En 1107 falleció Raimundo de Borgoña, esposo de Urraca, hija del rey Alfonso VI de León, dejando huérfano a su hijo Alfonso, con tan sólo dos años de edad. Al año siguiente, falleció Sancho de León, en la batalla de Uclés. El heredero debía de haber sido Sancho, hermanastro de Urraca pero el Rey de León, al sentir próxima su muerte, convocó a sus nobles en Toledo y les anunció que nombraba como sucesora a su hija Urraca -un hecho insólito en la monarquía, pues nunca hasta entonces se había designado a una mujer para reinar-. Los nobles aceptaron, pero bajo la condición de que se casase inmediatamente.
Se comprometían a nombrar heredero de los reinos de León y de Aragón al futuro hijo que engendraran ambos, lo que suponía la relegación del niño Alfonso, el hijo primogénito de Urraca, hijo de Raimundo de Borgoña. Además, ambos cónyuges se convirtieron en soberanos del reino propiedad del otro, por lo que si no tenían descendencia, si moría uno de ellos le sucedería en su trono el cónyuge.
Al tiempo en que se celebraba la boda, Alfonso I fallecía en Toledo. Urraca y su marido fueron proclamados Reyes de León. Muy pronto comenzaron los problemas y varios grupos de nobles se alzaron en armas, alegando diversas causas.
Alfonso ‘el Batallador’, para afianzar su poder, destituyó de sus cargos a numerosos nobles leoneses y castellanos, sustituyéndolos por nobles aragoneses y navarros de su confianza. Además, no congenió en absoluto con su esposa y sus enfrentamientos fueron en aumento hasta que Urraca acabó escapándo llevándose a su hijo. La Reina se puso al frente de algunos de los rebeldes y, en el año 1111, a petición de la nobleza gallega, autorizó que su hijo Alfonso fuera proclamado Rey de Galicia, en Santiago de Compostela. La proclamación supuso el inicio de una guerra abierta entre los partidarios de ambos cónyuges. Al año siguiente, Alfonso ‘el Batallador’ se presentó con su ejército ante las murallas de Ávila, exigiendo la entrega de la ciudad. Le habían comunicado que el niño Alfonso había muerto, por lo que pensó que podría tomar sin esfuerzo el control de todo el reino.
Blasco Jimeno, Alcalde de Ávila y protector del niño, le contestó que su Rey estaba con ellos a lo que Alfonso ‘el Batallador’ respondió solicitando una entrevista personal con su hijastro, que tenía siete años.
En la conversación Blasco Jimeno acordó con el Rey de Aragón entraría en la ciudad a ver al niño, pero que – para garantizar su libertad y su seguridad para regresar al campamento – cinco de los principales nobles abulenses, con cuatro de sus hijos y numerosos escuderos, se entregarían al ejército aragonés como rehenes. El grupo de setenta rehenes abulenses cruzó la muralla por una puerta situada cerca de la calle Telares, en el antiguo barrio judío (actualmente llamada ‘puerta de la mala ventura’); allí se entregaron a los aragoneses. A continuación, Alfonso ‘el batallador’ se dirigió hacia la ciudad para celebrar el encuentro. Estando aún afuera, el Rey cambió de opinión y, en lugar de entrar a la ciudad para celebrar el encuentro, pidió que le mostraran al niño desde la muralla. Blasco Jimeno se mostró de acuerdo, indicando al niño que saludase a su padrastro desde lo alto.
Furioso, el rey de Aragón se volvió con su gente; entonces amenazó con matar a todos los rehenes, a la vista de sus familiares, si no le entregaban el niño. A continuación, en un paraje que desde entonces se denomina ‘hervencias’ hirvió las cabezas de los rehenes muertos, para poder mostrarlas como escarmiento a quienes se le opusieran. Finalmente, dio la orden de levantar el campamento y marcharse. Al ver que los aragoneses se retiraban los abulenses salieron a buscar los restos de las víctimas de tan cruel mala ventura. Reunidos ante los cadáveres decidieron enviar unos caballeros tras el ejército aragonés, para retar a Alfonso de Aragón a un Juicio de Dios. Uno de los rehenes asesinados era hermano del Alcaide Blasco Jimeno y del famoso caballero Nalvillos Blázquez.
Blasco Jimeno se dió cuenta de que era de alguna forma responsable de la muerte de los abulenses que se habían fiado del pacto, pues no debió de haber mostrado al niño hasta que el rey Alfonso hubiera entrado en Ávila y cada parte tuviese un rehén. Posiblemente, por eso Blasco Jimeno decidió asumir la arriesgada decisión de alcanzar al ejército del rey para retar en duelo a quien ya una vez le había engañado; acompañado por un sobrino, que le servía de escudero, se puso en camino. Alcanzó al ejército en el pueblo de Cantiveros, retando a un duelo al Rey Alfonso ‘el batallador’. Este se negó, pero no dejó de aprovechar la ocasión de ordenar a sus caballeros que mataran a Blasco Jimeno y a su escudero. Estos los caballeros abulenses se defendieron heroicamente hasta resultar muertos. La mala ventura quedó para siempre asociada a la ciudad de Ávila, que a partir de entonces será conocida como ‘Ávila del rey niño’ por el alto precio de sangre que pagaron sus hidalgos caballeros en defensa de un rey desvalido.
En el pueblo de Cantiveros (a unos 45 kilómetros de Ávila) hay otro recuerdo de la mala ventura. Se trata del lugar donde Blasco Jiménez retó al rey donde se erigió una cruz de piedra, sustituida por una nueva en el siglo XVII, que lleva la siguiente inscripción:
Una auténtica mala ventura ¿verdad?
Texto de Ignacio Suarez-Zuloaga e ilustraciones de Ximena Maier