajón.

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Roblelacasa
Roblelacasa. | Shutterstock

Si en cambio se está en el otro lado de la muralla china las referencias son Corralejo y algo más lejos Colmenar de la Sierra. Ambos son también muy típicos de la zona. Antes de terminar el ascenso de la carretera que nombra el artículo se puede hacer un alto en algún recodo y observar a los buitres. Todo un espectáculo que solo requiere de paciencia en la mayor parte de las ocasiones. Sea como fuere, vistas estas majestuosas aves, solo queda ir a alguno de los restaurantes locales a comer migas o un buen cabrito asado. Al fin y al cabo, los clásicos no suelen fallar.