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Genarín de León, pícaro del siglo XX

genarin de leon

Genarín Blanco Blanco es una “leyenda urbana” de la ciudad de León, en la que nació en fecha indeterminada. La sucesión de estos dos apellidos, en una localidad cuya patrona es la Virgen Blanca, inducen a pensar que no debió de tener padres conocidos, y que ambos “Blancos” pudieran habérsele impuesto en la inclusa donde se crió. Un ambiente propicio para la carrera que le iría dando fama en la capital del ‘viejo reino’, de la cual es actualmente un símbolo. De nuestro protagonista se ha escrito que fue pellejero de profesión, pero no un “industrial” que curtiese pieles de vaca, toro, u otros animales grandes. Genarín se dedicaba a las modestas pieles de conejo y de cordero, que obtenía de las criadas y de las amas de casa que los habían cocinado en sus casas. Negocio tan pequeño como poco lucrativo que le obligaba a estar siempre yendo de una casa a otra, manteniendo un contacto cotidiano con las mujeres leonesas, colectivo por el que siempre demostró una gran inclinación.

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Dado que su atractivo personal no le permitía satisfacer de forma gratuita sus necesidades sexuales, nuestro protagonista se hizo un gran nombre entre el gremio de las putas, a las que frecuentaba con tal asiduidad que llegó a ser considerado conocedor de todas aquellas que ejercían tal profesión en su ciudad. Y como quiera que su economía no le podía permitir estos servicios tan a menudo como deseaba, Genarín decidió ejercer un segundo oficio —compatible con el diurno— que le permitiera mantener su afición. Esta ocupación adicional fue la de conserje de dos burdeles de la ciudad: el de “La Bailadotes” y el de “Doña Francisquita”, para cuyas inquilinas y clientes realizaba toda clase de recados y gestiones.

La otra gran afición de Genarin era el orujo, que acostumbraba a beber en las numerosas tascas que frecuentaba a lo largo de sus cotidianos periplos en busca de pieles. Su gran conocimiento de los cotilleos de la ciudad, junto con la gracia con que relataba sus chascarrillos, motivaba que a menudo fuera convidado a beber por los demás parroquianos, pues el alcohol le aflojaba la lengua.

Así, se convirtió en un personaje tremendamente popular. Largo es el listado de los lugares en que Genarín bebió y zascandileó con sus paisanos, cuya nombradía ha quedado enaltecida hasta nuestros días por la frecuencia con que el pícaro los visitaba: Casa Frade, la cantina del tío Perrito, la taberna del Tuerto, el figón de la Tía Casilda, la tasca de las Maldades, la cantina del Señor Epifanio y la cantina del Carabina. Esta última, situada en el local inferior al burdel de Doña Francisquita, era para nuestro personaje –simultáneamente– lugar de esparcimiento y de trabajo, pues tenía un acuerdo comercial con el negocio del piso superior. Cada noche, los clientes de “El Carabina” tenían la ocasión de comprar –por el modesto precio de un real– un cartoncillo en el que se hallaban impresas cuatro cartas de la baraja española. Cuando los doce cartoncillos a la venta habían sido adquiridos, una mano inocente sacaba una carta de la baraja. El que tuviera impreso en su cartoncillo la carta extraída obtenía como premio la posibilidad de elegir a aquella puta de la Francisquita con la que pasar un rato en el piso de arriba.

El escritor Pedro García Trapiello atribuye a nuestro héroe una peripecia que a continuación resumo. En marzo de 1928, tres de las damas que en el burdel de la Moños ofrecían sus servicios, marcharon de paseo con Genarín hacia los prados del Ejido; al grupo se unió por el camino un señorito treintañero, elegantemente vestido. Ya en el lugar, una de las putas se despidió de sus compañeras, con las que quedó en verse de nuevo por la noche en su burdel; tras de lo cual, aquella golfa se alejó con el petimetre hacia la espesura. Al cabo de media hora, Genarín también se despidió de las dos putas.

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Al día siguiente, el cadáver de la puta –con más de veinte navajazos– se encontró al lado de una acequia; su último acompañante conocido, hijo de un importante empresario, fue interrogado y rápidamente descartado como autor del crimen; siendo éste finalmente atribuido a un gañán portugués, al que le condenaron a cadena perpetua.

A partir de entonces, cada dos meses Genarín se pasaba por la casa del señorito, saliendo con una cierta cantidad de dinero. Esta nueva costumbre no les pasó desapercibida a los amigos de nuestro pícaro, y levantando las consiguientes sospechas. Una de las putas de aquella tarde –“la Lirio”– acostumbraba a repetir que Genarín debió de seguir a la pareja para observarles durante sus tratos íntimos (y “cascársela” durante el acontecimiento), decidiendo hacer de su silencio una renta vitalicia. Pero poco duró ésta. Cual castigo divino, aproximadamente un año después de aquel luctuoso suceso que tan indignadas dejó a las damas de la noche leonesa, sucedió una nueva tragedia. Esta tuvo lugar en la madrugada del 30 de marzo de 1929, cuando nuestro truhán paseaba frente a la base del tercer cubo de la muralla de la ciudad; producto de tanto orujo ingerido, nuestro protagonista sintió una urgente necesidad fisiológica; y mientras Genarín meaba contra el muro resultó atropellado por la única camioneta de recogida de basuras de la ciudad.

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Como resultado del atropello, Genarín resultó muerto. En la oscuridad todavía permanecen los detalles del drama. Ha quedado acreditado que en el momento del golpe el pícaro se encontraba con lo pantalones bajados —evacuando heces, no practicando el sexo—; lo que no ha quedado descartado para sus amigos y partidarios es si Genarín pudo haber compatibilizado dicha natural actividad con una acción heroica.

Según algunos comentarios del círculo de amigos del finado, en el lugar de autos se encontraban varios niños, que a punto estuvieron de ser atropellados por la camioneta. Pudiera ser que Genarín tratara de salvarles, aun a pesar de encontrarse en tan poco propicia postura. De ser cierto que Genaro tuvo –por una vez en su vida– una conducta edificante; esta es la única explicación que  encuentran sus admiradores a los milagros que a él se le atribuyen desde su muerte. El primero de ellos es la redención de ‘la moncha’, una puta que vivía justo enfrente del lugar del atropello, y que acudió para tratar de socorrerle. Impresionada por los últimos momentos de nuestro personaje, la mujer decidió cambiar de vida; quedando plenamente acreditado que poco después regresó a su Lugo natal, nunca retomando su pecaminosa profesión.

Otro hecho inexplicable que también viene siendo atribuido a la intercesión de Genarín, tuvo lugar —años después— en el estadio de fútbol del club de la ciudad: la Cultural Leonesa. Parece ser que, estando el equipo en una situación difícil para la permanencia en su categoría, algunos de los compañeros de Genaro decidieron acudir al campo la noche antes de un partido decisivo; procediendo a bendecir el césped en su nombre y—naturalmente, con orujo—. A lo largo del partido, como quiera que el mismo no se desarrollaba por los derroteros apetecidos, los amigos del muerto volvieron a invocar su ayuda. Al poco tiempo, al sacar de puerta el portero del equipo contrario, éste se hizo un lío y acabó metiéndose a sí mismo un gol; y así los leoneses ganaron el encuentro. Tan insólito y providencial suceso se viene atribuyendo a nuestro héroe.

Un tercer milagro consiste en una curación inexplicable. Parece ser que un enfermo de riñón, al pasar por el lugar en que Genarín fue atropellado, sintió unas enormes ganas de orinar; por ello se situó en el mismo lugar para satisfacer sus necesidades. Al hacerlo, sintió el enorme alivio de comprobar que había expulsado por el pene la piedra –del tamaño de una nuez– que tenía en el riñón. El agraciado quedó completamente curado y no volvió a sufrir de esa dolencia mientras vivió. Desafortunadamente, tan importante evidencia fue extraviada durante el festejo que el afortunado celebró por su curación.

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Cada año, en la noche del Jueves al Viernes Santo, los leoneses celebran el entierro de Genarín con una atrevida procesión en la que los los cofrades de Nuestro Padre Genarín ofrecen a el nuevo santo laico San Genarín el orujo, el queso, el pan y la naranja de los que tanto gustaba; manjares que se colocan en la hornacina de la muralla situada encima del lugar de la tragedia.

El último milagro tiene el carácter de castigo de ultratumba. Un descreído desalmado que se subió a la muralla para tratar de sustraer la ofrenda, resbaló, y se partió la cadera. Nadie duda acerca de la intervención de San Genarín en que recibiese tan justo castigo.

Texto de Ignacio Suarez-Zuloaga e ilustraciones de Ximena Maier