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El Castillo D’Archer, la fortaleza del Pirineo aragonés

Castillo D'Archer

La figura del Castillo D’Acher parece una ilusión. Una fortaleza, de piedra y realidad, creada por maestros arquitectos que la naturaleza ha dirigido a lo largo de los siglos. Realidad y espejismo a medias que nuestros ojos se creen sin dudar, porque tan cerca del cielo parece posible creer cualquier cosa.

En el marco de la Selva de Oza, dentro del Parque Natural de los Valles Occidentales, el Valle del Hecho muta, surcado por las aguas del río Aragón Suburdán. Por momentos indómito entre árboles que se suceden, uno tras otro. Otros, tranquilo, fluye entre aguas heladas. Más tarde, asciende hasta cumbres y picos imposibles que conversan con las águilas en idiomas que solo ellos conocen. La magia de Huesca se siente a cada paso de un camino que parece conducir al mismo cielo.

Es posible que entre los puntos y comas de este texto se cuelen osos y tejones, criaturas mágicas y ráfagas de aire invernal. Quizás se columpien entre estos párrafos espacios de silencio que guardan leyendas e historias pasadas. En cualquier caso, es cuestión de tener paciencia e ir ascendiendo poco a poco hasta llegar al castillo.

Coronando el Castillo

La parte occidental del Pirineo aragonés es, al igual que sucede con sus hermanas navarra y catalana, un continuo de subidas y bajadas. Ángulos llanos escenificados en praderas infinitas, junto a vértices agudos que compiten por cazar estrellas. La Selva de Oza dirige al caminante hacia uno de estos picos. Uno que bien podría habitar una princesa, preparada para descolgar su larga cabellera hacia el valle.

Sendero con el Castillo D'Archer al fondo
Sendero con el Castillo D’Archer al fondo | Shutterstock

Cuando los terrenos frondosos quedan atrás, el Castillo parece acercarse, descendiendo entre nubes. Los siglos hablan y es obligatorio escuchar, en silencio, el movimiento del eje de la Tierra, llegando al presente. Glaciaciones y períodos geológicos, principios y finales de calendarios que solo se leían en el firmamento… La esencia de una inmensidad difícil de entender, pero fácil de sentir en parajes pirenaicos.

La subida, lejos ya del bosque que la precede, se endurece, a modo de reto para quien desea conquistarla. Pero espera la tregua que ofrece el Refugio D’Archer, a 1740 metros de altura. Aquí es buena idea detenerse unos instantes para coger fuerzas. Desde las praderas, pasear la vista por la Sierra de Alano. Refugiarse en el silencio de la naturaleza, jugar a adivinar el camino que resta… Asegurarse de que no hay dragones custodiando los muros montañosos.

Refugio D'Archer
Refugio D’Archer | Shutterstock

A pocos pasos, el terreno se cubre de pasto y se alfombra de hierba. Dejando a la izquierda un pequeño riachuelo, se llega a la Collada de Lo Barcal. Un pequeño cerro preludio de la fortaleza kárstica que aguarda a tan solo unos metros. En la parte izquierda, antes del collado, hay un pequeño desvío, casi un secreto en la roca. Tomándolo se llega, entre laberintos pedregosos que dibujan líneas en zigzag, a un camino directo que asciende a la parte alta del castillo.

La visión de los muros es inconfundible y hace honor a su nombre, combinación de atx (roca en euskera) y ero (acumulación). El suelo adquiere distintas tonalidades, como la paleta de un pintor. Se va coloreando de rojo, por la oxidación del hierro presente en antiguos cursos, ya secos, de aguas estacionales. La vista deja sin palabras y es fácil sentir que se ha llegado a un nuevo reino, entre cielo y tierra, rodeado de geometrías ascendentes. Peña Forca y la Mesa de los Tres Reyes, hacen una reverencia de bienvenida desde la distancia. En invierno, la nieve congela el paisaje en un momento único.

Castillo D'Archer cubierto de nieve
Castillo D’Archer cubierto de nieve | Shutterstock

La piedra caliza parece querer hablar bajo los pies, exigiendo seguir. Tras pasar la gran muralla, espera la sorpresa de un valle, guardado en el centro del castillo. Se abren dos posibilidades, ambas muy hermosas. Puede elegirse entre seguir el valle o recorrer las crestas que llevan desde la Punta de Oza, a 2193 metros a la cima del Castillo.

Siguiendo la senda, desde la punta sur, se alcanza el fin del camino, la Punta norte del Castillo D’Archer, 2384 metros que dejan sin palabras. La colocación de las formaciones rocosas parece obra de un hechizo. Puede que un truco de un maestro que juega con erosiones e ilusiones.

De Selvas, ríos y Coronas de Muertos

En muchas ocasiones los castillos se preservan de miradas e intromisiones creando a su alrededor entornos seguros, prácticamente inexpugnables. En la literatura, los cuentos infantiles hacen volar la imaginación hacia escenarios donde los castillos se rodean de rosales que agujerean el cielo. La gran pantalla evoca visiones de promontorios rocosos en islas perdidas en medio del océano. Pero la realidad, una vez más, vence a la ficción cuando nos adentramos en la Selva de Oza. Un espeso bosque que precede a la fortaleza natural de Archer.

Situada en la comarca de Jacetania, a la Selva de Oza puede llegarse siguiendo la dirección marcada para llegar a Puente la Reina, en Jaca. Traspasada la puerta de entrada, el Valle del Hecho recibe con los brazos abiertos a todo aquel dispuesto a vivir su hechizo. Cruzar el puente del río Aragón Suburdán, sintiendo la vibración del agua bajo los pies, es solo el principio.

Río Aragón Suburdán
Río Aragón Suburdán | Shutterstock

Es necesario atravesar este refugio natural de hayas y abetos para comenzar la ascensión a la fortaleza. Entre verdes, amarillos y marrones, los ojos se irán acostumbrando a los claroscuros. Buscando la luz del sol, los pasos deben asegurarse entre caminos que se entrecruzan y pendientes inestables.

Hay momentos en que la atmósfera se colorea de atardecer, aún al comienzo de la mañana. Otros, las copas de los árboles brillan dibujando senderos de luz entre la vegetación. De vez en cuando será preciso detenerse un momento, parpadear quizás, para asegurarse de la realidad que rodea el paseo. Puede que bajo la atenta mirada del Basajaún, conocido también como Basajarau y Bosnerau, Señor del Bosque, dispuesto a silbar para indicar el camino.

Levantando la vista, la silueta del Castillo D’Archer es una promesa de llegada y comienzo. Mientras, el trayecto debe convertirse en un fin en sí mismo para disfrutarlo como se merece. Pues esta selva espesa y salvaje es, además de protectora de un castillo, guardiana de historias y misterios. La Corona de los Muertos es uno de los símbolos de ese pasado.

Entre troncos de los árboles, musgos y arbustos de boj, se esconde este yacimiento arqueológico, uno de los conjuntos megalíticos mejor conservados del entorno pirenaico. Varios círculos de roca, fechados entre el 3000 y el 5000 a. C, son testigos de la presencia humana en este territorio de Aragón. Indicios de antigüedad, emparentados con otros vestigios de piedra que pueblan los valles aragoneses. Desde el Dolmen de Tella, hasta el Dolmen de Agua Tuerta, en Ansó. Podría hacerse un recorrido, desde la salida hasta la puesta del sol, por la prehistoria del Pirineo.

Bosque de hayas y abetos en la Selva de Oza
Bosque de hayas y abetos en la Selva de Oza | Shutterstock

La ascensión al castillo D’Archer desde la Selva de Oza significa sumergirse en un cuento ilustrado a todo color. Merece la pena vivir cada página, cada paso. Queda la satisfacción de la conquista, el reto conseguido, el epílogo de una novela imaginada. Quedan los paisajes infinitos, coloreados según las estaciones. El bosque cruzado, el dragón vencido, el silbido lejano del basajaun. Atrás queda también el Barranco de Espata, la Corona de los Muertos, la vía ferrata que se dirige hacia el Pico Articalena, el Ibón de Acherito… La magia del Valle del Hecho en el eco de una visita inolvidable.