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La gran montaña de Navarra que fue punto de unión de 3 reinos

Mesa de los Tres Reyes

La Mesa de los Tres Reyes roza las nubes del cielo de Navarra. Un lugar de reunión regio situado a casi 2500 metros de altura. Allí, en las alturas, tan solo el viento fue testigo de las conversaciones entre los monarcas de los antiguos reinos de Aragón, Navarra y Francia. De estos encuentros, ahora solo quedan el nombre y algunas sombras que, a veces, pueden intuirse entre las nubes.

Los Pirineos están llenos de sorpresas que toman forma de montañas, picos y valles. El relieve de su orografía es un mensaje escrito sobre el cielo. Palabras calizas que se escriben entre Cataluña, Aragón y Navarra, a veces formando gritos, otras susurros. Letras que han quedado grabadas en la piedra formando caminos transitados entre un antes y un ahora. A cada paso del trayecto hay una invitación a pararse, disfrutar, imaginar… Pequeños pueblos de casas típicas y callejuelas, valles que parecen enormes pisadas de gigantes, ríos que cantan y ya, casi en las nubes, se congelan… Hasta una mesa donde, todavía hoy, continúan reunidos tres reyes.

El ascenso en busca de los reyes

Paisaje montañoso en la Mesa de los Tres Reyes
Paisaje montañoso en la Mesa de los Tres Reyes. | Shutterstock

Es posible iniciar la búsqueda de los reyes en las tierras oscenses de Ansó y el Valle del Linza, así como partir del Rincón de Belagua. Ambas son puertas de acceso perfectas para comenzar la ascensión hacia la cima de los tres reyes, aunque la última es algo más larga. Tomando la carretera hacia Isaba, el río Belagua se convierte en la sintonía de la primera parte del viaje.

El barranco de Aztaparreta ya es un primer aviso para un cauce que se inicia pedregoso y difícil. Pero, por suerte, existe un puente que cruza por encima, para engañar el peligro de una crecida en épocas lluviosas. En este punto las hayas comienzan a despedirse, alzando sus ramas, con su melodía de hojas y aire. Son multitud en Mata de la Haya, un hermoso hayedo de este rincón de Belagua. Respiran a su propio ritmo, tranquilo y sombreado, incluso en las tardes veraniegas. Oscuro y húmedo, cuando el otoño aprieta el calendario.

Mata de la Haya en el Valle de Belagua, Isaba
Mata de la Haya en el Valle de Belagua, Isaba. | Shuttestock

Hay que seguir, dejando atrás la borda del Inza, hasta encontrar el inicio de un sendero que conduce a través de las laderas de Lazagorria. Cerca, tras una subida intensa, un secreto espera ser descubierto una vez más. Como lo ha sido infinitas veces a lo largo de los siglos, puede que también por esos reyes de leyenda que dejaron la impronta de su historia en las montañas.

Se trata de una cavidad abierta en el interior de una peña caliza, la Cueva de Antxomarro, también conocida como  Cueva del Rey. En su interior, dividido en dos estancias, la leyenda fluye como el agua en la llamada Fuente del Oso. En ella es posible parar a refrescarse y descansar unos instantes, imaginando hacer lo mismo al monarca navarro y su séquito, mucho tiempo atrás.

Más arriba surge el Collado de Larrería, perfilado en una zona abierta, de praderas amplias y verdes. Da la sensación de llegar a otro mundo, sobre todo tras la subida a través de túneles rocosos y sendas que perviven aquí desde la prehistoria. Es un lugar tentador para las imaginaciones inquietas. Es sencillo perderse en una fantasía donde las montañas se vuelven pliegues temporales y el cielo, es el próximo hito que alcanzar. Pero el paisaje pronto reconecta al viajero con la realidad áspera que, entre crestas, une las cimas de Lapazarra y Lapaquiza de Linzola. Hay que dejar atrás sus faldas montañosas para ir ganando altura poco a poco. Tras unos momentos se ponen los pies ya sobre la geografía de Huesca, que recibe a los caminantes con sus mejores galas kársticas.

Sorprende una balsa natural entre las formaciones rocosas, pero el camino sigue, por la parte baja de la Hoya de la Solana, o Hoya del Portillo de Larra. Un lugar convertido en mirador natural que lanza las miradas a un vuelo incontrolable. Raspan el pico del Urkedi, con su punta de flecha señalando al infinito. Luego pasean a más de 2300 metros sobre el nivel del mar, coronando la cumbre de Budogia. Hay que hacer un esfuerzo para controlar la vista, detener las pupilas, cerrar los párpados. Proseguir.

El Valle de Larra en Belagua, cubierto de nieve
El Valle de Larra en Belagua, cubierto de nieve. | Shutterstock

A la derecha, descendiendo hacia la parte baja del Budogia espera una conjunción de caminos.  Uniéndose, en un punto, el de Isaba con el proveniente de Linza, valle y refugio entre cumbres, a 1320 metros de altura. Si se opta por esta ruta, se caminarán iguales pasos que para llegar al Petrechema, hasta que el sendero se desvía hacia la Foya de la Solana. Una caseta ganadera delata los quehaceres de la zona, pero es conveniente no dejarse seducir por la tranquilidad de los pastos y los cielos abiertos. Todavía quedan algunas paredes que superar, los últimos escollos de un camino que está a punto de concluir.

Resta cruzar pedreras y dejar atrás muros rocosos para descubrir el valle que avisa del fin de la ruta. Un pequeño collado, en la base de la cima, se convierte en un punto de inflexión donde hay que decidir qué ruta tomar. Es posible seguir rectos o bordear el pico, ascendiendo un poco más adelante. En cualquier caso, el resultado es el mismo. En unos minutos surge la Mesa de los Tres Reyes, anunciada por esas sombras de las que se alertaba al principio del texto.

Puede que los espíritus inquietos de un pasado que aquí, en este lugar, parece no tener fin. O, quizás, tan solo el dibujo alado del vuelo de un ave entre nubes. Es recomendable detenerse un momento en estas altitudes. Respirar el aire puro es un regalo. Intuir las conversaciones de los reyes, únicamente atenuadas por los días. Acompaña el descanso una figura de San Francisco Javier, guardián de la cima, que pierde su mirada en el horizonte. Allí el Anie, el Petrechema, el Bisaurín o el Aspe parecen brillar proponiendo nuevas aventuras.

¿Qué hacer tras coronar el cielo en la Mesa de los Tres Reyes?

Cima de La Mesa de los Tres Reyes en Navarra
Cima de La Mesa de los Tres Reyes en Navarra. | Shutterstock

Acudir a una reunión con los reyes de Navarra, Francia y Aragón es posible, tan solo es preciso seguir fielmente las instrucciones precedentes. Caminos leves, a veces, otras tortuosos, pero siempre plagados de aventuras. Aunque la realeza no es el límite, ni siquiera el cielo lo será en un lugar como este. Cada línea es una invitación, cada paso una promesa, de que hay mucho más esperando. Los alrededores de La Mesa de los Tres Reyes son el vórtice mágico de un paisaje que se convierte en una tormenta de ideas. Posibilidades que se abren camino de forma abstracta, para volverse más reales que nunca cuando se viven y se respiran.

Espera una visita cualquier rincón de la Reserva de Larra, uno de los paisajes kársticos más impresionantes del continente, resguardada en pleno Valle del Roncal, persiguiendo el cauce del río Esca. Pinos silvestres, hayedos y brezales… Cuevas, prados y manantiales… La madre naturaleza es la auténtica reina de estas tierras. No hay que dejar de ver Isaba, Burgui o cualquiera de los característicos pueblos que salpican las montañas. Conocerlos es una oportunidad para pasear calles donde los minutos se petrifican entre adoquines de pizarra.

También en el valle, el monasterio de Leyre custodia las tumbas de los primeros reyes navarros, cuyos espíritus sobrevuelan la cumbre que protagoniza este texto. Iglesias, entornos kársticos o dólmenes son hitos de un trayecto inolvidable que lleva aquí y allá, a mil lugares y millones de épocas. Los prados llenos de vacas y ovejas son la antesala de la fauna salvaje que se mantiene oculta. Corzos, osos pardos o urogallos, se esconden entre arbustos de boj y pinos negros. Mientras, águilas reales y quebrantahuesos dominan las alturas, sin importar tiempos o estaciones.

Puente romano de Burgui, sobre el cauce pedregoso del río
Puente romano de Burgui, sobre el cauce pedregoso del río. | Shutterstock

El espectáculo está a punto siempre en el Circo de Belagua, cercano ya del Collado de San Martín y la frontera con Francia. Un lugar donde es sencillo sentirse diminuto, en contraste con la grandeza de las cumbres que lo rodean. Desde el Lakora hasta el Larrondoa.  ¿Qué más se puede pedir para sentarse ante esta mesa real? Solo queda disfrutar, saboreando el momento, quizás junto a un plato de queso Roncal. Nunca hay que llegar tarde a una reunión en las alturas del mundo. Nunca hay que llegar tarde para rozar el cielo en La Mesa de los Tres Reyes.

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