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El disparo rebotado que decidió la Primera Guerra Carlista

La Primera Guerra Carlista y el papel de Zumalacárregui

Esta es la historia de Tomás de Zumalacárregui, general que entre sus filas era conocido como “Tío Tomás”. “Tío Tomás” sabía bien cómo debía librarse una batalla, por eso consiguió ganar muchas en la Primera Guerra Carlista (1833 – 1840). En los primeros años sus hombres llegaron a creer, así como su rey, que la guerra estaba ganada. Aprovechando las condiciones de un terreno que conocía bien, el Norte de España, e ignorando la inferioridad numérica que sufría y su falta de recursos, Zumalacárregui llevó a los carlistas a la victoria durante dos años.

Cruel con el enemigo, de confianza para su gente, Zumalacárregui se hizo con el respeto de unos y otros. Pero en el mejor de sus momentos, en una batalla que ni siquiera estaba convencido de querer librar, fue herido de rebote. Y tras un arranque de cabezonería, Zumalacárregui murió. Así empezó a definirse el resultado de la Primera Guerra Carlista.

Un poco de contexto

Tomás de Zumalacárregui, conocido como "Tío Tomás"
Tomás de Zumalacárregui, conocido como “Tío Tomás”. | Flickr

El conflicto comenzó poco antes de que Fernando VII falleciera. El monarca había retocado las leyes para que su hija Isabel pudiera heredar el trono, retomando así el derecho sucesorio tradicional. Sin embargo, el hermano de Fernando VII, Carlos María Isidro, no se quedó ni mucho menos conforme con esta decisión y despotricó sobre esta hasta el fin de los días de Fernando.

Pero el fin de los días de Fernando VII llegó e Isabel fue proclamada reina bajo la regencia de su madre, María Cristina de Borbón-Dos Sicilias. Carlos María Isidro, como había venido prometiendo, no reconoció a su sobrina y a través del Manifiesto de Abrantes hizo público su deseo de guerrear por el trono.

Así, en 1833 dio comienzo una guerra que se prolongaría hasta 1840 y que fue, en realidad, la primera de un total de tres. Dos bandos enfrentados: los carlistas, seguidores de Carlos María Isidro que deseaban un régimen absolutista, y los isabelinos o cristinos, que pasarían a ser conocidos como los liberales buscando contar con el apoyo del pueblo. Fueron estos últimos quienes recibieron, asimismo, apoyo internacional: Reino Unido, Portugal y Francia facilitaron fuerza militar y armamento. Los carlistas lo tenían complicado.

Las victorias de “Tío Tomás”

Primera Guerra Carlista, bajo la mirada de Augusto Ferrer-Dalmau
Primera Guerra Carlista, bajo la mirada de Augusto Ferrer-Dalmau. | Wikimedia

El general Tomás de Zumalacárregui era un hombre retirado del ejército, a la fuerza, cuando Carlos María Isidro se sublevó. Retenido en Pamplona, consiguió huir de la ciudad y unirse a quienes apoyaron abiertamente las aspiraciones de Carlos. Con eficacia y rapidez, Zumalacárregui organizó en tropas a los hombres que tenía disponibles y se dispuso a conquistar el norte de la península.

Zumalacárregui conocía el terreno, el arte de la guerra y también a muchos de los hombres que quedaron bajo sus órdenes. Lideró asaltos a fábricas para hacerse con armas y robó aquellas de los ejércitos cristinos que iba derrotando. Buena parte de la población local apoyaba su propósito y el 7 de diciembre de 1833, dos meses después de que Carlos María Isidro fuera nombrado rey al margen de la ley, Vizcaya y Álava le nombraron jefe de sus tropas.

1834 fue un año de victorias para “Tío Tomás”, que se ganó el cariño y el respeto de quienes tenía cerca, así como la confianza de su rey. También sufrió una importante derrota, en la batalla de Mendaza, y tuvo que retirarse en la batalla de Arquijas, pero la realidad era una: el norte cedía a su paso.

Mala pata y mucha cabezonería

Vista aérea de Bilbao
Bilbao, la ciudad en la que concluyó la carrera de Zumalacárregui.

Carlos María Isidro estaba inquieto y ansioso. Veía el trono más cerca de lo que lo había visto nunca y quería continuar con las acometidas a un ejército liberal en horas bajas. Así que insistió: debían tomar la ciudad de Bilbao. A pesar de los reparos de Zumalacárregui, que prefería dirigir su camino de victorias hacia Madrid, Bilbao se convirtió entonces en prioridad.

Zumalacárregui se abrió paso en cuestión de días. Derrotó a Espartero en la batalla de Descarga, donde perdió a más de il hombres. Tras esto, los carlistas tomaron Villafranca, Tolosa, Vergara, Durango y Éibar. Muchos tenían la sensación de que “Tío Tomás” estaba llevando al ejército carlista a la victoria definitiva. El 10 de junio comenzó el bombardeo sobre Bilbao.

Cinco días más tarde, mientras Zumalacárregui dirigía el asedio desde el palacio Quintana, sucedió algo inesperado: tras sobrevivir a decenas de batallas, Tomás de Zumalacárregui recibió una bala rebotada en la pierna. La herida no parecía comportar mayores complicaciones que el trajín de detenerse, curar y reposar, pero entonces sucedió algo aún más inesperado: Zumalacárregui se negó a tratársela. Al menos, como se esperaba que la tratase.

Le negó a los médicos de su mismísimo monarca la posibilidad de actuar sobre este disparo. Zumalacárregui prefirió quedar en manos de un viejo amigo curandero, conocido como Petriquillo, que le practicó dos sangrías con sanguijuelas antes de extraerle, en contra de todas las recomendaciones, la bala. El desenlace se conoce: Zumalacárregui falleció un 24 de junio.

El ejército cristino había perdido terreno en los primeros años de combate, pero tras la muerte de Zumalacárregui se dio la vuelta a la partida. A partir de entonces, fueron los liberales quienes consiguieron llevar la iniciativa hasta que se firmó el conocido como Abrazo de Vergara. Muchos carlistas no quedaron contentos y cruzaron, junto con Carlos, la frontera a Francia.

La Primera Guerra Carlista había terminado, claro que después vendrían otras dos. Quién sabe qué hubiera sucedido si Zumalacárregui no hubiera tenido tan mala pata. O si hubiera sido menos cabezota.