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La brava hembra María Pacheco, “leona de Castilla”

leyendas maria pacheco

El género, los genes, las lealtades familiares y el estatus social pueden a veces entrar en conflicto, propiciando que insólitos personajes protagonicen los episodios más sorprendentes. Ese es el caso de María Pacheco, rancia aristócrata convertida en lideresa de un movimiento popular, pues protagonizó uno de los episodios más heroicos y emocionantes de la Guerra de las Comunidades.

En 1495 María nació en el Palacio de La Alhambra cuando el alcaide «a perpetuidad» era su padre, un caballero que pasó a la historia con el sobrenombre del «gran Tendilla». Ella descendía de dos de las familias más poderosas de Castilla: por parte de padre era una López de Mendoza —el linaje del Marqués de Santillana, del cardenal Mendoza…— y por parte de madre era nieta de Juan Pacheco —el temido Marques de Villena que mandó sobre Enrique IV y calló en desgracia por sostener la la candidatura de La Beltraneja frente a Isabel la católica—. María ya dio muestras de carácter siendo muy joven al adoptar el apellido de su madre en detrimento del de su famoso padre.

Palacio de La Alhambra en Granada
Palacio de La Alhambra en Granada.

En el verano de 1520, tras el linchamiento de Segovia y el inicio de la sublevación comunera Juan de Padilla lleva a las tropas toledanas para unirse a las milicias concejiles de Madrid y de Segovia. Fue elegido general de un ejército comunero que creció a causa de la quema de Medina del Campo que desencadenó una guerra abierta. En el marco de las intrigas para el liderazgo de los comuneros, Padilla sale perdiendo y regresó a Toledo; pero después de la deserción de Pedro Girón vuelve para tomar el mando del ejército.

Para entonces el movimiento comunero se había convertido en una sublevación de fuerte carácter populista y anti-aristocrático. Tras unos éxitos militares iniciales, Juan de Padilla no consigue mantener la autoridad sobre el ejército; por esta causa se produce una auténtica masacre de los comuneros en la Batalla de Villalar y que Padilla fuera ejecutado. Sin sus capitanes más carismáticos ni un ejército organizado, muchos regidores de las ciudades comuneras huyeron, en tanto que los militares que no habían sido capturados trataron de ponerse al servicio del Emperador.

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maría pacheco
Doña María Pacheco de Padilla después de Villalar - BORRÁS Y MOMPÓ, VICENTE (Museo Nacional del Prado)

Durante los meses que Padilla estuvo ausente de su ciudad, el carisma y las capacidades de liderazgo de María Pacheco motivaron que fuera ella quien gobernase Toledo (a pesar de no tener título alguno para ello). La llegada a la ciudad del guerrero Obispo de Zamora —Antonio Acuña— supuso que compartiera con él la jefatura de la ciudad de Toledo.

foto antigua alcazar toledo
Grabado del Alcázar de Toledo (1848)

María pronto demostró su iniciativa y audacia. El 28 de abril realizó un asalto al Alcázar de Toledo, que hasta entonces había venido amenazando a la ciudad porque estaba ocupado por tropas fieles al Emperador. Pero el 7 de mayo de 1521 se rinde Madrid, la otra ciudad comunera que resistía. A partir de entonces Toledo se queda completamente sola.

La noticia de que se acercaban las tropas imperiales a Toledo motivó que sus capitanes pretendieran negociar la rendición. El miedo se apoderó de todos, incluido el otro jefe de Toledo —el Obispo Acuña— que desertó el 25 de mayo, tratando de llegar a Francia. La reacción de María Pacheco fue tomar el mando absoluto, nombrando capitanes, ordenando la posición de las tropas y haciendo una salida para hacerse con la artillería que estaba depositada en la cercana localidad de Yepes.

Pero entonces ocurre un acontecimiento inesperado. Se subleva contra el Emperador la población navarra partidaria de la dinastía Albret (reyes de Navarra expulsados a Francia en 1512 por los castellanos) en las poblaciones de Tudela, Olite, Estella… apoyados por la invasión de un gran ejército francés comandado por André de Foix —pariente de Germana de Foix, la amante del rey Carlos I—. Para hacerse perdonar la sublevación y congraciarse con el rey, las ciudades «comuneras» de Segovia, Ávila, Salamanca, Medina del Campo, Toro, Palencia y Valladolid organizaron y pagaron a unos ocho mil excombatientes comuneros que pasaron a engrosar el ejército imperial.

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La gente de Toledo desconfiaba de la capacidad de María de ganar, produciéndose motines que ella controló llegando a apuntar a la ciudad con los cañones del Alcázar. Para dar ejemplo y energizar a la gente recorría las calles vestida de luto con su hijo pequeño subido en una mula, vendiendo las joyas de su familia para pagar a las tropas. También adoptó revolucionarias medidas sociales, como reducir los impuestos al consumo y libertar a los esclavos. La falta de recursos la obligó a tomar medidas inauditas, como incautarse de la plata de la catedral de Toledo; gesto que hizo puesta de rodillas, en posición de perdón por lo que estaba realizando. Tampoco dudó en mandar que se ejecutara a dos importantes hidalgos toledanos por apropiarse de un dinero de la causa. Todo lo que fuera necesario para resistir. Mientras tanto, trató infructuosamente de ponerse en contacto con los franceses que combatían en Navarra.

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Las tropas del Rey realizaron diversos combates con los toledanos hasta conseguir completar el cerco en el mes de agosto. A comienzos de septiembre comenzaron los bombardeos contra la ciudad. Mientras tanto el hermano mayor de María —uno de los militares más próximos al Emperador, por haber asegurado la tranquilidad en Andalucía— rogaba sin éxito a Carlos I que ofreciera una salida negociada a su hermana. La continua tensión nerviosa le pasó factura a María Pacheco, que dejó de dormir y adelgazó hasta el punto de que no podía caminar sola y debía de ser transportada en silla de manos. El 25 de octubre la mediación del Obispo de Bari propició que se firmase un armisticio en el monasterio de Sisla por el que los comuneros se comprometieron a evacuar el Alcázar conservando el control de casi toda la ciudad, en tanto que los jefes imperiales prometieron que se perdonaría a los alzados, se mantendrían los derechos tradicionales de la ciudad de Toledo, se respetaría la herencia del hijo de Padilla y se autorizaba trasladar el cadáver de éste último desde Villalar a Toledo (aunque nunca se hizo).

Sin embargo, el Emperador no confirmó el acuerdo con su firma; al pasar el tiempo los comuneros empezaron a temerse que la confirmación nunca llegaría. En el mes de diciembre los ciudadanos “imperiales” de Toledo exigieron la rendición de la ciudad y la entrega de María Pacheco, aumentando la tensión hasta el 3 de febrero de 1522, cuando los comuneros atacaron sin éxito a la guarnición imperial.

Pero María y su hijo tenían poderosos aliados entre sus adversarios; pues entre los vecinos “imperiales” de Toledo estaba su cuñado —un hermano menor de Juan Padilla— y una hermana mayor de María. Esto mediaron entre las partes hasta conseguir una tregua en los combates. Dado que la situación militar de los comuneros era ya desesperada y que si la capturaban la ajusticiarían, sus familiares improvisaron un plan para que esa misma noche María pudiera fugarse de Toledo.

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La guerra para expulsar a los navarros leales a los Albret y a los franceses, duró hasta febrero de 1522. Tranquilizado el reino, el 28 de octubre de 1522 el Emperador Carlos dictó un «perdón general» en el que no fueron incluidas 287 personas; entre los que no fueron perdonados estaba María Pacheco, que en 1524 fue condenada a muerte en rebeldía. Ella fue una de las pocas personas condenadas que nunca escribió al Emperador para solicitar el perdón; continuó viviendo muy precariamente en Oporto hasta su muerte a los 36 años. Su última voluntad fue que su cuerpo reposase en Villalar junto al de su marido; pero esto no fue admitido por el Emperador. Se la enterró en el altar de San Jerónimo de la catedral de Oporto.

La persona que más se ocupó de María en el destierro, visitándola y tratando que el Emperador la perdonase fue Diego Hurtado de Mendoza.

Se trataba de un importante personaje, que desempeñó con éxito el puesto de embajador en Italia. Fue además poeta y una de las personas a las que se le atribuye la autoría del célebre libro satírico Lazarillo de Tormes.

Diego redactó para su hermana el siguiente epitafio:

diego hurtado mendoza
Retrato de Diego Hurtado de Mendoza.

Si preguntas mi nombre fue María / si mi tierra, Granada; mi apellido / de Pacheco y Mendoza, conocido / el uno y el otro más que el claro día / si mi vida, seguir a mi marido / mi muerte en la opinión que el sostenía / España te dirá mi cualidad / que nunca niega España la verdad.

Texto de Ignacio Suarez-Zuloaga e ilustraciones de Ximena Maier