Desde la fundación de Bilbao en el año 1.300, sus comerciantes habían conseguido mantener un abrumador liderazgo frente a los demás puertos de Vizcaya,situados al borde del mar y en el territorio de municipios controlados por los caciques locales, llamados los jauntxos (“señoritos” en vascuence). Muchas eran las desventajas logísticas de Bilbao: su localización a 14 kilómetros del mar —considerable en los tiempos de la navegación a vela— los riesgos de embarrancamientos de barcos en los bancos de arena y el lodo provocados por tormentas y las riadas, así como las limitaciones de atraque en las orillas de sus “siete calles”. Tantos y tan importantes inconvenientes se compensaban por la ventaja de contar con un consulado. (en el S.XV se había fundado el Consulado de Bilbao, lugar de reunión, contratación y resolución de conflictos, que agrupaba un creciente colectivo de dinámicos mercaderes) y con el gran dinamismo emprendedor de sus comerciantes.
La invasión del País Vasco por las tropas revolucionarias francesas (1794 – 1795) puso de manifiesto la inoperancia del sistema de defensa foral —las milicias financiadas por las diputaciones— y cargó al Señorío de Vizcaya con una enorme deuda. En 1797, las Juntas Generales de Gernika, controladas por los jauntxos rurales, votaron que la ciudad de Bilbao asumiera la mayor parte de la deuda. Los bilbaínos se negaron a cumplir esa decisión, a lo que el líder de los jauntxos —Simón Bernardo de Zamácola— respondió consiguiendo una autorización de la Corona para revisar las cuentas del Consulado y fijar unilateralmente las cantidades según criterios técnicos. Por ello los bilbainos optaron por pagar la cantidad a la Corona antes de ser inspeccionados y ordenados por sus vecinos y adversarios en las juntas generales.
En el año 1800 el rey Carlos IV solicitó al Señorío de Vizcaya un importante “donativo” de dinero que le fue concedido. Una vez más le tocaba a la ciudad de Bilbao asumir el mayor coste y el conflicto reapareció. Zamácola pronunció un encendido discurso en la Casa de Juntas de Gernika: “Tiempo era ya de sacudir ese yugo insoportable (refiriéndose a Bilbao) … de abrir los ojos sobre nuestros intereses”. Zamácola y sus partidarios proponían construir el llamado “puerto de Vizcaya” en la orilla de la ría del Nervión opuesta a la de Bilbao (situada en la margen derecha); la instalación se situaría en un lugar más cercano a la desembocadura del río y con mejores condiciones de navegabilidad. La propuesta fue aprobada por las Juntas, que vieron en ella una forma de acabar de forma definitiva con el predominio de Bilbao. Tanto el Consulado de Bilbao como los jauntxos liderados por Zamácola presionaron ante el Gobierno de Madrid, que era la autoridad competente que debía dar la autorización.
Sorpresivamente, en agosto de 1804 los vecinos de Abando —localidad donde se estaba construyendo el puerto— y de Begoña —la anteiglesia limítrofe con Abando y con Bilbao— entraron armados en la ciudad asaltando algunos edificios oficiales de Bilbao. ¡Los amotinados protestaban contra la construcción de un puerto que les iba a proveer de más trabajo!
Algunas décadas más tarde la villa de Bilbao absorbió a las anteiglesias (municipios) de Abando —donde ahora está el Museo Guggenheim— y Begoña (sede de la basílica de igual nombre, patrona de Vizcaya). Si el puerto de La Paz se hubiera construido, probablemente habría sido al revés.
Texto de Ignacio Suárez-Zuloaga e ilustraciones de Ximena Maier