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Castro de Baroña, un milenario fuerte celta que se adentra en el mar

Castro de Baroña al atardecer

En A Coruña, cerca del límite provincial con Pontevedra, una plaza fuerte celta se niega a desaparecer. Con más de 2.000 años, el castro de Baroña se ubica en una lengua de tierra que se entromete en los dominios del Atlántico. Entre los siglos I antes y después de Cristo prosperó, para luego desaparecer relativamente de la historia. Un lugar evocador en el municipio de Porto do Son, que retrotrae al pasado lejano de Galicia, antes de que Roma la dominara.

Segmento inferior del castro de Baroña
Segmento inferior del castro de Baroña. | Shutterstock

Un castro marítimo

Aunque parezca curioso, el castro de Baroña está en una península dentro de otra, la de Barbanza, que a su vez se sitúa en una tercera, la ibérica. Solo un istmo de tierra la conecta con tierra firme. Un enclave ideal para que se desarrollara la cultura castreña tardía. Esta se extendió entre el Duero y el Navia, abarcando parte de las provincias de León, Zamora y Asturias, además de toda Galicia. Desde el final de la Edad de Bronce hasta la llegada de Roma se desarrolló y consolidó.

Istmo y castro de Baroña
Istmo y castro de Baroña. | Shutterstock

Su carácter celta y los fuertes tan reconocibles que generaron, los castros, hacen que sean parte esencial del pasado prerromano de España. Precisamente sus poblaciones fortificadas, con viviendas ovaladas, son su legado más vistoso. Entre los gallegos, además de este, destaca el de Santa Tegra en Pontevedra, A Cidade en Ourense o Viladonga en Lugo. El de Baroña responde claramente a las necesidades de este tipo de localidades. Se sitúa en un terreno muy fácilmente defendible y escarpado. La propia orografía de su terreno dejaba un solo frente de ataque desde tierra y un acceso desde el mar casi imposible por los riscos. Las murallas reforzaban este carácter de ciudadela.

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Con todo, parece que estuvo en activo menos de dos siglos. Aunque menos aceptadas, hay teorías que apuntan a que surgió en el IV a.C. en vez del I a.C. Sea como fuere, la propia posición que tenía hacía que dependiera en buena medida de tierra adentro para obtener suministros claves. El principal era el agua dulce, aunque también la carne. Pese a ello, los restos evidencian que por lo demás era autosuficiente.

Los lugareños del castro de Baroña tenían en el Atlántico su principal sustento. Con la Costa de Morte, hoy llena de faros, al norte, pasada la ría de Muros y Noia, al sur quedaban las de Arousa, Pontevedra y Vigo. De esta forma el ambiente recuerda a famosas postales irlandesas, tierra con la que se ha llegado a ligar a los linajes celtas gallegos. Pescaban y lograban marisco, como atestigua el concheiro, una parte del yacimiento plagada de conchas y restos marinos. De hecho, hay evidencias de que llegaron a adentrarse mar adentro para captar ciertas presas. Todo apunta a que además practicaban la minería y la forja. No se sabe bien por qué, en el I d.C. la población desapareció.

Escaleras del castro de Baroña
Escaleras del castro de Baroña. | Shutterstock

Los muros y viviendas del castro de Baroña

Además de la llamativa ubicación de esta antigua población, llama la atención lo bien conservadas que están sus estructuras. Las excavaciones y trabajos que permiten que hoy luzca como lo hace han ido de 1933 a 2012. Estas van del istmo que conecta el castro de Baroña con tierra hasta la pequeña península que alberga el complejo de viviendas. Así, lo primero que se ve es un foso que tuvo cuatro metros de ancho en su tiempo. Mientras tanto, llegaba a los tres de hondo, lo que suponía una línea defensiva inicial. Justo pegado a él hay un muro doble paralelo que complementa esta fortificación exterior.

Interior del castro de Baroña
Interior del castro de Baroña. | Shutterstock

Entre estas defensas y las del otro extremo del istmo queda una zona hoy arenosa. Este posible barrio se cree que no llegó a poblarse, aunque no es seguro. Además, también es posible que los laterales, que dan al mar, estuvieran reforzados. Superando este tramo se llega a las murallas principales del castro. Las que se sitúan en el lado derecho sorprenden por su entereza. Se trata de una línea triple de muros de piedra y arena que se cerraban según llegaban al centro del espacio, donde se hallaba la puerta y una torre, cuya base todavía se distingue. A la izquierda, al sur, se extendían más muros, sencillos debido a los escarpado del terreno.

Restos de edificios en el castro de Baroña
Restos de edificios en el castro de Baroña. | Shutterstock

Cuenta con diversos sectores que se dividen en dos zonas básicas. A la primera, en el costado sur, se accede mediante la rampa de entrada. Diferentes construcciones ovaladas componen una suerte de barrio en el que además de viviendas se ha interpretado que había forjas o espacios comunes. La buena conservación sumada a la rehabilitación por los trabajos antes mencionados permiten reconocer muros y formas sin dificultad alguna. Algo que se agradece.

Castro de Baroña al atardecer
Castro de Baroña al atardecer. | Shutterstock

Avanzando hacia el norte se llega a un muro y unas extraordinarias escaleras que suben a una segunda zona residencial, en donde se puede percibir hasta una suerte de plaza. Las rocas abrigan este segmento, además de proteger del oleaje y el mar. Todavía se puede subir algo más y llegar a la parte más alta, donde se considera que hubo más edificios, aunque no se aprecian. Desde aquí hay vistas espectaculares.

Una vivienda del castro de Baroña
Una vivienda del castro de Baroña. | Shutterstock

El castro de Baroña y sus alrededores

Junto a esta antigua ciudad celta se sitúa una atractiva playa, la de Area Longa de Baroña. Prácticamente virgen y bien cuidada, es una opción socorrida para surfistas. Sin embargo, es famosa porque en los 80 se convirtió en un mito para el movimiento naturista. Esta práctica enfureció al párroco del lugar, que lideró protestas que rozaron lo medieval. Las disputas continuaron hasta que la justicia se puso del lado de los nudistas. Desde entonces este uso ha continuado.

La península de Barbanza y su sierra son el escenario donde se asienta el castro de Baroña. La fortaleza celta cae en la vertiente occidental de la misma. De este modo, hay diversos senderos de fácil acceso y miradores por toda la zona, que merece un turismo reposado y tranquilo, recorriendo sus pueblos y disfrutando su gastronomía. Por otro lado, la conexión con Noia, Padrón o Santiago de Compostela, final del Camino, favorecen el acceso.

Patio previo a la escalera de acceso al segundo nivel del castro de Baroña
Patio previo a la escalera de acceso al segundo nivel. | Shutterstock

Cabe resaltar que el castro de Baroña apenas presenta dificultades para su visita, aunque no está adaptado a personas discapacitadas. Conforma así un entorno marino que se ubica entre los más vistosos de la costa gallega, junto a hitos como la isla de San Simón de Redondela o los faros y naufragios de la Costa da Morte. Además de complementar a otros castros gallegos, también supone un buen complemento a los restos romanos de la región. Por ejemplo, el templo de Santa Eulalia de la Bóveda, la Torre de Hércules o la misma ciudad de Lucus/Lugo.