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Las historias perdidas en la soledad de las islas Columbretes

Islas Columbretes

En las islas Columbretes, a casi 50 kilómetros de la costa de Castellón, las olas del mar y los graznidos de los pájaros que sobrevuelan el desolado paraje son los únicos sonidos. En sus tierras, lagartos, gaviotas y alacranes conviven con unos pocos humanos. Son los guardas de estas ínsulas, que se reparten su vida entre la isla y la península, la soledad y la socialización. En las oscuras noches que bañan a las islas, solo el faro alumbra al navegante que vaga por estas aguas del Mediterráneo, y lo lleva haciendo desde 1.856. En las inmediaciones, las tumbas de algunos de los que pasaron por aquí moran en el desamparo de un cementerio de solo cinco lápidas.

¿Quiénes eran? ¿Quién viviría o moriría en este lugar dejado a su suerte desde que naciera? ¿Qué historias guarda este solitario páramo?

Puesta de sol en las islas Columbretes
Puesta de sol en las islas Columbretes | Pixabay

Las islas Columbretes

Para empezar a resolver dudas, primero se hace necesario hablar del escenario. Aún hoy muchas personas desconocen de la existencia, no solo de esta, sino de muchas otras islas de las costas españolas, como las Medas, Tabarca o la isla de Lobos. De todas ellas, las más aisladas, las más alejadas de la costa, son las Columbretes.

Hace dos millones de años, los cambios que se produjeron en la corteza terrestre por toda la costa mediterránea dieron lugar a estas islas, de carácter volcánico. La explotación pesquera, las numerosas visitas de excursionistas y su breve utilización como campo de tiro llegaron a poner en peligro sus recursos naturales. Por suerte, en 1988, las Columbretes pasaron a convertirse en reserva natural, mientras que en 1995 su entorno marítimo pasó a ser también reserva marina. La zona, compuesta por cuatro grupos de islas volcánicas, se puede visitar, previa autorización, y sus aguas son ideales para realizar snorkel o buceo.

El faro: mantener la luz cueste lo que cueste

Las islas Columbretes no fueron habitadas hasta el año 1.856, momento en el que se construyó el faro. Desde entonces la misión de sus trabajadores, como la de cualquier otro farero, ha sido la de mantener su luz siempre encendida con la intención de consolidar la seguridad marítima. Por la noche, se organizaban en dos turnos y, por el día, había que limpiarlo y resguardarlo de agentes externos.

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Siguiendo en el pasado, los trabajadores se turnaban para vivir en las islas durante un mes, aunque hubo familias que se asentaron permanentemente. Pero nadie quería que su destino fuera este. El faro de las islas Columbretes estaba considerado como uno de los peores debido a sus duras condiciones de vida y su aislamiento. Por ello, eran los fareros más noveles los que eran destinados a él. Cuando había temporal las olas envolvían la isla surcando sus tierras de un lado a otro y los barcos que aprovisionaban a sus habitantes, más o menos cada 15 días, no podían llegar. Así, hubo casos en los que las provisiones se pasaban sin arribar a costa entre uno y dos meses.

Faro de las islas Columbretes
Faro de las islas Columbretes | Shutterstock

Las desgracias de las islas: naufragios, un pequeño cementerio y canibalismo

Estas condiciones proporcionaban el escenario perfecto para el desarrollo de desgracias. Así, la mujer del farero Aurelio Zacarías, Dolores Guerra, perdió a su bebé dos días después de que este naciera, tal como cuenta en el documental Aïllats, la memoria de Columbretes. El pequeño, primer humano nacido en la isla, fue enterrado en el minúsculo cementerio de Columbretes, el cual acoge en su interior cinco lápidas, sepulcro de entre unas 10 y 12 personas y construido por los propios fareros. Entre sus cenizas descansan también los restos de otros fareros y marineros.

Asimismo, en Columbretes se dio al menos el caso de la muerte de otra niña en los márgenes de una historia que linda con el canibalismo. Al parecer, unos náufragos llegaron a la isla cuando sus habitantes se encontraban velando el cadáver de la hija de uno de los fareros. Los residentes compartieron sus provisiones con los visitantes. Pero, un temporal puso en aprieto a todos los allí presentes y el hambre les embistió como una de aquellas olas que anegan Columbretes en mal tiempo. Según se cuenta, los náufragos, muertos de hambre, planearon entonces comerse al cadáver. Sin embargo, uno de ellos se negó y avisó a la familia, que se prestó a poner a la difunta a salvo.

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Los episodios bélicos en las islas Columbretes

Las guerras también se abrieron paso en las Columbretes de curiosas formas, que nada tenían que ver con lo vivido en la península. Así, entre los años de 1914 y 1918 durante la Primera Guerra Mundial, submarinos y barcos ingleses, alemanes y franceses transitaron con frecuencia las aguas de la solitaria isla ante los asombrados ojos de los fareros, produciéndose episodios bélicos y de naufragios. En 1916 el barco italiano Cornigliano se hundió en las inmediaciones de Columbretes debido al ataque de un submarino austriaco. Murieron  unas 19 personas de 31, pero el resto pudo llegar a tierra.

Por otro lado, durante la Guerra Civil española, los aviones surcaron los cielos de Columbretes y sus lugareños veían latas de conserva en los mares. “Otra vez fue un paracaídas”, contaba la hija del farero Antonio Martínez, Pilar Martínez, en el documental citado con anterioridad. “Con aquella tela se hicieron delantales para cuando se lavaba la ropa”, añade. También se usó esa tela, según cuenta, para hacer una especie de braguero para que las cabras no arrastraran las ubres cuando estaban llenas de leche.

Las islas Columbretes con el faro de fondo
Las islas Columbretes con el faro de fondo | Shutterstock

La vida en la isla: no todo iba a ser malo

Aunque la soledad siempre ha formado parte de las vidas de quienes habitaron estos lares, la alegría también inundó algunos corazones, sobre todo los de los más pequeños. Hubo un momento en el que vivieron en la isla unas tres o cuatro familias. Los niños entonces podían salir a jugar con sus iguales, a menudo dedicándose a atrapar alacranes. De hecho, eran tan comunes que muchos recibieron el doloroso aguijón del escorpión. “A mi padre, mi hermano y a mí nos picaron”, relata divertido el hijo del farero Ramón Roig, de igual nombre, también en la obra Aïllats, la memoria de Columbretes.

Uno de los problemas en las islas se presentaba en el momento en el que nacía un hijo o hija. En la isla no había ni hay escuela, por lo que eran los propios padres los encargados de la educación académica de sus hijos, al menos en lo que respecta a la educación primaria. “Corríamos por toda la isla, por aquellos acantilados, por donde están las gaviotas, corríamos como si fuéramos cabras montesas”, señala Roig sobre una infancia que recuerda con alegría.

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La actualidad

En 1.975 los avances tecnológicos hicieron posible que el faro se pudiera automatizar, momento desde el cual solo hay que realizar un mantenimiento de la instalación. Ahora son los guardas de la reserva los que subsisten allí. Cada 15 días cambian el turno con sus compañeros, por lo que pasan medio mes en el mar y otro medio en la península. Sin embargo, las condiciones de vida han mejorado mucho. Asimismo, para visitar el cementerio, ahora incluido en la reserva, también hay que pedir autorización.