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El Motín de la Trucha

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Hay eventos que por su espectacularidad y ausencia de lógica quedan difuminados en la historia. Los monarcas y autoridades no están interesados en que se conozcan por las repercusiones que pudieran acarrear en el futuro: unos peligrosos precedentes. Este es el caso del llamado “Motín de la Trucha”, asunto silenciado durante años.

Zamora era a mediados del siglo XII una ciudad importante y próspera. Desde la reciente independencia del reino de Portugal, se trataba de la ciudad que guardaba la frontera del Duero. Por otra parte, era uno de los principales centros de la Vía de la Plata y del Camino de Santiago del sur. Por estas razones había allí una pujante burguesía y un concurrido mercado; una numerosa población de plebeyos que comenzaba a demandar más protagonismo social frente a los caballeros y el clero que la gobernaban.

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Vista de Zamora

En el mercado de Zamora, en algún día del año 1158, cuando un zapatero le acababa de comprar a un pescadero la última trucha que le quedaba, fue interrumpido por un criado del caballero Gómez Álvarez de Vizcaya. El despensero del noble argumentó que necesitaba ese pescado y que tenía preferencia sobre él por el estatus de su señor; pero el zapatero y el pescadero afirmaron que la trucha estaba ya vendida y se negaron a entregársela. Se entabló entonces una fuerte discusión que fue convocando a un creciente número de curiosos,  que apoyaron a una u otra parte. La discusión acabó en pelea, marchando sin el pescado el criado a casa del caballero. Aquí empezaría el Motín de la Trucha.

Enterado el caballero de lo ocurrido, reunió a otros hidalgos y hombres de armas, marchando todos juntos a buscar al zapatero, al pescadero y a aquellos que más les habían apoyado durante el tumulto. Los plebeyos fueron capturados y puestos bajo custodia; a continuación Don Gómez convocó a los demás hidalgos de Zamora a una reunión  en la iglesia de Santa María para decidir qué hacer con ellos. Allí le argumentó a los que acudieron que, con el fin de evitar que se repitiesen esa clase de insolencias, convenía escarmentar al conjunto de los plebeyos ahorcando a los autores del tumulto.

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Motín de la trucha

Mientras tanto, los burgueses que participaban en el Motín de la Trucha, se encontraban tan o más excitados que los caballeros, pues la captura, casa por casa, de los amotinados y su encarcelamiento les había indignado. Congregados numerosos plebeyos alrededor de la iglesia donde los caballeros estaban dilucidando su futuro, intervino en ese momento Benito ‘el pellitero’– que como Procurador del común, les representaba en los ‘ayuntamientos’ (reuniones) con los jefes de los otros estamentos de la ciudad-.

Además de arengar a los presentes, Benito tomó un haz de leña y lo puso sobre la puerta del templo; le imitaron muchos otros, hasta taponar la salida. A continuación le prendieron fuego, incendiándose el templo y pereciendo todos los hidalgos allí reunidos. La turba se dirigió hacia la casa de Álvarez de Vizcaya, la saquearon y la incendiaron; lo mismo hicieron con muchas otras propiedades de los hidalgos. Habiendo perecido los caballeros encargados de mantener la autoridad, la ciudad de Zamora había quedado en poder de los amotinados.

Motín de la trucha

Temerosos de la reacción del rey Fernando II de León y de los parientes de los nobles asesinados, Benito ‘el pellitero’ y el gran contingente de amotinados –posiblemente varios centenares- recogieron sus enseres y se exiliaron en el cercano Portugal. Desde allí les escribieron al rey y al Papa, relatándoles el Motín de la Trucha y la larga serie de agravios padecidos a manos de los asesinados y rogando el perdón por el incendio de la iglesia y las muertes causadas. De lo contrario permanecerían en Portugal y se ‘desnaturalizarían’, convirtiéndose en súbditos del rey Alfonso Enriques; éste se había hecho armar caballero en la catedral de Zamora unos años antes, por lo que era apreciado por los zamoranos.

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Al joven rey de León –pues tenía 21 años y llevaba un año en el trono- se le creó un gran dilema. Si aceptaba la petición quedaba muy socavada su autoridad y los nobles podían incluso derribarle. Fernando había sido proclamado cuando su padre había desgajado León de Castilla, por lo que aceptar la petición de los exiliados podría provocar que bastantes nobles pudieran abandonarle y apoyar a su hermano (que quería reunificar el reino). Por otra parte, ese importante contingente de zamoranos representaba un gran refuerzo para el rey de Portugal; que era tan o más agresivo que los castellanos. Finalmente, el rey entendió que la ira popular tenía alguna justificación y que el naciente Portugal podría ser incluso más peligroso que Castilla.

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Iglesia de Santa María la Nueva

Puesto de acuerdo con el Papa Alejandro III, les envió a los exiliados una misiva en las que se especificaba las condiciones del perdón. Los amotinados deberían erigir una nueva iglesia de Santa María, que a partir de ese momento fue conocida en Zamora como ‘la nueva’; además, tendrían que mandar tallar un retablo que contuviese al menos 200 marcos de plata y un determinado número de piedras preciosas. Así se hizo, y el templo de Santa María la nueva (con cimientos del siglo XII y una ampliación del siglo XIII) es el resultado de ello. Quien lo visite en Zamora, verá a su lado una calle que lleva el nombre del ‘Motín de las Truchas’.

Texto de Ignacio Suarez-Zuloaga e ilustraciones de Ximena Maier