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La invención del kalimotxo

La invencion del calimocho

El kalimotxo está unido al puerto viejo de Algorta, situado en el nordeste del municipio de Getxo (en la salida al mar del río Nervión conocida como el Abra). Este diminuto puerto actualmente contiene unas pocas embarcaciones muy pequeñas —pues las de cierto tamaño se han desplazado en el moderno puerto deportivo situado a solo un kilómetro—, pero hasta finales del siglo XIX tenía su importancia porque su malecón era desde el que primero se divisaban los barcos que se acercaban a Bilbao, siendo por ello base privilegiada de los prácticos que se ofrecían a los barcos para asesorarles acerca de cómo superar los cambiantes bancos de arena que había frente a Portugalete. Actualmente las barcas son de algunos pescadores —profesionales y aficionados—. Justo enfrente hay unas tabernas muy animadas a la hora de comer y de cenar, especialmente durante los festivos.

La invención del calimocho
Puerto Viejo de Algorta (Getxo)

Pero como el lector ya imagina, la verdadera y poco conocida significación histórica de este santo lugar, motivo sobrado para ser un centro de peregrinación de juerguistas de todo el mundo, es el haber sido el escenario del proceso de invención de la bebida conocida como kalimotxo.

Los autores del alumbramiento del kalimotxo —al igual que en el caso de la penicilina y otras sustancias de gran repercusión— lo hicieron fortuitamente. Incluso puede afirmarse que inventaron el kalimotxo movidos por un “estado de necesidad”. Los protagonistas de tan importante contribución a las fiestas fueron una cuadrilla de unos veinticinco chicos y chicas, de entre 16 y 19 años de edad; quienes por aquel entonces habían relevado a la generación anterior en la responsabilidad de organizar las fiestas del Puerto Viejo.

La invención del calimocho
Don Pedro Zubiría y Garnica

Aquel verano de 1972, después de haber realizado un «viaje de estudios» a las Fiestas de San Fermín para inspirarse, redactaron un programa de festejos que fue aprobado por el Alcalde de Getxo Don Pedro Zubiría y Garnica; por ello éste les facilitó el dinero que el municipio les ofrecía como ayuda. Lo primero que debieron de hacer los primerizos organizadores fue saldar las deudas que los responsables de las fiestas del año anterior no habían satisfecho a los proveedores de refrescos. Dado ese precedente el proveedor les requirió a que le hicieran el pago por adelantado de la primera remesa de bebidas. Además del dinero recibido del consistorio, parte del importe de la fiesta lo consiguieron mediante la venta de los programas y de pañuelos conmemorativos.

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Con ayuda de unos empleados municipales enviados por el alcalde, la cuadrilla puso una tabla de madera que hacía las veces de barra de bar en los llamados ‘bajos de Etxetxu’, donde instalaron las bebidas adquiridas. Carentes de neveras, los entusiastas organizadores pusieron hielo en unos contenedores metálicos para ir enfriando así las botellas. Además de bebidas frías habían adquirido dos mil litros de vino cosechero a un vinatero local, al precio de 16,50 pesetas el litro. En cuanto a la limpieza de los vasos y platos, al carecer de un grifo con agua corriente, pusieron una gran cuba de plástico y la rellenaron de agua; una vez que el agua había resultado degradada por los sucesivos aclarados de los vasos, la tiraban en un desagüe y cruzaban la plaza para reponer su contenido en la fuente.

En la mañana del sábado 12 de agosto de 1972, el primer día de las fiestas, aparecieron por el bar dos chiquillas de unos once años tocando el txistu. Olatz, la hija del vinatero de Algorta que les había vendido el vino, y su amiga Idoia; ambas fueron aposentadas en una parte del bar y suministradas de refrescos, por lo que se quedaron amenizando con su música a los primeros curiosos que se acercaban al puesto.

Con el dinero restante se fueron a Bilbao a comprar cinco cabezas de cabezudos con las que animar a los participantes. Conforme avanzó la mañana se fueron acercando los primeros adultos a tomarse un chiquito (como allí se denomina a un pequeño vaso de vino tinto). Se trató de unas consumiciones muy rápidas, porque aquellos primeros clientes ingerían un sorbo, pagaban y se marchaban. Hasta que uno de ellos les dijo que el vino estaba picado y que “iban a envenenar a la gente con ese género”. Los jovencísimos organizadores eran por su edad poco dados al vino y aún menos duchos en materia contractual, por lo que no habían tomado la precaución de probarlo antes. Al catarlo y comprobar que era cierto, se montó un gran revuelo entre la cuadrilla; pues todos ellos eran conscientes de que la venta de vino representaba la mayor parte de los ingresos previstos en el presupuesto de las fiestas. Preocupada por el follón que había organizado la incompetencia de su padre, Olatz se puso a llorar.

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La invención del calimocho

Los chiquiteros consolaron a la niña, tratando de sosegar el nerviosismo creado entre los jóvenes organizadores. Los adultos se pusieron a probar más botellas de vino, dictaminando que todo él estaba picado. Uno de los improvisados asesores, que resultó ser médico, explicó que el vino picado no era perjudicial para la salud; sólo desagradable al gusto. Los compasivos adultos les comenzaron a hacer algunas sugerencias para salvar las fiestas. Uno de los parroquianos aventuró la idea de que mezclaran el vino con algún refresco, a ver qué tal quedaba. Comenzaron los ensayos, empleando a los txikiteros como improvisado focus group de las catas. A pesar de la general aversión de los parroquianos hacia la Coca Cola, varios de ellos opinaron que la Coca Cola era la que mejor ocultaba el sabor del vino; de modo que éste podría resultar más pasable. Uno de ellos incluso apuntó que había quien llamaba a esta combinación “Rioja Libre” (al estilo del “Cuba Libre” hecho con ron y Coca Cola) y que ese combinado ya lo tomaban algunos sibaritas de la cercana ciudad de Bilbao.

La invención del calimocho

Probando las cantidades de Coca Cola necesaria para ocultar el mal sabor del vino, llegaron a la regla de que era necesario igualar la cuantía de vino y refresco. De este modo deberían de poder colocar a la clientela 4.000 litros de ese brebaje para desembarazarse de todas las existencias de vino. Uno de los asesores opinó que eso no lo conseguirían vender ni en toda Vizcaya en todo un año, mucho menos en unos pocos días de fiestas algorteñas.

Hubo también quien opinó que ayudaría el no decir de qué se trataba el brebaje, manteniéndolo en cierto misterio; también se propuso ponerle un nombre atractivo. Los organizadores se fueron aquel día a almorzar a sus casas con varias tareas: encontrar urgentemente un suministro masivo de Coca Colas con las que mezclar las bebidas, hacerse con los envases para el nuevo brebaje y darle un nombre sugerente al cocktail. El suministro se consiguió a través de un conocido que trabajaba en la distribuidora de ese refresco, el problema de donde mezclar el vino y la Coca Cola se resolvió con la traída de una vieja bañera, que fue instalada en el puesto; finalmente, el envasado se arregló buscando botellas vacías por los bares y casas cercanas (después de haberlas lavado una a una en la fuente).

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Cansados de pensar, por allí apareció un chico del pueblo del cercano pueblo de Erandio —dicen que bastante feo— al que llamaban “Calimero”. Uno propuso que le pusiesen ese nombre; idea que gustó. Algún otro comentó que Calimero era bastante poco agraciado y alguien añadió que en vascuence ‘feo’ se dice motxo, proponiendo fusionar ambos nombres; así surgió el nombre de kalimotxo, que fue rápida y unánimemente adoptado por todos. De este modo, el sábado 12 de agosto de 1972 por la mañana se dio con la fórmula mágica y hacia las cinco de la tarde se inventó el nombre kalimotxo.

Años después, una vez popularizada la bebida, una marca de refrescos registró el nombre kalimotxo para su uso comercial en todo el mundo; de forma legal, pero sin permiso de sus inventores.

Texto de Ignacio Suárez-Zuloaga e ilustraciones de Ximena Maier