Galicia es tierra de castros. Tanto en el interior como en su zona costera, acumula este tipo de enclaves que usaron galaicos, celtas y astures como poblaciones. El de Santa Tecla, o Satan Trega en gallego, es uno de los más extensos que se han encontrado en la comunidad. Un carismático lugar en lo alto de un monte entre el Atlántico y el Miño. Estudiado desde inicios del siglo XX, se sitúa en el municipio de A Guarda, al suroeste de la provincia de Pontevedra.

Una urbe absorbida por la romanización
Lo que hoy se ve se del castro de Santa Tecla son un gran conjunto de viviendas y estancias comunales. La redondez reina, con plantas circulares y ovaladas por doquier. Alguna hay rectangular, pero ni siquiera ellas ceden del todo y sus esquinas aparecen suavizadas. Lo excavado no abarca lo que era Santa Trega. Distintas investigaciones sitúan un largo de más de 700 metros y un ancho que alcanza los 300. Un gran tamaño que habría supuesto que en su auge acogiera entre 3.000 y 5.000 habitantes. Dado que esto habría ocurrido entre el I a.C. y el I d.C., es una cifra bastante alta.
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A primera vista parece que el carácter defensivo es claro. Una muralla marca el perímetro de este poblado que se cree galaico, cultura ancestral gallega emparentada con los celtas. Sin embargo, parece ser que no estos elementos de fortificación no eran más que los mínimos. Con dos puertas, la disposición y objetos encontrados durante más de un siglo de trabajo apuntan a que no estaba destinada a aguantar grandes asedios y batallas. Así, sería más un enclave comercial que guerrero. Por ejemplo, el castro de Baroña, en la ría de Noia, estaba mucho más preparado para resistir. Lo mismo ocurre con castros de Asturias, El Bierzo, León o Zamora.

En esta dirección señalan los artefactos extranjeros hallados. También los restos de actividades comerciales y agrarias, que darían sustento a una localidad que acogió sin problemas la llegada de Roma. Los intercambios con los latinos fueron abundantes durante los dos siglos en que más prosperó el lugar. Lo que no podía igualar a Baroña en defensa lo ganaba con su capacidad de acceder a recursos. Además de obtener beneficios del mar, como demuestran los concheiros o depósitos de despojos marinos, eran capaces de cultivar. Asimismo, canalizaban agua dulce con facilidad.

Su esplendor duró hasta que sus habitantes decidieron romanizarse del todo. Así lo indica el abandono progresivo del siglo II. Aunque parece ser que nunca quedó vacía del todo hasta inicios del medievo, con un repunte durante la crisis del siglo III y la caída del imperio romano, no se recuperó. La estrategia del emperador Vespasiano de dar la ciudadanía a los hispanos y sus ciudades surtió efecto. Los lugareños fueron a enclaves romanos a vivir. Mientras las provincias ya plenamente romanas prosperaban en todo el país, de Cáparra y Regina Turdulorum a Astorga, el castro de Santa Trega se vació.

El pasado del castro de Santa Tecla
Aunque el poblado que se ha datado en el I a.C., los galaicos usaron el terreno desde antes. La habitación, según la información del ayuntamiento de A Guarda, está confirmada desde el siglo IV a.C. Dos milenios antes, gentes del Neolítico dejaron diversos petroglifos. Se trata de grabados geométricos en piedra que se integraron en cierta manera con la población posterior. Se pueden encontrar elementos parecidos, por ejemplo, en el faro de Punta Nariga de Costa da Morte. En todo caso, suponen una confirmación de que el terreno había llamado la atención de los habitantes locales desde tiempos muy antiguos.

El descubrimiento a finales del siglo XIX fue seguido de una primera campaña arqueológica entre 1914 y 1923. Le siguió la labor de Cayetano de Mergelina y Luna, entre 1928 y 1933. Dejó una gran impronta en A Guarda y ha pasado al callejero local. En esta etapa se descubrieron buena parte de los edificios sacados a la luz. Además, obtuvo la condición de Monumento Histórico Artístico Nacional. Sin embargo, la Guerra Civil y todas sus consecuencias llevaron a que el monte se abandonara. Una carretera cercenó al yacimiento de manera antinatural, atravesándolo por el medio. Por su parte, las plantaciones de árboles en la zona también dañaron al castro de Santa Trega.

Las reconstrucciones de viviendas que se ven se ejecutaron en los años 70. La forma elegida para los techos es algo arbitraria, ya que no está probado que fueran cónicos o tuvieran esa estructura. En todo caso sirven para hacerse una idea de cómo eran las casas de Santa Tecla. De tamaño parecido, se reparte juntas pero sin tocarse. Algunas tenían vestíbulos, muestra de influencias externas. En piedras que servían de parte superior de las puertas se han hallado grabados geométricos, por ejemplo de triskel.
Otros edificios menos elaborados se cree que funcionaban como almacenes. Un conjunto de canalizaciones cinceladas en la roca y cubiertas con losas aseguraba el suministro de agua y evitaba inundaciones por lluvias. Dado que falta todavía mucho por excavar, el tamaño y la cantidad de habitantes son predicciones por confirmar. En todo caso, si que es seguro que se trataba de una población extensa y abierta al mundo exterior.

La visita al castro de Santa Trega
Desde A Guarda, localidad parte del Camino de Santiago Portugués de la Costa, es fácil llegar al monte Santa Trega en coche. También hay buen acceso desde Tui, Baiona o Vigo. Su puerto y centro son excelentes opciones para antes o después de la visita al castro de Santa Tecla. Una vez en el lugar, conviene visitar el MASAT. Se trata del museo dedicado a la población galaica. Además de dar información contextual clave para apreciar las ruinas, se despliegan multitud de objetos hallados. Así se comprueba la mezcla entre los elementos de artesanía propios de los lugareños y los que obtuvieron de Roma. Por desgracia no se puede contemplar una estatua de bronce de Hércules encontrada en las inmediaciones, robada en el siglo pasado.

Junto al museo se ubica el santuario de Santa Trega. Esta ermita existe desde la Edad Media y ha sido reformada en diversas ocasiones. Fruto de ello es su aspecto más moderno. Acoge a la patrona de A Guarda, que da nombre al monte y castro. Varios miradores y un par de Vía Crucis completan el conjunto. El más llamativo es de principios del siglo XX, mientras que el otro es del XVII, mucho más contenido. Durante agosto se celebra una romería llamada Festa do Monte. Muy arraigada, hace que casi todo el pueblo se acerque a contemplar desfiles, conciertos, etc. Sin embargo, en ocasiones no se respeta del todo el yacimiento, lo que ha generado polémicas. Algo que se extiende a los turistas comunes, por lo que es necesario ser responsables y respetar al máximo el entorno al visitarlo.