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La princesa Cristina de Noruega

la princesa cristina de noruega
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El rey de Castilla Alfonso X el Sabio (1221 – 1284) era hijo de Beatriz de Suabia –hija del rey de romanos (título empleado por los herederos del Sacro Imperio Romano Germánico que no llegaron a ser coronados por el Papa)– por lo que Alfonso trató durante muchos años de heredar el título de emperador que habían ostentado sus antepasados maternos. Para buscar apoyos envió embajadores a la Corte del rey vikingo Haakon IV de Noruega, un rey muy admirado en Europa por aquel entonces. A finales de 1256 los embajadores de Castilla acordaron con el rey noruego que enviara a su hija Cristina, de veintitrés años, a la Corte castellana y que ya allí se decidiría con cuál de los cuatro hermanos casaderos del rey contraería matrimonio.

A comienzos de 1257 la comitiva de la princesa vikinga se embarcó en Tonsberg, cerca de Oslo, con destino a Castilla, pero por alguna causa (se ha alegado que por la mala mar y los mareos del embajador castellano) desembarcaron en Inglaterra.

De allí cruzaron a Francia, donde la princesa fue magníficamente acogida por el rey Luis IX, y continuaron el viaje por tierra hasta el Rosellón. Desde allí se dirigieron a Gerona y después a Barcelona, donde Cristina tuvo un gran recibimiento, encabezado por el propio rey Jaime I.

El 22 de diciembre cruzaba la frontera de Aragón y Castilla, siendo recibida en Soria por el Infante Luís -el más pequeño de los hermanos del rey, descartado para el matrimonio por razones de edad- y por el Obispo de Astorga. Dos días más tarde celebraría la Navidad en el burgalés Monasterio de las Huelgas, junto con la Infanta Berenguela, hermana del rey. Pocos días después Cristina llegaría a Palencia, a cuyas puertas la esperaba Alfonso X, al frente de un impresionante ejército, y la acompañaría en su entrada en la ciudad, sujetando personalmente la brida de su caballo. De allí marcharon a Valladolid, donde fueron objeto de otro espectacular recibimiento por parte del resto de la familia real y los magnates del reino.

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En Valladolid recibieron una carta del rey Jaime I de Aragón, que había quedado muy impresionado por la belleza de la princesa vikinga durante su estancia en Barcelona. La enorme diferencia de edad y el hecho de que el objetivo de los noruegos era establecer la alianza con Alfonso X, que podía llegar a detentar la corona imperial, favoreciendo sus intereses en Alemania, eso movió a declinar la oferta de convertirla en reina de Aragón.

La princesa vikinga y sus consejeros se pusieron a considerar las posibles opciones que tenían con los cuatro hermanos casaderos del rey: Fadrique, Enrique, Felipe y Sancho. Fadrique, de treinta y cuatro años, era el más cosmopolita de la familia, pues había viajado extensamente por Italia y Alemania en defensa de los intereses imperiales de su hermano y los suyos propios. A Fadrique el hecho de estar casado con una noble italiana (que aún seguía en Italia) cuando llegó la comitiva no le impidió postularse para marido de la princesa vikinga. Según las crónicas noruegas ella le rechazó a causa de una cicatriz que tenía en el labio debida a un accidente de caza, y que le afeaba mucho el rostro. El Infante Enrique, de veintiocho años de edad, extraordinario guerrero e intrigante político, no fue considerado, ya que se encontraba de viaje en Inglaterra. El tercer hermano, Felipe, de veintiséis años, había sido orientado desde pequeño hacia la carrera eclesiástica. Muy pronto había sido enviado a estudiar a la Universidad de París, donde recibiría clases del futuro santo Alberto el Magno.

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Al regresar a Castilla, Felipe fue nombrado abad de la Colegiata de San Cosme y San Damián, de Covarrubias (Burgos), y posteriormente, a los 21 años, fue nombrado Arzobispo de Sevilla. Por último estaba Sancho, de veinticuatro años. Al igual que Felipe, había sido destinado a la carrera eclesiástica, compartiendo con él los estudios en París. En el momento de conocer a Cristina era administrador perpetuo de la Diócesis de Toledo, a la espera de que le nombraran Arzobispo.

Según las crónicas noruegas, fue la princesa Cristina de Noruega quien eligió al Infante Felipe de Castilla, por parecerle el mejor y quien más gustaba al propio rey. La crónica castellana señala que fue Alfonso X quien decidió la identidad del novio. Felipe fue autorizado por el rey a abandonar su dignidad religiosa y finalmente contrajeron matrimonio el 31 de marzo de 1258 en la Colegiata de Santa María, en Valladolid.

La princesa moriría en Sevilla, en 1262, sin descendencia. Se escribió que la causa fueron los calores de la ciudad, a los que no llegó a acostumbrarse. Su marido decidió que la sepultaran en la Colegiata de Covarrubias, donde él había sido abad. A lo largo de los siglos, la historia de la princesa noruega quedó en el olvido hasta que, en el año 1958, unos investigadores encontraron en el interior de un sepulcro los restos de una mujer, de un metro setenta de altura (muy alta para una castellana de la época), pelo rubio y uñas rosadas, vestida con unos ropajes de extraordinario lujo. A su lado yacía un pergamino con versos de amor. Por todo este conjunto de motivos se ha llegado a la conclusión de que se trataban de los restos de la princesa Cristina de Noruega.

cristina de noruega

Texto de Ignacio Suarez-Zuloaga e ilustraciones de Ximena Maier