La historia del lugar, que conviene repasar antes de ir a lo que ver en Morón de la Frontera, se remonta al Dolmen de la Párraga. Este, junto a yacimientos como El Acebuche, el Hoyo del Gigante y Cardapachines, se remonta hasta el Paleolítico. Más tarde la poblaron celtas, íberos, tartesios y fenicios, asociados a la ciudad de Arunci o Isipo.
El territorio fue conquistada por los romanos hacia el año 206 a. de C. Siglos después se cree que allí se asentaron inmigrantes de la provincia romana de Mauritania Tingitana. De este modo se la empezó a conocer como Mauror. Ya en época del califato se estableció la diminuta provincia Cora de Mawrur. Esta solo incluía al actual pueblo de Coripe. Durante 1014, la familia Bannu Dammar expulsó al gobernador omeya, proclamando una pequeña Taifa en la comarca. Sin embargo, en el 1053, su rey fue capturado y encarcelado por Al-Mutadid, monarca de la vecina Taifa de Sevilla. Con todo, el hijo del capturado pudo resistir en el poder trece años más.
Fernando III conquistó el territorio en 1240, como paso previo al asedio de Sevilla (1247-48). Así, Morón de la Frontera pasó a formar parte de la “banda morisca”. Así se conocía al conjunto de poblaciones fronterizas con el reino nazarí de Granada. En 1253, el rey encomendó al concejo de la ciudad de Sevilla la defensa de Morón. Sin embargo, al cabo de unos años este renuncio a ello por falta de recursos.
Tras ser villa de realengo, la Orden Militar de Alcántara la controló hasta 1378. Pasó por la corona solo para ser cedida a los condes de Ureña, futura Casa de Osuna, en 1461. Durante el siglo XVI hubo una gran expansión económica y demográfica. Fue entonces cuando se edificaron los barrios de San Miguel, Santa María y Puerta de Sevilla.
Los conflictos de intereses motivaron pleitos y violencias entre dos bandos de vecinos. Por ello, en la primavera de 1597, la Chancillería de Granada envió como juez local al doctor Juan Esquivel. Este se presentó en el pueblo diciendo que allí no había más gallo que él, y que iba a hacer valer su autoridad. Por tal motivo le apodaron «El Gallo de Morón». Ambos bandos acabaron poniéndose de acuerdo en algo: había que deshacerse del juez. Mediante argucias le llevaron al camino de Canillas, le desnudaron y le dieron una paliza con varas de acebuche. El hombre no regresó más por el pueblo. El hecho generó esta coplilla:
«Anda que te vas quedando / como el gallo de Morón /
sin plumas y cacareando / en la mejor ocasión».