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El Urriellu o Naranjo de Bulnes desde todas sus caras

Naranjo de Bulnes desde todas sus caras

El Naranjo de Bulnes preside el paisaje, sin importar desde dónde se mire. Se alza como el eje central de una rosa de los vientos, en la que los puntos cardinales se difuminan. Enclavado en medio del macizo central de los Picos de Europa, la cima del Pico Urriellu araña el cielo. Mientras, contra lo más alto de su cumbre estallan en espuma las nubes de un mar que se adivina celeste.

A más de 2.500 metros, convive en sus alturas kársticas con la Torre del Tiro Llago, el Pico San Carlos o el Macondiú. Guardianes todos de los sueños de muchos montañeros que alzaron su vista hacia el techo de este Parque Natural habitado por el viento. El relieve asturiano no puede entenderse sin el Naranjo de Bulnes, protector de historias y leyendas, señor del valle abierto en la Vega del Urriellu. Vigía de bosques, ríos y chimeneas humeantes de pequeños pueblos escondidos en rincones callados que gritan su presencia. Viajar a Asturias para conocerlo significa partir en una expedición, no solo geológica, sino también histórica, onírica… Se trata de escuchar lo que la naturaleza tiene que contar.

De escaladas, aventuras y leyendas viajeras del viento

Cara norte del Naranjo de Bulnes
Cara norte del Naranjo de Bulnes.| Shutterstock

El Naranjo de Bulnes nació de una glaciación. Una imponente era helada que cayó sobre la geografía de los Picos de Europa hace unos 40.000 años, en el período cuaternario. Dos lenguas glaciares lo rodearon cambiando su morfología, hasta alisarlo de tal forma que no presenta ninguna arista.

La historia de este imponente pico asturiano, enmarcado en territorio de la Cordillera Cantábrica, es una historia forjada en el paso de siglos y estaciones. Una historia de hielo con un nombre donde se ancla el prefijo prerromano “ur”, una elevación del terreno presente también en otros gigantes de Asturias. El macizo de los Urrieles, Urra y Orro lo comparten.

El Urriellu, como se conoce en asturiano, es una geometría con varias caras a las que se accede de distintas maneras, invocando antiguos nombres y expedicionarios. En la cara oeste, “Sagitario” o “Mediterráneo”. En la norte, la primigenia “Pidal- Cainejo” o la “Diosa Turquesa”. Mientras en la este, “La Luna” o “Amistad con el Diablo”. En la sur, “Amanecer Incierto” o “Dile al Sol”. Los nombres son muchos, así como los caminos. Existen tantos bautismos como lances y ascensos.

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La primera escalada la realizaron a principios del siglo XX, en 1904, Pedro Pidal y Bernardo de Quirós, Marqués de Villaviciosa. Los acompañó un pastor de León y juntos dibujaron en la cara norte de la montaña la ruta Pidal- Cainejo. Las ascensiones se sucedieron, protagonizadas por variopintos alpinistas. Desde un alemán, Guillermo Schulz, erudito universitario en geología al que se debe el bautismo de esta mole rocosa como el Naranjo de Bulnes. Hasta un vecino del cercano pueblo que le da nombre o una pareja de alpinistas de Aragón. Con picos, cuerdas y clavijas, fueron bosquejando rutas y pasos.

El Pico Urriellu contemplado desde su base
El Pico Urriellu contemplado desde su base. | Shutterstock

Partiendo de la base, en la Vega del Urriellu, muchos han inventado formas de ascender al cielo. Para algunos, la vida se apagó durante la ascensión invernal a la cara oeste, 500 metros de pared vertical y fría. Otros la contemplaron desde lo más alto tras concluir la vía Rabadá y Navarro.

Se dice que los pioneros se detuvieron a apreciar el coloso desde El Collado. Subieron por el Canal de la Celada hasta la Morra del Carnizoso, superaron enormes grietas, obstáculos con forma de “Panza de Burra” y coronaron la subida. La leyenda cuenta que en primavera Pedro Pidal solía acercarse a visitar el Naranjo de Bulnes. “Hola, viejo amigo. ¿Cómo has pasado el invierno?”, le preguntaba, mirándolo, siempre inmutable, desde el Mirador del Pozo de la Oración, entre Poo y Carreña, pueblos de la comarca de Cabrales. Años después, aunque enterrado en Covadonga, se reencontró, en cumplimiento de su última voluntad, con su camarada de piedra caliza. Desde el 1949 sus restos reposan en el Mirador de Ordiales. Desde allí no pierde de vista el camino hacia las nubes.

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Contemplar el Naranjo de Bulnes

El Naranjo de Bulnes desde le Mirador de Pedro Udaondo
El Naranjo de Bulnes desde le Mirador de Pedro Udaondo.| Shutterstock

Anidan en Sotres los recuerdos de miles de planes de escaladas y aventuras. Desde allí parte la principal ruta para llegar a la Vega del Urriellu. El pueblo más alto de Asturias, en el corazón de los Picos de Europa, es punto de partida y llegada para los que afrontan el desafío.

Las casitas de piedra aparecen entre los árboles, mientras los rebaños de cabras y ovejas juegan al escondite entre peñas y prados. Para llegar hay que perseguir el cauce del río Duje, desde el Puente de Poncebos. Allí, desde el mirador, si la niebla lo permite, se adivina ya el Naranjo a lo lejos. A medida que el camino avanza se intuye la entrada en la zona de Cabrales, un paisaje espectacular, cuna de una tradición quesera única. El funicular lleva directamente a Bulnes, desde donde el Urriellu impresiona todavía más por su cercanía.

Casitas de piedra en Bulnes, junto al río
Casitas de piedra en Bulnes, junto al río.| Shutterstock

Saliendo de Poncebos, siguiendo el sendero que transcurre por el desfiladero del río, espera Carmameña, todavía en la zona de Cabrales. A más de 400 metros sobre el mar, cerca de la Garganta del Cares, una pequeña carretera asfaltada sirve a modo de mirador improvisado. El Urriellu se presenta imponente mandando sobre una imagen que cambia de color con las estaciones. En Asiego, el Mirador de Pedro Udaondo no solo ofrece unas vistas impactantes, sino que brinda un lugar de descanso y tranquilidad.

La orografía es un capricho de ascensos y descensos. Desde el Valle del Tielve hasta el de las Moñetas, donde un lago guarda, en sus profundidades, los reflejos de siglos. Cerca, en Tresviso, esperan al viajero estampas que parecen congeladas en el tiempo. Pastores cuidando a sus rebaños, cabañas y panorámicas montañosas imposibles de olvidar. Siguiendo el rastro de un pasado minero se llega a la cicatriz fronteriza que divide Asturias y Cantabria. Pero antes espera el Refugio de Áliva, una tierra de entrañas de plomo y zinc. En invierno, siguiendo la ruta del Cares surge Caín, ya en tierras leonesas, inmerso en el Valle del Valdeón. Aparece como una postal cubierta de nieve, recordatorio de su ilustre vecino, “El Cainejo”, compañero de aventuras de los primeros escaladores del Pico Urriellu.

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En otra dirección, Pandébano funciona como una nueva antesala visual del esperado Naranjo de Bulnes. Junto con éste, el Collado de Vallejo se ha convertido en paso obligado hacia el gigante paleozoico. En su base, las casitas de piedra de Bulnes, la pequeña localidad de la que toma su nombre, se enredan en las montañas. Al final del pueblo, un mirador surge como una promesa de tocar el cielo. Llegando al refugio, el pico se encuentra de frente. El sonido del agua y el trino de los pájaros acompañan el paseo por las calles empedradas y resuenan entre las cumbres.

Introducción y epílogo en los Picos de Europa

Cuando se visitan los Picos de Europa ocurre algo difícil de explicar. Un hechizo que invita a quedarse un poco más, a conocer un poco más. No hay que dejar pasar la oportunidad de sentir esta tierra montañosa enclavada entre Asturias, León y Cantabria. Geografía de mitos, lagos glaciares, ermitas y valles circundados por ríos. Subidas y bajadas, desde Covadonga y sus aguas glaciares, hasta los cauces del río Sella o el Cares.

Valle del río Duje en Áliva
Valle del río Duje en Áliva. | Shutterstock

Abundan hayedos frondosos, como el de Montecortegueros o el de Sajambre, y los pastos que esperan la llegada del estío. El Enol y el Ercina reflejan el cielo surcado por águilas y buitres, y entre los árboles vigilan corzos y jabalíes. Cuando atardece, la calma toma este fragmento asturiano declarado Reserva de la Biosfera, pero la noche trae otro espectáculo, en forma de constelaciones estrelladas. La marcha puede continuar hasta el infinito, no importa la dirección. El paisaje persiste en su atracción como un imán. Solo queda decidir dejarse magnetizar y disfrutarlo.