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La condesa traidora

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García Fernández fue el hijo y heredero de Fernán González (el primer conde de Castilla). Se trataba de un joven robusto y muy apuesto que llamaba la atención por sus bellas y delicadas manos. Tal era su discreción que llegaba a ponerse guantes cuando se encontraba en presencia de mujeres o de sus vasallos.

La vida del castellano sufrió un giro cuando un matrimonio de nobles franceses, que peregrinaban hacia Santiago de Compostela, se detuvieron unos días en el castillo de García. Les acompañaba su hija, llamada Argentina, una joven de gran belleza. Nuestro huésped, al verla, se enamoró perdidamente, la pidió en matrimonio y se casaron rápidamente. Al cabo de algún tiempo, un noble francés, que también estaba haciendo el peregrinaje a Compostela, solicitó hospedaje en el castillo. Como resultó ser un conocido de su esposa, se le recibió de buen grado. Dado que el conde García se encontraba en aquel momento enfermo, no pudo atenderle con la hospitalidad en él habitual y fue la condesa Argentina quien se ocupó del invitado. Tan bien debió de hacerlo que ambos franceses acabaron fugándose juntos.

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Para cuando el conde se enteró de la traición los amantes se hallaban ya fuera de Castilla. El conde Fernández, muy dolido, anunció que se iba a ir de peregrinación para redimir hipotéticos pecados que hubieran dado lugar a semejante afrenta; pero en lugar de dirigirse a Compostela (lugar que no le había traído precisamente suerte) decidió ir en dirección opuesta, hacia el santuario de la Virgen de Rocamadour, en Francia.

Se vistió según el ritual -es decir, de pobre- y se marchó a pié, acompañado de un escudero. En su camino pasó por la villa donde el seductor francés vivía con su esposa (“de derecho” de García y “de hecho” del francés). Paró en la posada, y allí preguntó discretamente por la pareja de adúlteros. Unos villanos le comentaron que la felicidad de sus señores estaba enturbiada por su mala relación con la hija del Señor; la joven se llamaba doña Sancha y llevaba muy mal el concubinato de su padre la infiel Argentina.

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Al día siguiente, la bella Doña Sancha se dispuso a realizar sus obras de caridad (que era la única actividad fuera del castillo de toda joven aristócrata soltera). Pero los disgustos que le había provocado su madrastra Argentina le habían dejado exhausta, razón por la cual renunció a ir personalmente, enviando a su criada al pueblo para que le buscara mendigos apropiados para socorrerlos a domicilio. La doncella bajó del castillo y se encontró en la puerta de la posada con el conde Fernández y su escudero. Le llamó la atención la belleza de las manos del castellano -señal inequívoca de no trabajar y un signo de distinción- , y también, probablemente, los encantos naturales del escudero. Por ello se les acercó, invitándolos a acompañarla al castillo donde doña Sancha les socorrería con alimentos y algo de dinero. Los falsos peregrinos castellanos aceptaron de inmediato.

Una vez en la fortaleza, la criada llevó al pobre “más elegante” (el conde Fernández) donde doña Sancha; mientra ella se ocupaba del escudero. Tras preguntarle Sancha quien era y a donde iba – preguntas a las que García respondió asumiendo el papel de peregrino pobre – la joven decidió desahogarse con el pidiéndole que rezase por ella cuando culminara su peregrinación. De éste modo el falso peregrino se hizo cargo de la situación de la tensa situación familiar de su rival. Por ello García decidió contarle a Sancha la verdad, que no era un peregrino si no el conde de Castilla, y que la traición que su madrastra Argentina le había impulsado a salir a los caminos para buscarla y vengarse. Sancha encontró emocionante y prometedora la historia e intenciones de García, ofreciéndosele para lo que mandara. El conde le prometió a Sancha que si le ayudaba a vengarse de Argentina, se casaría con ella y la haría condesa de Castilla. Al aceptar Sancha entusiasmada la propuesta, García le hizo una promesa formal de matrimonio en cuanto matase a Argentina y pudiera casarse legalmente; como se habían entendido tan bien y rápidamente,  los prometidos decidieron no esperar a la boda para conocerse más íntimamente, procediendo a consumar su boda anticipadamente. Sancha y el conde pasaron juntos casi toda la noche profundizando en su relación; antes del amanecer Sancha y su doncella se las arreglaron para que el conde y su escudero (que también debió de contribuir con la sirvienta al encuentro franco-español) salieran del castillo sin que nadie se diera cuenta.

Tres noches después, Sancha se las arregló para introducir a García en el castillo, escondiéndole debajo de la cama de su padre y Argentina. Dado que el francés se hallaba algo enfermo, doña Sancha se había brindado a dormir en la misma alcoba que la pareja, con el fin de asistir a su padre rápidamente. Este y Argentina se mostraron encantados con el cambio de actitud, accediendo a tan atento ofrecimiento. Sancha aprovechó una distracción de los adúlteros para atar una cuerda al pie de García y así poder avisarle del momento más oportuno para salir. Cuando la pareja se durmió, la joven tiró de la cuerda, el conde salió de debajo de la cama y degolló a los adúlteros. A continuación, les cortó la cabeza y se fue con ambas cabezas, y con Sancha, de vuelta a Castilla. En Burgos se reunió con sus vasallos, les anunció su matrimonio y les explicó cómo había lavado su honor. Al poco tiempo, la condesa de Castilla le dio a su esposo un hijo: Sancho García. El chico fue creciendo fuerte y ambicioso, tal vez demasiado deprisa.

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En el año 990 el joven heredero Sancho García se alzó en armas contra su padre el conde García Fernández. La lucha entre ambos fue encarnizada, circunstancia que aprovecharon los moros para invadir Castilla. Estos destruyeron Ávila, que acababa de ser repoblada, siguiendo hacia el norte, donde arrasaron Clunia y San Esteban, quemando las mieses y matando a infinidad de cristianos.

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San Esteban de Gormaz

Ante la gravedad de la situación, el conde y su hijo antepusieron su deber a su rivalidad familiar, decidiendo enfrentarse a los musulmanes. Cristianos y moros se encontraron en Piedrasalada, donde García Fernández fue herido y capturado por sus enemigos, muriendo en Medinaceli. Sus fieles vasallos rescataron su cadáver y lo llevaron a enterrar a San Pedro de Cardeña. La captura del Conde fue facilitada por el extraño comportamiento de su caballo durante la batalla. Resulta que la condesa Sancha se había cansado de García, y dado que ya conocía su expeditiva forma de resolver las diferencias conyugales, decidió ser ella quien eliminara al marido. Por ello se las arregló para sustituir la cebada por salvado en el pesebre del caballo de su marido; así, cuando el caballo se lanzó a la batalla, se encontró indispuesto y su caballero se encontró en las circunstancias ya descritas. Así Sancho García heredó el condado de Castilla y Sancha se convirtió en condesa viuda.

Pero no acaba aquí la historia, resulta que ella realmente deseaba ser reina, y dadas las opciones disponibles, lo mejor era convertirse en reina mora. Para lo cual necesitaba liquidar también a su hijo, con el fin de ser la única propietaria del condado y poder aportarlo al matrimonio como dote al califa de Córdoba. Por ello resolvió envenenar a su hijo con una pócima de hierbas. Una tarde, se puso a preparar la pócima en sus aposentos para lo que solicitó a su doncella que le trajera algunos ingredientes. La doncella le llevó Doña Sancha lo que pedía, pero como supuso que con ellos su señora iba a matar a su hijo, le contó a su amante secreto lo que estaba ocurriendo. Dicho amante  resultó ser uno de los monteros del conde; por lo que fue rápidamente a contárselo a su señor. Aquella noche, el conde Sancho García se sentó en su sitial para comenzar la cena. Circunstancia que aprovechó su madre Doña Sancha para ofrecerle una copa de vino (que había envenenado previamente). El conde, cortés, le dijo que bebiera ella. Esta sorprendida (y alarmada), se negó, insistiendo en que era un vino que había traído especialmente para su hijo a lo cual él respondió que razón de más para que se lo bebiera ella. La cosa es que el turno de bebida degeneró en discusión, el conde obligó a su madre a tragarse su vino y la condesa traidora se murió.

Sancho García no debió de quedar con la conciencia tranquila, decidiendo que su madre tuciera un recuerdo para la posteridad (a parte de esta leyenda, que no la deja precisamente bien) y por ello decidió edificar en el norte de Burgos un gran monasterio en su honor. Lo llamó Oña, apelativo debido a que en Castilla acostumbraban a llamar Mioña a la señora; es decir, que era el monasterio de “mi señora”.

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Monasterio de Oña

El conde también sacó trascendentales conclusiones de la experiencia vivida. En primer lugar, que el montero le había salvado la vida por estar liado con la doncella de su madre y por haberle dicho que le iba a asesinar. También le llamó la atención (no se sabe hasta ahora por qué, está pendiente de investigación) el hecho de que el montero fuera natural del pueblo de Espinosa. Además, se da la circunstancia de que es un pueblo que también está al norte de Burgos, y cerca de Oña. Ante tal cúmulo de coincidencias, decidió que en adelante su guardia personal se compusiera de monteros provenientes de ese pueblo. Y dado que los condes de Castilla fueron luego reyes de España, la guardia personal de los monarcas hispanos ha venido siendo realizada por mozos nacidos en Espinosa de los Monteros. Los célebres “monteros de Espinosa”, predecesores de la Guardia Real.

Y esta es la leyenda de la condesa traidora, un auténtico folletín medieval, célebre en toda Europa.

Texto de Ignacio Suarez-Zuloaga e ilustraciones de Ximena Maier