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¿Una aurora boreal en España o el anuncio del Apocalipsis?

Aurora polar sobre el lago Mono, California

“El cielo está ardiendo, es el fin del mundo”, gritaban algunos. “¿Dónde está el fuego?”, se preguntaban otros. “Hitler está probando contra nosotros su rayo de muerte”, se llegó a escuchar. Estas son algunas de las frases, recogidas desde los diarios del Heraldo de Aragón y El País, que se pudieron oír la noche del 25 de enero de 1938 en España y en todo el mundo. El motivo: el cielo se había encendido de un color rojo intenso. Se trataba de una tonalidad que, aunque muchos no lo sabían, se correspondía con el de una bella aurora bolear y no con el Apocalipsis.

¿Una aurora o el anuncio del Apocalipsis?

Cuando el coronavirus llegó a Europa rápidamente cundió el pánico. Y eso que se trata de una sociedad continuamente conectada. Redes sociales, televisión, prensa, radio… Es hasta difícil no enterarse de lo que está pasando minuto a minuto. Sin embargo, en el siglo XX muchos de estos medios de comunicación no existían. A veces, había que esperar hasta el día siguiente de un suceso para enterarse del mismo. Esto daba un amplio margen al desconcierto y a las teorías conspiratorias más inverosímiles.

Eso es lo que ocurrió aquel 25 de enero de 1938. Un color rojo había emergido, de pronto, de entre los cielos. En España, la Guerra Civil ya se había cobrado miles de muertos. En Europa, la situación era inestable y el temor ante una segunda guerra mundial se acrecentaba. En esta situación, sumándose a un fenómeno meteorológico que la gran mayoría de los españoles no habían visto nunca, fue fácil que las personas hicieran multitud de conjeturas.

Aurora boreal roja, Alemania
Una aurora boreal roja en los cielos de Alemania. | Shutterstock

De repente, a las ocho de la tarde, las luces del norte hicieron su aparición en los cielos peninsulares. Muchos españoles pensaron que se trataba de un castigo divino derivado de las masacres de la guerra. Otros creyeron que el color rojo se correspondía con el de la sangre de todas las víctimas de la contienda. Mientras, algunos vieron en aquel espectáculo natural las llamas de un inmenso incendio. Tampoco faltaron los que vieron en aquellas luces una clara señal del Apocalipsis.

La profecía de la Virgen de Fátima

Así, cada familia y cada lugar vivió aquel suceso a su manera. En los pueblos granadinos, por ejemplo, muchas familias se echaron a correr al campo entre gritos de terror. “Mi padre recuerda que mi abuela no paró de llorar durante varias semanas, hasta que recibió una carta de sus dos hijos soldados desde el frente de Guadalajara”, narra Gabriel Pozo en un artículo del Independiente de Granada. “La sangre que vio en el cielo no era de ellos. Nunca entendió que era una aurora boreal”, agrega.

En el frente de Teruel, ciudad que acababa de ser recuperada a manos del ejército republicano, ambos bandos creyeron que el resplandor de aquel firmamento estaba causado por un arma hasta ese momento desconocida. Un arma que no estaba en sus manos, sino en las de su contrincante. Desde Madrid, según describió el diario ABC, se pensó que los montes de El Pardo ardían con virulencia. En Barcelona la moral de las tropas se vio seriamente afectada por aquellas llamaradas rojizas.

Aurora polar roja sobre los cielos de Alaska
Aurora polar roja sobre los cielos de Alaska. | Shutterstock

Los testimonios se sucedían, en fin, uno detrás de otro, a cada cual más apocalíptico. Una de las teorías que circuló en aquellos días fue la de la profecía de la Virgen de Fátima, sobre todo entre los más creyentes. Esta profecía decía: “Cuando ustedes vean una noche iluminada por una luz desconocida, sepan que esto es el gran signo dado a ustedes por Dios que él está a punto de castigar al mundo por sus crímenes, por medio de la guerra, el hambre… ”. Para algunos, la consecución de aquel fenómeno, unida al estallido de la Segunda Guerra Mundial, solo podía significar una cosa: la profecía de la virgen se había cumplido.

Auroras polares en el sur

Aquel cielo tenía, sin embargo, una explicación totalmente racional. Se trataba de una aurora polar, llamada aurora boreal si se produce en el hemisferio norte y austral si se produce en el sur. Las auroras se forman cuando un flujo de partículas con carga eléctrica emitidas por el sol llegan a la Tierra. Cuando estas partículas entran en contacto con el planeta chocan con los átomos y moléculas de la atmósfera siguiendo las líneas del campo magnético terrestre, por lo que entran por los polos.

Sin entrar en mucho detalle, es este choque el que emite una luz visible para el ser humano en tonos verdes, morados, azules, amarillos o, incluso, como en este caso, rojos. Cuando el sol emite más partículas de las habituales se produce una tormenta geomagnética que posibilita la visión de las luces norteñas en otros puntos del planeta más próximos al ecuador.

Este fenómeno se da en el mundo, más o menos, un par de veces cada cien años. 1706, 1870, 2000 o  2003 son algunas de las fechas en las que las luces del norte han decidido bajar a hacer una grata visita a latitudes más meridionales. Destaca el fenómeno Carrington, cuando, en 1859, las auroras llegaron a verse en La Habana. Las auroras de 1938 y 1859 son, por ahora, las tormentas geomagnéticas más virulentas de la historia de las que se tienen registro. Más que un Apocalipsis o un arma del Juicio Final todo un espectáculo digno de contemplar. Aunque cuando se está matando a gente que se conoce de toda la vida, es normal interpretarlo a la tremenda.