Según la leyenda, el nombre de Mondragón homenajea la antigua victoria de la población local sobre el dragón Herensuge. La bestia moraba en las inmediaciones del monte Santa Bárbara. Sea como fuere, no queda del todo claro si fue la leyenda la que dio nombre a la ciudad o si fue el propio nombre quién originó la leyenda.
En 1260, el rey Alfonso X el Sabio otorgó la Carta Puebla a Arrasate. La segregó de Leintz y decidió cambiar su nombre por el de Mondragón. ”Queavie ante nombre de Arresate a que nos ponemos nombre de Montdragon”, reza el documento. La nomenclatura castellana se mantuvo hasta entrado el siglo XX. Entonces pasó a ser Arrasate-Mondragón.
Mondragón fue uno de los escenarios más cruentos de las luchas banderizas entre oñacinos y gamboínos. Se adscribieron a los primeros la familia Guraia y a los segundos la de los Bañez. Esta rivalidad provocó un gran incendio en la ciudad en junio de 1448.
En los años siguientes, los villanos de Mondragón derribaron una torre y un castillo de los banderizos. También mataron a uno de los principales líderes. Así lograron incorporarse a la Hermandad de Guipúzcoa, una milicia provincial. Más tarde, los Reyes Católicos impusieron la presencia continua de un corregidor en la villa. Como consecuencia, en 1490 los dos bandos, Guraia y Bañez, fueron disueltos.
Desde entonces, la ciudad comenzó a desarrollarse industrialmente. Alcanzó un elevado nivel de tecnificación durante los siglos XVI y XVII, cuando la explotación de hierro se asentó con fuerza. Se comenzó también a producir armería. De esta forma, la villa en una gran exportadora de espadas de acero, elaboradas con el mineral de hierro del monte Udalatx. Entre sus clientes más prestigiosos se encontraban los monarcas españoles Felipe III y Felipe IV.
El acero mondragonés alcanzó fama internacional. Algunos hijos de la villa, como Garibai y los Okendo, lograron honra y fortuna. Este impulso económico derivó también en la construcción de importantes palacios en la villa.
En septiembre de 1794 se constituyó en Mondragón una “Diputación a guerra“. El ente aglutinó a los guipuzcoanos que se negaron a acogerse a la rendición negociada en Getaria con el ejército francés. Desde allí se organizó la resistencia hasta que, unos meses después, la villa fue conquistada por los galos.
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