Aquello que ver en Altea está ligado a su historia. Una colina cercana a una segura fuente de agua era un lugar de asentamiento ideal en la Prehistoria. Por ello fue poblada por íberos, fenicios, griegos, cartagineses y romanos, que han dejado algunos vestigios.
La invasión musulmana del 711 cambió la propiedad de las tierras, manteniendo algunas costumbres de esa alquería fortificada. A partir del siglo XI el lugar dependió del reino taifa de Denia.
En 1244, en nombre del rey Jaime I el Conquistador de Aragón, la mesnada del caballero don Bernardo de Abella conquista Altea. Ese mismo año se firmó el Tratado de Almizra. Así se fijaban los límites entre los reinos de Castilla y Aragón adjudicando Altea a esta última. En tal estado quedó la fortificación y las casas que el Rey debió decretar su inmediata reconstrucción por parte de los colonizadores cristianos que acudieron allí.
La relación entre los mudéjares con sus nuevos señores cristianos y con los colonos fue, desde el principio, muy difícil. En enero de 1245 la administración de la alquería de Albalat -próxima a Altea- le fue encomendada al caballero Sancho Rodríguez de Corella. Sin embargo, la población fue arrasada cuatro años después por la rebelión de Al-Azraq (Ojos azules), el caudillo mudéjar que se hizo con el control de la zona.
En el documento de rendición que firmó Al-Azraq se estipuló que entregaría el castillo y pueblo de Altea a su hermano Bicem. Por lo tanto, la población seguiría siendo gobernada por un musulmán. En el 1270 el territorio vuelve a ser administrado directamente por la Corona de Aragón. Éste le encarga su administración al caballero Jaime Gruny.
El rey Pedro III le concede la Carta Puebla en 1279. Su hijo Alfonso III de Aragón entregó la plaza a su vasallo Jazperto V de Castellnou siete años después. A ésta siguieron más cesiones de propiedad de la villa.
En 1526 Altea es saqueada por corsarios berberiscos. En 1529, 1546 y 1584 hay nuevos desembarcos y saqueos de los alrededores, pero sin llegar a ocupar la fortaleza. Después de eso, en 1597 se construye una moderna muralla, que consigue disuadir nuevas incursiones.
Al comenzar la Guerra de Sucesión, Altea se declaró en rebeldía frente a Felipe V, proclamando rey al Archiduque de Austria. En agosto de 1705 las tropas inglesas desembarcaron allí para atacar luego Valencia. A lo largo del siglo XVIII permaneció en poder de la familia Palafox.
En esta época, al disminuir el peligro de los corsarios berberiscos, se demolió el castillo. Esto, unido al auge agrícola, pesquero, comercial y demográfico, motivó que en el siglo XIX se traslade la vida oficial y comercial desde la colina fortificada al más creciente núcleo urbano a la orilla del mar.
Después de haber sido lugar favorito de Vicente Blasco Ibáñez, entre 1920 y 1930, la luz de Altea atrajo la atención de los pintores valencianos Genaro Lahuerta, Joaquín Mompó y Genaro Palau. También reside allí por algún tiempo el poeta Rafael Alberti.
En los años setenta atrajo a otros artistas como Benjamín Palencia, Eberhard Schlotter y Toni Miró. Decoraron casas y restaurantes, realizaron carteles para las fiestas locales y promovieron la apertura de galerías de arte.
El ambiente cultivado y el flujo de visitantes y compradores, que fue generando con el paso de los años, propició que en éste municipio se instalara el Palau de la Artes y la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Miguel Hernández
A continuación, corresponde leer el apartado Qué ver en Altea.