De forma previa a repasar lo que ver en Simancas cabe conocer un mínimo su historia. El emplazamiento sobre la confluencia de los ríos Duero y Pisuerga su asentamiento prehistórico. Así lo atestigua el Sepulcro megalítico de los Zumacales. Destaca por ser de lajas de piedra en posición horizontal en lugar del clásico dolmen de piedras hincadas verticalmente.
Fue poblado por los vacceos y, bajo el nombre de Septimancas, se convirtió en un importante nudo de comunicaciones en época romana. Por ella pasaba la calzada que unía Emérita Augusta/Mérida con Caesaraugusta/Zaragoza. En su necrópolis tardorromana se encontró un cuchillo romano que ha dado nombre al “tipo Simancas”.
En la localidad sucedió la historia de las siete doncellas, que sirvió para asegurar la resistencia de los cristianos contra los musumanes en un momento de debilidad. El nombre del pueblo se ha asociado a la frase que el Califa pronunciaría al recibir a las mujeres amputadas: “si mancas me las dais, mancas las quiero”. En la plaza mayor del pueblo hay una fuente con siete caños que representan los brazos que perdieron las mozas.
Durante el julio de 939, un ejército de cien mil guerreros al mando de Abderraman III sufrió una dura derrota ante una coalición de leoneses, castellanos y navarros que resistieron tras las murallas de la villa. A su vez, en el 983 Almanzor llegó a Simancas para, esta vez sí, derrotar a los cristianos. Capturó a miles de ellos y tomó la zona. La conquista de Toledo por Alfonso VI en el 1085 trajo consigo su ocupación final y el alejamiento de la frontera musulmana.
Simancas pasó a formar parte de la jurisdicción de Valladolid en el año 1255. Lo hizo gracias al privilegio otorgado por Alfonso X el Sabio. De este modo se inició una larga disputa entre ambas localidades.
Durante 1465, el Almirante de Castilla don Fadrique Enríquez trató de tomar Simancas, sin éxito, para amenazar la posición de Enrique IV en Valladolid. El monarca premió la fidelidad de sus habitantes concediéndoles la hidalguía a todos ellos. Además, separó su territorio de Valladolid. Cuando dos años después ordenó el reforzamiento del Castillo de Simancas, se le adelantó Don Alonso Enríquez. El hijo del Almirante de Castilla se hizo con la fortaleza y la dotó de su aspecto actual. Los Reyes Católicos tomaron posesión de la misma en 1490.
En las siguientes décadas se realizaron numerosas reformas en el Castillo de Simancas. Tal era su fuerza que al sublevarse los comuneros en Valladolid ni siquiera trataron de asediarlo. Tras su derrota, el arzobispo de Toledo Antonio Acuña, al no poder ser ajusticiado por su cargo, se escapó a Fermoselle en la frontera con Portugal. Allí fue prendido para quedar preso en el fortín vallisoletano. Sin embargo, asesinó al alcaide del castillo e intentó escapar. Consultado el Emperador Carlos, ordenó que se le ajusticiara mediante garrote vil. Su decisión se cumplió en la desde entonces conocida como torre “del Obispo”.
Hacia 1540 Castilla era uno de los pocos reinos importantes que carecía de un archivo unificado. Por ello, Carlos I ordenó la creación de uno en el Castillo de Simancas. Los primeros documentos llegaron desde el Castillo de la Mota, nombrándose a su primer archivero en 1545. Felipe II segregó definitivamente a la localidad de Valladolid, concediendo unas ordenanzas específicas al archivo.
Durante la Guerra de la Independencia, el general Kellerman sustrajo documentos del archivo de Simancas para incorporarlos al que Napoleón había organizado en París. Finalmente, en el verano de 1812 hubo una nueva batalla en Simancas. Los franceses fueron enfrentados por Wellington mientras se batían en retirada tras la batalla de los Arapiles.
A continuación, lo mejor que ver en Simancas.