Al no poder avanzar, Antonio Fonseca ordenó que se pegara fuego a edificios situados en tres lugares distintos del pueblo; entre ellos, el Monasterio de San Francisco. Con esa estrategia pretendían que los vecinos abandonasen sus puestos para apagar las llamas, permitiendo que sus tropas tomaran los cañones. Pero el fuego se extendió muy rápido mientras que los vecinos no se movían de sus sitios alrededor de la artillería. Al comprobar la catástrofe que acababan de desatar, Fonseca dio orden de retirada a las tropas. Mientras regresaban a Arévalo sin las piezas de artillería y los vecinos trataban de apagar el incendio, la mayoría de la población huía despavorida. Para cuando se consiguió apagar el incendio, ya se habían calcinado trescientas cincuenta casas, incluido el edificio en que estaban almacenadas todas las mercancías de los comerciantes de este importante mercado.
Dos días después llegó la noticia a Segovia. Los regidores segovianos escribieron a los de Medina del Campo en los siguientes términos: “…Dios nuestro Señor nos sea testigo, que si quemaron de esa villa las casas, a nosotros abrasaron las entrañas, y que quisiéramos más perder las vidas, que no que se perdieran tantas haciendas. Pero, tened, señores, por cierto que, pues Medina se perdió por Segovia, o de Segovia no quedará memoria, o Segovia vengará la su injuria a Medina”. Inmediatamente, los comuneros segovianos organizaron una expedición para tratar de vengarse de Fonseca atacando su castillo de Coca; pero al carecer de artillería de asedio, no consiguieron conquistarlo.
Acabada la Guerra de las Comunidades hubo un pleito en el que se solicitó el pago de daños y perjuicios por aquellos hechos; pues una gran paradoja resultó ser el que los propietarios más perjudicados fueron mercaderes partidarios del Emperador.
Texto de Ignacio Suárez-Zuloaga e ilustración de Ximena Maier