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El santón que hizo el primer atentado suicida

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Rey Muley Hacen de Granada
Rey Muley Hacen de Granada

En 1487, se estaban desarrollando 2 dramas simultáneos en tierras del Reino de Granada. Por una parte, la guerra civil que desde hacía cinco años venía disputándose entre dos bandos de la dinastía reinante, apoyados cada uno por los principales linajes del reino nazarí de Granada. Un bando estaba formado por el rey Muley Hacen, apoyado por su hermano El Zagal y el poderoso clan de los zegríes. En tanto que en el otro se encontraba el joven Boabdil (llamado más tarde “el chico”), que era el hijo de Muley Hacen, y que se había autoproclamado Rey con el apoyo de su poderoso suegro, el general Aliatar (ver su historia), así como por el clan de los abencerrajes. Por otra, la intermitente ofensiva del ejército cristiano al mando de los Reyes Católicos, que trataban de conseguir la conquista del reino de Granada.

En 1483 los cristianos habían capturado a Boabdil durante la batalla de Lucena (véase esta historia); desde entonces mantenían con él una alianza contra su padre y su tío. Según el acuerdo, los cristianos tenían el derecho a incorporar a su reino los territorios que arrebataran al bando de su padre.

La ciudad de Málaga era una pieza clave en la guerra. Era uno de los principales bastiones del rey depuesto Muley Hacen; por eso éste había dejado su defensa en manos de su principal general, su hermano El Zagal. Además, se trataba de un puerto estratégico para cualquier llegada de refuerzos musulmanes desde África, por lo que los Reyes Católicos tenían un gran interés en la conquista de Málaga. En el verano de 1497, el ejército cristiano se preparó para su asalto. La ciudad contaba con una numerosa guarnición, comandada por el gobernador, el valeroso general Hamet el Zegrí.

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Los ataques se desarrollaron durante todo el verano, sin que los tres meses de asedio rindieran Málaga.

En ese momento llegó al campamento cristiano, rodeada de toda su pompa, la comitiva de la Reina Isabel I. Ante la vista de la desolación del campo de batalla, la reina ordenó que inmediatamente cesaran las hostilidades, enviando a continuación un emisario a El Zegrí. En su misiva le ofreció muy ventajosas condiciones para su rendición pero también le advirtió la reina que si no aceptaba rendirse expondría a toda la población a las más terribles consecuencias.

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Reina Isabel I

El Zegrí interpretó la oferta como una muestra de debilidad. El caudillo musulmán sabía que la escuadra cristiana carecía de un puerto de refugio y que, con la llegada del otoño y las tempestades, la reina se vería obligada a retirarse, lo que le permitiría a El Zegrí recibir de nuevo auxilio desde África y continuar la lucha hasta que lo cristianos, debilitados por tantos meses a la intemperie, levantaran el asedio. Así pues, el gobernador, ni siquiera, contestó a la oferta de capitulación. Mientras tanto, El Zagal realizó un intento de socorrer a la ciudad sitiada, pero fracasó en su empeño. La noticia de la derrota de las tropas de auxilio causó una gran desmoralización entre los malagueños que se resignaron a la continuación de sus grandes sufrimientos. No sólo los sitiados permanecían angustiados por la larga duración del asedio, la población fiel a El Zagal vivía como propio el drama de los sitiados pues eran conscientes de que su rendición podría desembocar en la pérdida de todo el reino de Granada.

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Una mañana, el pueblo de Guadix, a más de 200 kilómetros de la ciudad de Málaga —en la parte oriental del territorio controlado personalmente por El Zagal— se vio sobresaltado por las proclamas de un anciano que decía había tenido una visión divina la noche anterior. El santon Ibrahim el Guerbi era un derviche que hacía ya muchos años que se había instalado en la zona. Proveniente de la isla de Djerba (cerca de la ciudad de Túnez) se trataba de un hombre muy anciano que prodigaba los ayunos, por lo que se encontraba literalmente en los huesos. Su comportamiento bondadoso y su fama de santidad le habían convertido en un personaje extremadamente popular entre sus paisanos, que le atribuían dotes proféticas.

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Gaudix

Ibrahim reunió en asamblea a los habitantes de Guadix, a sus gobernantes y a la guarnición militar, afirmando tajantemente que Alá le había revelado en sueños cómo salvar a Málaga de los cristianos. Su elocuencia y entusiasmo les persuadió de la veracidad de su proclama y se pusieron todos a su entera disposición. El derviche les dijo que necesitaba llegar cuanto antes a Málaga y penetrar en la ciudad, donde pondría en práctica lo que Dios le había revelado. A pesar de que el ejército de El Zagal había fracasado recientemente con un poderoso ejército, la guarnición de Guadix confió en sus visiones y se ofreció a acompañarle en su proyecto.

El anciano santon fue a Malaga junto con unos cuatrocientos compañeros, emprendió el largo y accidentado viaje a través de las montañas de Sierra Nevada, hasta las proximidades de Málaga. Al otear desde lejos la ciudad, Ibrahim comprobó la gran cantidad de tropas y de barcos que atacaban la ciudad por todas partes y comprendió la razón por la que El Zagal había fracasado en su intento. De repente, el santon se sintió inspirado y desarrolló rápidamente un plan muy intrépido para cruzar las líneas de los sitiadores cristianos. Había que tratar de romper el cerco a través de la planicie, donde estaban plantadas las tiendas de campaña de los jefes cristianos. El lugar, tan guarnecido de tropas, carecía de trincheras y muros que protegieran a los sitiadores de las salidas de los sitiados.

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Esa misma noche, cuando los cristianos se retiraron a descansar, la pequeña tropa de Ibrahim se lanzó al galope a través del campamento cristiano. Tras una breve lucha, la mitad de los guerreros que le acompañaban consiguieron llegar a las murallas de Málaga; allí se les recibió con tanta sorpresa como alegría. Todos los musulmanes coincidieron que esta hazaña representaba un excelente presagio y la población de Málaga recuperó la esperanza.

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Mientras se celebraba el combate, el santón aprovechó la confusión para esconderse dentro del campamento de los sitiadores. A la mañana siguiente, Ibrahim se colocó encima de una piedra y se puso a meditar hasta que algunos soldados le detuvieron, conduciéndole a la tienda del marqués de Cádiz, uno de los principales jefes del ejército. Don Diego Ponce de León interrogó al anciano santón acerca de su identidad y su presencia en el lugar, a lo que Ibrahim respondió hablándole de su procedencia tunecina y afirmó contar con dotes adivinatorias facilitadas por su santidad. El marqués, escéptico en esta materia, le preguntó burlonamente acerca de la fecha en que se rendiría la ciudad; y el derviche le contestó que la repuesta era un secreto que sólo a los Reyes podría revelar personalmente. Ante la eventualidad de que pudiera aportar algo útil una conversación entre el santón y los reyes, Don Diego Ponce de León decidió comentar esa sugerencia con los monarcas y que fueran ellos quienes decidieran acerca de la conveniencia de recibirlo. Mientras tanto, el marqués de Cádiz llevó al prisionero a una tienda.

Por ello condujo a Ibrahim a una tienda cercana a la de los Reyes, donde se encontraban descansando la marquesa de Moya y Don Álvaro de Portugal; estos linajudos nobles iban acompañados por su propio séquito de caballeros, que les escoltaban. Al encontrarse en una tienda tan lujosa y frente a dos dignatarios, el santón creyó estar frente a los Reyes Católicos. En un determinado momento, el santón se acercó por sorpresa a Don Álvaro y con todas sus fuerzas le propinó un golpe con una cimitarra que llevaba escondida en su vestimenta; creyéndolo muerto, trató de matar a la marquesa de Moya. Esta tuvo la suficiente suerte como para conseguir escapar de él por muy poco y fue salvada por los miembros de la escolta, que rápidamente acabaron con la vida del santón Ibrahim.

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El santon de Malaga murió con el convencimiento de que había matado al rey Fernando de Aragón y que habría evitado la conquista de Málaga. El Rey, informado de lo acontecido, ordenó que los despojos del santón fueran lanzados a los sitiados mediante una catapulta. Los restos del derviche fueron recogidos y venerados por los malagueños. Furiosos, los asediados ataron a la cola de un asno el cadáver de un prisionero cristiano, y espantaron a la bestia con el cuerpo arrastras hacia el campo de los sitiadores.

A partir de este momento, el Rey se negó a cualquier clase de pacto con los sitiados y éstos, faltos de provisiones, no tuvieron otra salida que rendirse sin condiciones a los Reyes Católicos. La Reina Isabel consiguió que su esposo el rey Fernando incumpliera su decisión de aniquilar la totalidad de la población pero no pudo atenuar la represión que se desencadenó contra los musulmanes malagueños. Los guerreros moros fueron ejecutados a lanzazos, mientras que los muladíes —cristianos convertidos al Islam— que habían colaborado en la defensa de la ciudad fueron quemados vivos. El resto de la población, incluidas las mujeres y los niños, fueron entregados como esclavos a los soldados sitiadores, formando parte de su botín.

El atacado Don Álvaro de Portugal logró sobrevivir al atentado y años después sería un importante apoyo para los viajes de Cristobal Colón. Posiblemente el atentado del santón pudiera haber jugado un papel en la dureza de la represión desatada por el Rey Fernando, si bien en aquella época esa clase de castigos en una guerra eran bastante habituales por todas las partes.

Lo que es evidente es que si el santón hubiera tenido éxito en éste primer atentado suicida, la historia del mundo hubiera cambiado considerablemente, pues los musulmanes granadinos hubieran podido resistir más tiempo ¿y poder recibido ayuda del emergente Imperio turco? También es muy probable que sin la reina Isabel, Colón no hubiera podido haber realizado su viaje hacia las Indias.

Texto de Ignacio Suarez-Zuloaga e ilustraciones de Ximena Maier

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