El género, los genes, las lealtades familiares y el estatus social pueden a veces entrar en conflicto, propiciando que insólitos personajes protagonicen los episodios más sorprendentes. Ese es el caso de María Pacheco, rancia aristócrata convertida en lideresa de un movimiento popular, pues protagonizó uno de los episodios más heroicos y emocionantes de la Guerra de las Comunidades.
Durante los meses que Padilla estuvo ausente de su ciudad, el carisma y las capacidades de liderazgo de María Pacheco motivaron que fuera ella quien gobernase Toledo (a pesar de no tener título alguno para ello). La llegada a la ciudad del guerrero Obispo de Zamora —Antonio Acuña— supuso que compartiera con él la jefatura de la ciudad de Toledo.
La noticia de que se acercaban las tropas imperiales a Toledo motivó que sus capitanes pretendieran negociar la rendición. El miedo se apoderó de todos, incluido el otro jefe de Toledo —el Obispo Acuña— que desertó el 25 de mayo, tratando de llegar a Francia. La reacción de María Pacheco fue tomar el mando absoluto, nombrando capitanes, ordenando la posición de las tropas y haciendo una salida para hacerse con la artillería que estaba depositada en la cercana localidad de Yepes.
Pero entonces ocurre un acontecimiento inesperado. Se subleva contra el Emperador la población navarra partidaria de la dinastía Albret (reyes de Navarra expulsados a Francia en 1512 por los castellanos) en las poblaciones de Tudela, Olite, Estella… apoyados por la invasión de un gran ejército francés comandado por André de Foix —pariente de Germana de Foix, la amante del rey Carlos I—. Para hacerse perdonar la sublevación y congraciarse con el rey, las ciudades «comuneras» de Segovia, Ávila, Salamanca, Medina del Campo, Toro, Palencia y Valladolid organizaron y pagaron a unos ocho mil excombatientes comuneros que pasaron a engrosar el ejército imperial.
La gente de Toledo desconfiaba de la capacidad de María de ganar, produciéndose motines que ella controló llegando a apuntar a la ciudad con los cañones del Alcázar. Para dar ejemplo y energizar a la gente recorría las calles vestida de luto con su hijo pequeño subido en una mula, vendiendo las joyas de su familia para pagar a las tropas. También adoptó revolucionarias medidas sociales, como reducir los impuestos al consumo y libertar a los esclavos. La falta de recursos la obligó a tomar medidas inauditas, como incautarse de la plata de la catedral de Toledo; gesto que hizo puesta de rodillas, en posición de perdón por lo que estaba realizando. Tampoco dudó en mandar que se ejecutara a dos importantes hidalgos toledanos por apropiarse de un dinero de la causa. Todo lo que fuera necesario para resistir. Mientras tanto, trató infructuosamente de ponerse en contacto con los franceses que combatían en Navarra.
Las tropas del Rey realizaron diversos combates con los toledanos hasta conseguir completar el cerco en el mes de agosto. A comienzos de septiembre comenzaron los bombardeos contra la ciudad. Mientras tanto el hermano mayor de María —uno de los militares más próximos al Emperador, por haber asegurado la tranquilidad en Andalucía— rogaba sin éxito a Carlos I que ofreciera una salida negociada a su hermana. La continua tensión nerviosa le pasó factura a María Pacheco, que dejó de dormir y adelgazó hasta el punto de que no podía caminar sola y debía de ser transportada en silla de manos. El 25 de octubre la mediación del Obispo de Bari propició que se firmase un armisticio en el monasterio de Sisla por el que los comuneros se comprometieron a evacuar el Alcázar conservando el control de casi toda la ciudad, en tanto que los jefes imperiales prometieron que se perdonaría a los alzados, se mantendrían los derechos tradicionales de la ciudad de Toledo, se respetaría la herencia del hijo de Padilla y se autorizaba trasladar el cadáver de éste último desde Villalar a Toledo (aunque nunca se hizo).
Pero María y su hijo tenían poderosos aliados entre sus adversarios; pues entre los vecinos “imperiales” de Toledo estaba su cuñado —un hermano menor de Juan Padilla— y una hermana mayor de María. Esto mediaron entre las partes hasta conseguir una tregua en los combates. Dado que la situación militar de los comuneros era ya desesperada y que si la capturaban la ajusticiarían, sus familiares improvisaron un plan para que esa misma noche María pudiera fugarse de Toledo.
La guerra para expulsar a los navarros leales a los Albret y a los franceses, duró hasta febrero de 1522. Tranquilizado el reino, el 28 de octubre de 1522 el Emperador Carlos dictó un «perdón general» en el que no fueron incluidas 287 personas; entre los que no fueron perdonados estaba María Pacheco, que en 1524 fue condenada a muerte en rebeldía. Ella fue una de las pocas personas condenadas que nunca escribió al Emperador para solicitar el perdón; continuó viviendo muy precariamente en Oporto hasta su muerte a los 36 años. Su última voluntad fue que su cuerpo reposase en Villalar junto al de su marido; pero esto no fue admitido por el Emperador. Se la enterró en el altar de San Jerónimo de la catedral de Oporto.
Si preguntas mi nombre fue María / si mi tierra, Granada; mi apellido / de Pacheco y Mendoza, conocido / el uno y el otro más que el claro día / si mi vida, seguir a mi marido / mi muerte en la opinión que el sostenía / España te dirá mi cualidad / que nunca niega España la verdad.
Texto de Ignacio Suarez-Zuloaga e ilustraciones de Ximena Maier