La ciudad de Málaga era una pieza clave en la guerra. Era uno de los principales bastiones del rey depuesto Muley Hacen; por eso éste había dejado su defensa en manos de su principal general, su hermano El Zagal. Además, se trataba de un puerto estratégico para cualquier llegada de refuerzos musulmanes desde África, por lo que los Reyes Católicos tenían un gran interés en la conquista de Málaga. En el verano de 1497, el ejército cristiano se preparó para su asalto. La ciudad contaba con una numerosa guarnición, comandada por el gobernador, el valeroso general Hamet el Zegrí.
El Zegrí interpretó la oferta como una muestra de debilidad. El caudillo musulmán sabía que la escuadra cristiana carecía de un puerto de refugio y que, con la llegada del otoño y las tempestades, la reina se vería obligada a retirarse, lo que le permitiría a El Zegrí recibir de nuevo auxilio desde África y continuar la lucha hasta que lo cristianos, debilitados por tantos meses a la intemperie, levantaran el asedio. Así pues, el gobernador, ni siquiera, contestó a la oferta de capitulación. Mientras tanto, El Zagal realizó un intento de socorrer a la ciudad sitiada, pero fracasó en su empeño. La noticia de la derrota de las tropas de auxilio causó una gran desmoralización entre los malagueños que se resignaron a la continuación de sus grandes sufrimientos. No sólo los sitiados permanecían angustiados por la larga duración del asedio, la población fiel a El Zagal vivía como propio el drama de los sitiados pues eran conscientes de que su rendición podría desembocar en la pérdida de todo el reino de Granada.
Ibrahim reunió en asamblea a los habitantes de Guadix, a sus gobernantes y a la guarnición militar, afirmando tajantemente que Alá le había revelado en sueños cómo salvar a Málaga de los cristianos. Su elocuencia y entusiasmo les persuadió de la veracidad de su proclama y se pusieron todos a su entera disposición. El derviche les dijo que necesitaba llegar cuanto antes a Málaga y penetrar en la ciudad, donde pondría en práctica lo que Dios le había revelado. A pesar de que el ejército de El Zagal había fracasado recientemente con un poderoso ejército, la guarnición de Guadix confió en sus visiones y se ofreció a acompañarle en su proyecto.
Esa misma noche, cuando los cristianos se retiraron a descansar, la pequeña tropa de Ibrahim se lanzó al galope a través del campamento cristiano. Tras una breve lucha, la mitad de los guerreros que le acompañaban consiguieron llegar a las murallas de Málaga; allí se les recibió con tanta sorpresa como alegría. Todos los musulmanes coincidieron que esta hazaña representaba un excelente presagio y la población de Málaga recuperó la esperanza.
Mientras se celebraba el combate, el santón aprovechó la confusión para esconderse dentro del campamento de los sitiadores. A la mañana siguiente, Ibrahim se colocó encima de una piedra y se puso a meditar hasta que algunos soldados le detuvieron, conduciéndole a la tienda del marqués de Cádiz, uno de los principales jefes del ejército. Don Diego Ponce de León interrogó al anciano santón acerca de su identidad y su presencia en el lugar, a lo que Ibrahim respondió hablándole de su procedencia tunecina y afirmó contar con dotes adivinatorias facilitadas por su santidad. El marqués, escéptico en esta materia, le preguntó burlonamente acerca de la fecha en que se rendiría la ciudad; y el derviche le contestó que la repuesta era un secreto que sólo a los Reyes podría revelar personalmente. Ante la eventualidad de que pudiera aportar algo útil una conversación entre el santón y los reyes, Don Diego Ponce de León decidió comentar esa sugerencia con los monarcas y que fueran ellos quienes decidieran acerca de la conveniencia de recibirlo. Mientras tanto, el marqués de Cádiz llevó al prisionero a una tienda.
Por ello condujo a Ibrahim a una tienda cercana a la de los Reyes, donde se encontraban descansando la marquesa de Moya y Don Álvaro de Portugal; estos linajudos nobles iban acompañados por su propio séquito de caballeros, que les escoltaban. Al encontrarse en una tienda tan lujosa y frente a dos dignatarios, el santón creyó estar frente a los Reyes Católicos. En un determinado momento, el santón se acercó por sorpresa a Don Álvaro y con todas sus fuerzas le propinó un golpe con una cimitarra que llevaba escondida en su vestimenta; creyéndolo muerto, trató de matar a la marquesa de Moya. Esta tuvo la suficiente suerte como para conseguir escapar de él por muy poco y fue salvada por los miembros de la escolta, que rápidamente acabaron con la vida del santón Ibrahim.
El santon de Malaga murió con el convencimiento de que había matado al rey Fernando de Aragón y que habría evitado la conquista de Málaga. El Rey, informado de lo acontecido, ordenó que los despojos del santón fueran lanzados a los sitiados mediante una catapulta. Los restos del derviche fueron recogidos y venerados por los malagueños. Furiosos, los asediados ataron a la cola de un asno el cadáver de un prisionero cristiano, y espantaron a la bestia con el cuerpo arrastras hacia el campo de los sitiadores.
A partir de este momento, el Rey se negó a cualquier clase de pacto con los sitiados y éstos, faltos de provisiones, no tuvieron otra salida que rendirse sin condiciones a los Reyes Católicos. La Reina Isabel consiguió que su esposo el rey Fernando incumpliera su decisión de aniquilar la totalidad de la población pero no pudo atenuar la represión que se desencadenó contra los musulmanes malagueños. Los guerreros moros fueron ejecutados a lanzazos, mientras que los muladíes —cristianos convertidos al Islam— que habían colaborado en la defensa de la ciudad fueron quemados vivos. El resto de la población, incluidas las mujeres y los niños, fueron entregados como esclavos a los soldados sitiadores, formando parte de su botín.
El atacado Don Álvaro de Portugal logró sobrevivir al atentado y años después sería un importante apoyo para los viajes de Cristobal Colón. Posiblemente el atentado del santón pudiera haber jugado un papel en la dureza de la represión desatada por el Rey Fernando, si bien en aquella época esa clase de castigos en una guerra eran bastante habituales por todas las partes.
Lo que es evidente es que si el santón hubiera tenido éxito en éste primer atentado suicida, la historia del mundo hubiera cambiado considerablemente, pues los musulmanes granadinos hubieran podido resistir más tiempo ¿y poder recibido ayuda del emergente Imperio turco? También es muy probable que sin la reina Isabel, Colón no hubiera podido haber realizado su viaje hacia las Indias.
Texto de Ignacio Suarez-Zuloaga e ilustraciones de Ximena Maier