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La cartuja de Porta Coeli: una vida de oración salpicada por un negro episodio

Cartuja de Porta Coeli

En pleno valle de Lullén, en el corazón de la sierra Calderona y por tanto en un entorno envidiable, la cartuja de Porta Coeli se presenta como un espacio bellísimo e histórico. También en cierto modo misterioso. Por esa clausura que inmediatamente desata la curiosidad del viajero y por el negro episodio vivido a mediados del siglo pasado. Con todo esto, se entiende el interés que lleva despertando desde prácticamente su concepción.

Una vida de oración en la cartuja de Porta Coeli

Cartuja Porta Coeli
Cartuja Porta Coeli. | Shutterstock

La rutina de quienes habitan las cartujas, en general, responde al lema “una vida de oración”. Se trata de una “familia de monjes contemplativos que, en el mundo de hoy, intenta llevar a cabo una experiencia intensa del Dios que Jesucristo nos ha revelado”. Así se definen a sí mismos en la página web oficial de la cartuja de Porta Coeli.

Esta orden no nació realmente como orden sino como comunidad. Tiene su origen en el siglo XI a partir de las enseñanzas de san Bruno. Este hombre de profunda religiosidad solicitó al obispo de la ciudad francesa de Grenoble, junto con seis compañeros, un espacio en el que poder llevar una vida eremítica. Así nació el primero de los monasterios cartujos. En un valle aislado de los Alpes franceses donde podían llevar a cabo esta vida dedicada a la oración. Es, de hecho, una orden contemplativa sin ningún tipo de actividad apostólica.

La estructura de los monasterios cartujos responde a los principios con los que la orden fue concebida. Es decir, soledad y silencio, aunque sin abandonar la comunidad. Por eso, el espacio queda organizado, además de las zonas comunes, en pequeñas casitas independientes repartidas entre todos los monjes. Cada una contiene un espacio de oración y una cámara donde pasan la mayor parte del tiempo, con su dormitorio y su sala de estudio y lectura.

La cartuja de Porta Coeli se construyó cumpliendo esta disposición, sobre los restos de un antiguo poblado andalusí, en el año 1272. Aunque se levantó siguiendo en un principio el estilo gótico, el paso de los siglos y los diferentes estilos arquitectónicos le han llevado a ser un mixturado. Gótico, renacimiento, barroco y neoclasicismo se advierten en sus formas. El complejo está dividido en dos zonas, estructuradas en torno a dos claustros.

A la cartuja se accede por un bello puente construido a comienzos del siglo XIX. En la zona baja del monasterio se encuentran las huertas y el patio. Tiene también una herrería, incluso una bodega. Casi parece una ciudad en sí misma. Una ciudad en la que reina el silencio.

Su historia más negra

Cartuja Porta Coeli
Cartuja Porta Coeli. | Shutterstock

Con una existencia casi milenaria, se entiende que la cartuja de Porta Coeli haya pasado por momentos complicados a lo largo de los siglos, pero ninguno como el episodio que hay que rescatar de mediados del siglo pasado. En el año 1939, con la guerra civil española recién concluida, unos terrenos antaño pertenecientes a la cartuja se cedieron al gobierno franquista para usarlos como campo de concentración. Miles de presos del bando republicano, algunos historiados barajan la cifra de 10.000, fueron aquí recluidos. Se estima que más de 2.238 personas, según el registro civil de Serra, donde se ubica el monasterio, fueron fusiladas entre 1939 y 1956.

Francisco Fuster Serra explica, en su libro Cartuja de Portacoeli: historia, vida, arquitectura y arte, que posteriormente los militares franquistas ayudaron a la reconstrucción y mejora del monasterio. En 2006 fue declarado Bien de Interés Cultural con la categoría de Monumento.

Aunque es tentador visitarlo, por la belleza de sus formas y por esa historia que lo acompaña, hay que recordar que las visitas no están permitidas. “Respetad la soledad de la cartuja, gracias”, puede leerse en un letrero a la entrada. Sea.