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Los pueblos del río Ara, el fluir del Pirineo aragonés

El rio Ara a su paso por Broto con casa a ambos lados

Los pueblos del río Ara surgen a su alrededor como salpicaduras del agua que porta en su curso. Acompañan su descenso, desde su nacimiento en las cumbres del macizo de Vignemale hasta el fin de su camino, en Aínsa, donde sus aguas se funden con las del Cinca. El terreno conversa con uno de los últimos ríos vírgenes de los Pirineos en un idioma propio y serpenteante. Naturaleza, calles empedradas de medievo e historias que se vuelven leyendas. Colores y texturas que van cambiando con el paso de los días. Y una gastronomía que sabe a leña humeante y tradición. Todo esto y mucho más se encuentra quien disfruta de las localidades de este curso fluvial de Huesca.

Vista de una caída de agua en el río Ara, en el Parque de Ordesa y Monte Perdido, con las montañas nevadas al fondo
Cascada del río Ara. | Shutterstock

Primeros pasos entre montañas, desde Bujaruelo hasta Oto

El río Ara corre entre valles y montañas formado paisajes que semejan sacados de postales. Es fácil caer en la tentación de perderse en ellos, quedarse inmóvil tan solo disfrutando de la naturaleza. La visión del río, el aire limpio, los secretos que parecen suspendidos entre el ramaje hacen que sea fácil perder la noción de la realidad. Pero el viajero despierta enseguida, sobresaltado por el vuelo de un quebrantahuesos que sube a las cumbres o el canto repentino de un urogallo.

Puente de los navarros, en el valle de Bujaruelo
Imagen del puente de los Navarros, donde confluyen el Ara y el Araza.| Shutterstock

Bujaruelo es el primer peldaño de una escalera natural que se descuelga desde las nubes. Ofrece paseos tranquilos junto al río y, para los más atrevidos, la posibilidad de tocar el cielo. Puede lograrse ascendiendo hasta la cima de sus montañas, Taillon, los Gavietos o Vignemale. La Iglesia de San Nicolás y el hospital del mismo ordenan una fotografía. Un alto en el camino concede un descanso y la posibilidad de observar la unión de las aguas del Ara y el Araza bajo el puente de los Navarros.

Después, el discurrir del Ara conduce hasta Torla, en el margen derecho del río. Allí se abre una puerta al Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido que atesora más de 1500 especies de flores de montaña propias del Pirineo oscense. Sarrios, perdices y marmotas somnolientas espían desde sus escondites. Durante mucho tiempo fue villa defensiva, por su condición de paso fronterizo. De aquellos momentos quedan vestigios naturales y arquitectónicos. No pasa desapercibida durante la visita, la enorme roca sobre la que reposan la iglesia y el castillo. Ni las chimeneas con sus espantabrujas cargados de leyendas.

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Vista de la localidad de Broto entre las montañas del Pirineo
Vista de Broto surgiendo entre las montañas. | Shutterstock

Ráfagas de siglos silban entre el empedrado de sus calles y sus casas. El viento que baja por las laderas señala Broto y Oto como próximas paradas junto al río Ara. En el primero, da la bienvenida al viajero la torre de la cárcel, la Iglesia de San Pedro (del siglo XVI) y la Casa del Valle, donde antiguamente se reunían los lugareños. Apenas 5 minutos separan estas calles de la Cascada de Sorrosal, junto a una vía ferrata.

La carretera sorprende con la visión de Oto, sembrado de casas tradicionales con chimeneas humeantes en otoño e invierno y tejados brillantes de sol en verano y primavera. Aquí concluye la Ruta de los Hospitalarios, que comienza en Bujaruelo. En Oto se quedaron escribiendo su historia hasta el siglo XV.

De un lado a otro del río Ara en Sarvisé, Fiscal y Jánovas

El lado izquierdo del río Ara esconde un secreto de bosques y espesuras, casas de piedra y tejados de pizarra. El nombre de Sarvisé huele a endrinas, prados siempre verdes, paseos a caballo y rutas de senderismo. La torre de la iglesia, del siglo XII, permanece en pie, sobreviviendo a la sucesión de los días y las noches, como lo hizo al incendio que asoló este pequeño pueblo durante la Guerra Civil. Muy cerca, domina la paleta de colores de la naturaleza y su pintura del bosque oscense se presenta en todo su esplendor.

Merece la pena dejar el río unos instantes y tomar la carretera hacia Fanlo. A unos 12 kilómetros se llega a un lugar cargado de mística, el Bosque de la Pardina del Señor Fanlo. Una sorpresa para la vista y los oídos, donde el trino de los pájaros cuenta el paso de las estaciones. Retomando el camino del Ara espera Fiscal, decorado por escudos de infanzones. Entre los tejados asoma la torre de la casa Costa, del siglo XVI.

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Paisaje boscoso en Fanlo
Fanlo entre el bosque. | Shutterstock

Sus límites albergan dos auténticos tesoros, el Pórtico de Jánovas, que se abre ante la Iglesia de la Asunción y el Batán de Lacort. Símbolos de la historia que han visto transcurrir en silencio estas montañas del Pirineo de Huesca. Desde Fiscal se desciende hasta Jánovas, un pueblo que dio nombre a un embalse que lo transformó en el fantasma de lo que un día fue. Un puente colgante llora un pasado abandonado por un futuro en proceso de reconstrucción.

El presente son casas derruidas y una ola verde de hiedra que lo inunda todo. En el aire, el grito de los vecinos, más sonoro que nunca en medio del silencio. “Jánovas no rebla”, Jánovas no muere. Es verdad. La fortaleza de los lugareños promete una semilla de reconstrucción con ansias de florecer en medio de las piedras caídas.

Boltaña y Aínsa, El fin del camino

Boltaña es la última parada antes de llegar al final del descenso del río Ara, y de los viajeros que lo acompañan. Este rincón del norte de Huesca siempre representa una grata sorpresa para el viajero. Callejear por su casco antiguo, uno de los más grandes del Pirineo, significa más que una parada obligada para el visitante. Capital de la comarca del Sobrarbe, su historia bebe de distintas fuentes, entre ellas, el río que la baña. El casco antiguo es una atracción por sí mismo, repleto de tesoros como la Casa de Don Jorge y la Casa Carruesco, ambas del siglo XVI.

Vista de Boltaña durante la puesta de sol
Boltaña coloreada por la puesta de Sol. | Shutterstock

Se dice que en las ruinas del castillo medieval, todavía hay quien escucha el murmullo de los aquelarres que, cuenta la tradición, allí se reunían. Dejando atrás el mundo mágico, no hay que dejar de acercarse a la Gorga de Boltoña, una piscina natural que forma el río Ara a su paso por la localidad. Frente a ella se ha recuperado la “Noria de Agua” que ayuda a regar los campos colindantes. La gastronomía acompaña cada paso y un poco de queso, miel o paté, ayudan a reponer fuerzas antes de enfrentar el tramo final.

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Aínsa pone punto final al curso del río y a esta ruta por sus pueblos. En este punto confluyen el Ara y el Cinca, sus aguas se hermanan y prosiguen. Mientras el tiempo parece detenerse en el entramado de sus calles, plazas y casas, declarado Conjunto histórico artístico. Considerado uno de los pueblos más bonitos de España, contemplar su patrimonio es un billete de ida al medievo.

Vista panorámica de Ainsa, con la torre de la iglesia surgiendo entre los tejados
Panorámica de Aínsa. | Shutterstock

La plaza mayor, ofrece el momento perfecto para perderse entre compras y aperitivos en sus bulliciosos soportales. Para quien busca un espacio para el silencio y el recogimiento está la Iglesia de Santa María, conocida popularmente como Iglesia de la Asunción. Y el castillo, bien de interés cultural, puede aprovecharse como escenario para una justa caballeresca. No hay que dejar volar mucho la imaginación para perseguir el hilo de un misterio en Aínsa. El Crismón Trinitario, sobre los arcos de la puerta de la iglesia, o la Cruz Cubierta, son nudos de interrogantes que invitan a desenredarse.

Imagen de los tejados de Ainsa, con el Ara al fondo, tomada desde la torre de la Iglesia 
Visión de los tejados de Aínsa y el río al fondo. | Shutterstock

El recorrido de los pueblos del río Ara no acaba aquí realmente. Como venas que conducen la vida a través de la tierra, el Ara y sus afluentes forman paisajes, historias y enigmas que permanecen. Los olores, los sabores, los colores y el sonido del río y de las aves cruzando el cielo. Todo queda grabado en la memoria del viajero. El recuerdo de los pueblos del río Ara será un nuevo viaje.