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Ecos de montaña y arte en la Hoya de Huesca

Hoya de Huesca

La Hoya de Huesca es una de las comarcas más bellas y estimulantes de la geografía española. Situada en su mayoría en la provincia aragonesa que le da nombre, recorrer sus paisajes repletos de contrastes y conocer su cultura supone una experiencia inolvidable. Podría decirse que es un rincón inspirador como pocos. Por eso tiene tanto sentido esta nueva manera de conocerla. La iniciativa Ecos en el paisaje, que invita al viajero a recorrerla disfrutando al tiempo de la narración de una serie de relatos íntimamente ligados a esta tierra y todo lo que la acompaña. Esta app turística, disponible tanto para Android como para iOS, ofrece siete rutas literarias que pueden aprovecharse online u offline.

Estas historias protagonizadas por personajes diversos no lo cuentan todo. Dejan que el visitante termine de formarse su propia imagen, su propio relato. Pero tienen gran valor como compañero de viaje, como un estímulo más. Por la bella descripción de ciertos aspectos y por el gancho que normalmente lanzan en forma de pregunta, promesa o misterio. Gancho que el oyente, entusiasmado e interesado, atrapa con gusto de inmediato.

Entendiendo la vida de las montañas

Ecos en el paisaje. | Turismo Hoya de Huesca
Ecos en el paisaje. | Turismo Hoya de Huesca

El primer relato descubre una ruta que palpita siempre escondida “entre montañas, a la sombra del Guara”. Este espacio natural protegido es, con sus 80.000 hectáreas, el de mayor extensión de Aragón. Protagonista de esta primera historia, lleva al visitante a recorrer pueblos y paisajes de lo más diversos. El parque natural de la Sierra y los Cañones de Guara es un espectáculo de la naturaleza, con sus gargantas estrechas, sus cuevas, sus valles, su flora y su fauna. Es, además, uno de los referentes mundiales para los amantes del barranquismo. Y el gran escenario en el que se encuadra la primera aventura.

Aventura que conduce a rincones como el monasterio de San Úrbez, que ha sido lugar de peregrinaje desde el siglo XIII. Como destaca Miguel, el protagonista del relato, “no debe haber nada tan grande en el mundo” como esta ermita. Con sus paredes de piedra y su aspecto regio, fue declarada Bien de Interés Cultural. Conduce también al pueblo de Lúsera, cuyas casas de piedra descansan sobre un risco. Este lugar sigue intentando recuperar la vida que se le escapó con la construcción del pantano.

A otra velocidad parece discurrir esta vida en Belsué. Establecido en los alrededores del parque natural, sobre una peña rodeada de montañas, ofrece postales de ensueño a todo aquel que se acerca a conocerlo. Otra localidad ideal que también atraviesa la ruta es Arguis, que habla bien de esos pueblos prepirenaicos con sus casas de piedra.

Pero, antes de todo esto, el escenario del que parte el protagonista de este primer relato es Nocito. En este pequeño y agradable pueblo la mayoría de las construcciones pertenecen al siglo XIX. Algunas son más antiguas. Este lugar es perfecto para contemplar una de las características más llamativas de la comarca: las grandes chimeneas troncocónicas coronadas con espantabrujas, relacionadas con la historia y el folclore local.

Precisamente lo que aporta el relato es un conocimiento cercano y entretenido de esa historia y de la cultura de los pueblos de la Hoya de Huesca. Mientras el visitante pisa esas montañas comprende, a través de la narración, cómo era el día a día de los pastores en el siglo pasado, cuando lo habitual era no salir nunca del valle. Acerca asimismo alguna de las tradiciones que todavía perviven, o cómo es la llegada del frío y la nieve, o cuánto se disfruta de la gastronomía. Incluso quedan homenajeados algunos de sus habitantes más ilustres, como la jotera Gregoria Ciprés, natural de Lúsera. Esta ruta es turística, cultural e histórica, ideal para conocer y entender cómo se vive en las montañas que definen los paisajes de esta comarca oscense.

Conociendo tres monumentos impresionantes

Ecos en el paisaje. | Turismo Hoya de Huesca
Ecos en el paisaje. | Turismo Hoya de Huesca

El segundo relato de Ecos del paisaje conduce a tres de los monumentos más importantes de la Hoya de Huesca. Acompañados de dos protagonistas que acuden a la zona en busca de un tesoro, mucho más relevante de lo que en principio imaginaban, se entiende pronto que aquel que tenga la oportunidad de visitar este lugar quedará maravillado.

El viaje comienza en Bolea, una villa de calles estrechas que ha conservado bien su pasado medieval, musulmán y cristiano. El relato recorre diferentes enclaves del pueblo para terminar en su impresionante colegiata, construida sobre un promontorio a mediados del siglo XVI. Este templo se construyó sobre uno anterior, románico y perteneciente al siglo XII. Son muchos los detalles en los que detenerse, pero hay que destacar por encima de todos la gran joya del conjunto. Es decir, el retablo del altar mayor, una obra de Gil de Brabante que combina escultura y pintura del XVI. Desde su mirador natural, además, se tiene la sensación de que la Hoya queda “a nuestros pies”. Así lo sienten los protagonistas del relato y así lo siente el viajero.

“Entre campos de cereal, cerezos generosos, almendros alegres de vistosas hojas verdes y olivos de piel arrugada”, como se describe en la narración, se llega a Aniés, que tiene a su joya particular escondida en las montañas. De nuevo montañas, pero es que esta comarca no se explica de otra manera. En este caso, como si fuera un milagro, la ermita de la Virgen de la Peña la rompe para encontrar su lugar. Es uno de los santuarios rupestres más importantes del Alto Aragón, el ascenso hasta el mismo es impresionante y las vistas desde la cima son de ensueño. Este monasterio desafía las leyes de la gravedad y hace que uno se pregunte cómo fue posible su construcción, especialmente teniendo en cuenta que data del siglo XIII.

Dos siglos antes se levantó el castillo de Loarre, enclave que también se descubre en este recorrido. Está considerada la fortaleza románica mejor conservada de Europa. En sus orígenes fue un palacio real, después adquirió las funciones de monasterio y hoy en día es un castillo de cuento, escenario de películas y deleite de visitantes. Fundado por Sancho III el Mayor, este lugar fue clave en la reconquista cristiana de la zona, en parte por el control que desde su posición se tiene de la llanura de la Hoya. Hay que detenerse con atención en su muralla con sus once torreones, sus diferentes estancias y los secretos que esconde, muchos explorados en la narración propuesta.

Tras la visita a estos tres monumentos de gran importancia en Aragón, esta segunda ruta concluye de una manera inmejorable. Desde el mirador de los Buitres, en Sarsamarcuello. En la altura que ofrece este lugar pueden contemplarse los mallos de Riglos, Murillo de Gállego y Agüero, formaciones naturales que dejan sin aliento. Su cielo está siempre coloreado, además, por buitres leonados, que han encontrado en estas formaciones su morada. El paisaje, con todo esto, es espectacular. Se tiene la sensación de que la vista no puede abarcarlo todo, de que a veces la naturaleza es demasiado para el ser humano.

Descubriendo rincones insólitos

Ecos en el paisaje. | Turismo Hoya de Huesca
Ecos en el paisaje. | Turismo Hoya de Huesca

Del invierno de Miguel en Nocito pasamos al verano de Jean el peregrino, que se propone en esta tercera ruta descubrir y descubrirnos un camino a pie que parte de Huesca. Apetece imitar sus pasos, saborear cada sensación y absorber cada color y cada expresión artística de la que habla el protagonista. Para ello hay que comenzar en la misma capital de la provincia, donde se descubren joyas como la iglesia de San Pedro el Viejo, declarada Monumento Nacional en 1885. Puro exponente del románico aragonés, su claustro es de visita obligada. Y una vez que se abandona Huesca en dirección a Barluenga, siguiente parada de esta ruta, es también obligatorio girarse a contemplar la catedral en la distancia, “alta, elegante en su sencillez, majestuosa en su entorno y dominante”.

En Barluenga, situada entre el llano y la sierra, hay que visitar la ermita románica de San Andrés, una de las razones por las que el peregrino emprende su viaje desde Canadá. Su objetivo es empaparse de todo lo que esconde ese pequeño templo. Lo cuenta así: “el ligero olor a humedad, a flores secas, a piedra milenaria, el rayo de luz entrando por la puerta, el sonido de los pasos al entrar en la pequeña iglesia, el tamaño que yo ocupo dentro de ella. Y el rojo, toda la gama de rojos y granates que cubren cuerpos y vestiduras y que en la época probablemente fueran otros”.

El caminante, y el visitante, se queda impresionado ante las pinturas murales de los siglos XIII y XIV que representan el Juicio Final. Esta iglesia y su tesoro artístico ejemplifican bien aquello de que las cosas más insólitas pueden encontrarse en los lugares más insospechados.

Los pasos guían, tras el pequeño pueblo de Barluenga, hasta el de Santa Eulalia la Mayor, cuya silueta es inconfundible, con su torre defensiva dominando la panorámica. La posición que uno tiene allá en lo alto, junto a ese torreón edificado en el siglo XI, es de impresión. La zona está llena de este tipo de construcciones. Saliendo de Santa Eulalia se descubre el castillo de Montearagón. Sus formas del siglo XI rompen el paisaje y sorprenden como sorprende cada monumento en este lugar.

La siguiente parada en el camino es Vadiello, con sus mallos, sus cañones y el color único de su agua. Para esta parte final del relato, uno encuentra en las palabras las sensaciones que se experimentan en este espacio, al contemplar el embalse de Vadiello, “de un color salvaje” y rodeado de “un paisaje lunar modelado por el agua, el viento y la lluvia a través de siglos y siglos”. Santa Eulalia todavía puede verse desde allí, así que es inevitable detener una vez más la mirada en sus formas.

Pero hay que seguir, solo para concluir por ahora. El destino final es la ermita de Santa Cruz, un pequeño y sencillo templo del que el relato lanza varias promesas: “superstición y creencia al mismo tiempo. Las tormentas, las brujas, el miedo…”. Otro nuevo gancho para que el visitante quiera, a partir del paisaje y estas palabras, saber más, conocer más, ir un paso más allá. El peregrino sigue recorriendo el sendero y así descubre una vista incomparable de la iglesia de San Cosme y San Damián. O de la casa palacio de los condes de Guara. Así, poco a poco, llega a Fuensanta, una fuente santa donde “todo estaba lleno de helechos y musgo verdoso que desprendían frescura y felicidad”. Como la Hoya de Huesca y sus ecos en el paisaje.

Artículo creado en colaboración con Turismo Hoya de Huesca.