En cuanto a Antonio Pérez, éste había ascendido en el escalafón de “secretarios” (algo asimilable a un ministro actual) hasta el punto de convertirse en el Secretario de Estado (dedicado a los asuntos exteriores) y Secretario del Consejo de Castilla.
A los 35 años —y a pesar de su parche en el ojo— la princesa de Eboli continuaba resultando fascinadoramente atractiva. Unido a su personalidad y riqueza, no tardó en participar activamente en la vida del Alcázar de Madrid, el lugar desde el que se dirigían los destinos del mayor imperio del mundo. Ana se convirtió en confidente de la reina Isabel de Valois; razón por la que su relación con el rey se volvió también muy estrecha.
Dado que los celos del rey contra Don Juan de Austria comenzaron a volverse obsesivos, Pérez optó por ganarse la confianza del rey presentándole supuestas pruebas de la connivencia de Don Juan con los rebeldes holandeses; Felipe II dió crédito a lo que le decía Antonio Pérez, volviéndose abiertamente hostil frente su hermanastro.
Para tratar de aclarar la posición de Don Juan en un tema de alta traición, Escobar viajó desde Flandes a Madrid. Además de explicar la actitud del gobernador de los Países Bajos frente a los rebeldes, Escobedo también empleó los rumores de los amoríos de Pérez con la princesa de Eboli para volver al rey en contra su rival. Escobedo debió de hacer avances en su persuasión o disponer de pruebas muy comprometedoras, pues —tras un intento de envenenamiento fallido— unos espadachines asesinaron a estocadas a Escobedo durante la noche del 31 de marzo de 1578.
El escándalo fue mayúsculo. La familia de Escobedo acusó a Pérez y a la princesa de Eboli del asesinato. Primero el rey ignoró las acusaciones, pero en otoño de 1578 llegó a Madrid la correspondencia del recientemente fallecido Juan de Austria. Tras su lectura quedó claro que Don Juan siempre había sido fiel y que Pérez le había inducido al rey a sospechar de una traición inexistente. Con gran cargo de conciencia por la participación que —por acción u omisión— puedo haber tenido en el asesinato de Escobedo, el rey encargó la elaboración de un informe al Presidente del Consejo de Castilla; éste respondió con algunas débiles pruebas contra Pérez del asesinato de Escobedo, así como de otros turbios manejos.
El informe encargado por el rey se salió de los aspectos legales, entrando en los sentimentales. Dió por ciertos los rumores sobre los amores entre Antonio Pérez y la Princesa de Eboli. La situación de Ana en la corte se volvió insostenible, pues esta estaba ya muy mal vista por ocuparse poco de sus hijos. La aprobación oficial de la tesis de que era la amante de un personaje caído en desgracia frente al rey supuso su total ostracismo.
Esta comenzó a cumplir una pena de prisión sin juicio, por la mera voluntad del rey; después fue encerrada en el castillo de Santorcaz, y de allí fue enviada a su palacio de Pastrana en la primavera de 1581.
En su propio palacio la princesa de Eboli retomó la vida de lujo y recibió visitas. A raíz de la fuga de Antonio Pérez a Aragón, y ante el peligro de que ella también huyera, el rey ordenó que se cambiara su régimen de prisión atenuada, siendo confinada en unas pocas habitaciones,; ya no estaba autorizada a salir ni a recibir visitas, y estaba solo acompañada por su hija menor y varias criadas. Tan estricto régimen de reclusión fue demasiado para el temperamento nervioso de Ana, que fue dando crecientes muestras de inestabilidad psíquica. El rey decidirá privarla de la gestión de su patrimonio, concediéndole esa responsabilidad a su hijo mayor.
Texto de Ignacio Suarez-Zuloaga e ilustración de Ximena Maier