Con sus sucesivas reformas y ampliaciones, el Monasterio de Sant Pere de Rodes es una maravilla de la arquitectura románica catalana. Un complejo monacal de gran envergadura y con una historia igual de compleja. Un lugar que no puede dejar indiferente a nadie, tanto por su belleza como por las tierras en las que ancla sus raíces: en el norte de la provincia de Girona.

Historia sin reparos
Una historia compleja, como la que suele acompañar a los grandes monumentos religiosos del país. Por ello no resulta fácil conocer con exactitud el momento de su construcción. Las primeras referencias de este inmenso templo datan del año 878. Sin embargo, no fue hasta 945 cuando el lugar fue reconocido como abadía benedictina independiente. Ampliaciones y reparaciones se sucedieron a lo largo de los siglos XI y XII, periodo durante el cual el lugar adquirió su silueta lombarda tan característica.

Un lugar para el que las palabras no bastan
Desde las celdas del monasterio pueden observarse bellas vistas, donde el ojo atisba la sinuosa Costa Brava. Un mirador privilegiado donde disfrutar de la bahía de Llansá y del Port de la Selva, al norte del parque natural del Cap de Creus. Desde la lejanía, y también desde el interior, sorprenden las torres, la del campanario y la defensiva. Dos guardianas que acogen al visitante con sus muros de piedra recios y perfectamente ensamblados.

Fue en el siglo XVII cuando inició su decadencia, siendo finalmente abandonado por los benedictinos en 1793. Aun así, ya en 1345, la peste negra hizo sus estragos en el templo llevándose consigo la vida de 24 monjes. El temor a los ataques corsarios, la falta de donaciones y el aislamiento del lugar hicieron lo suyo. A pesar de las vicisitudes, las restauraciones llevadas a cabo durante el siglo XX devolvieron su dignidad a esta maravilla del románico catalán.