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El pueblo al que no llegan los coches

Bulnes

Ruido. Ruido de agua, ruido de piedras crujiendo bajo los pies de un caminante, ruido del cantar de un zorzal, ruido de lluvia… Pero, ¿ruido de coches? Ninguno. Porque por este baluarte de piedra jamás ha pasado un vehículo rodado. Puede que helicópteros sí. Cuando han sido necesarios para socorrer a la escasa población que habita el pueblo de Bulnes, casi el último reducto de humanidad en las montañas de Asturias.

Siempre zona de paso para el ganado, Bulnes se convirtió en pueblo cuando unos pastores decidieron quedarse aquí a vivir. Al principio y durante la mayor parte de la historia, los bulnenses han permanecido aislados del resto del mundo. Literalmente. Porque no había nada que los conectara con la civilización más que un camino de alta montaña con el municipio de Poncebos.

Bulnes
Una de las casas del pueblo de Bulnes. | Shutterstock

Sin embargo, las vidas de los vecinos de esta localidad cambiaron cuando se abrió un funicular en 2001. Se trata de un teleférico que conecta el citado Poncebos con Bulnes a través de una ruta subterránea de dos kilómetros. Así, en apenas siete minutos el visitante o el residente puede estar en Bulnes. No obstante, el pueblo vuelve a quedar aislado como antaño cuando el funicular, sobre las seis de la tarde, cierra sus puertas.

El camino a pie al corazón de los Picos de Europa

Al salir del funicular, las vistas que aguardan son casi indescriptibles. Bulnes se asienta a 649 metros de altura en un coqueto valle rodeado por los Picos de Europa y bajo la vigilancia, a lo lejos, del archiconocido Naranjo de Bulnes o, lo que es lo mismo, el Pico Urriellu. De hecho, Bulnes hace de antesala del pico, del que se halla a unas cuatro o cinco horas a pie. No es la única ruta que se puede emprender desde él. Las excursiones a Sotres, a Fuente Dé o a Collado Pandébano son otra posibilidad.

Pico Naranjo de Bulnes
Pico Naranjo de Bulnes. | Envato

Pero, sin duda, la ruta que es imprescindible es la que asciende al propio Bulnes partiendo de Poncebos, desde donde, por cierto, también nace la Ruta del Cares. Los vecinos le recomendarían a cualquiera que ascendiera por primera vez a este lugar alejado de la mano de Dios que lo hiciera a través del camino que discurre junto al canal del Texu. El camino en cuestión es el mismo que tradicionalmente subían y bajaban los vecinos antes de la apertura del funicular.

Este trayecto se extiende a lo largo de cuatro kilómetros y acumula 400 metros de desnivel comprendiendo pendientes que llegan hasta el 18% de inclinación. No obstante, el sendero se hace entre una hora y media y dos horas y es asequible casi para cualquier tipo de público. Incluso se puede subir y bajar en un mismo día.

Gente Bulnes
En los últimos años el turismo se ha intensificado en Bulnes. | Shutterstock

Bulnes, un viaje a la desconexión

Se llegue como se llegue, una vez arriba el visitante verá lo mismo: un pequeño pueblo de casas de piedra, muchas en ruinas, dividido en dos partes. Por un lado, tenemos Bulnes de Abajo, conocido también como la Villa. Por otro, ubicado sobre un pequeño cerro, está Bulnes de Arriba o el Castillo. Esta segunda zona posee menos edificios que la primera y también casas más antiguas.

Bulnes de Abajo dispone de más servicios. Desde cafeterías y restaurantes hasta alojamientos, pues desde que se abrió el funicular el turismo aumentó mucho, tanto que durante los meses de verano los vecinos pueden permitirse vivir de él. Durante el invierno, por contra, los vecinos de Bulnes vuelven a subsistir como siempre lo han hecho: gracias a la ganadería y bajo unas duras condiciones de vida que ya aguantan pocos. En 2021, según indica el INE, el número de habitantes era de apenas 27, de los cuales pocos son los que residen allí durante todo el año.

Así, vivir en Bulnes es todo un desafío, pero ¿quién no querría pasar aquí uno o dos días alejado del ruido de los coches y de la iluminación de las ciudades? Porque visitar Bulnes significa, más que nunca, un viaje a la desconexión total.