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La historia del emperador que ensayó su muerte durante meses

Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico y su obsesión con la muerte

Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico nació en el año 1500 y falleció medio siglo más tarde, en 1558. Hijo de Juana I de Castilla y Felipe I de Castilla, reinó en España desde 1516 hasta 1556, fecha en la que abdicó. Fue el primero que reunió en una sola persona las Coronas de Castilla, ya con Navarra, y Aragón. También ostentó el título de emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, pues era nieto por parte paterna del emperador Maximiliano I de Habsburgo. Por vía materna, sus abuelos fueron los Reyes Católicos, vía por la que heredó territorios como Nápoles o Sicilia. Con todo esto, puede considerarse una de las figuras más importantes de la historia de España. También puede afirmarse otra cosa: Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico estaba obsesionado con la muerte.

Un emperador que quiso ser monje

Monasterio de Cuacos de Yuste
Monasterio de Cuacos de Yuste. | Shutterstock

Contra todo pronóstico, Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico abdicó a la edad de 56 años. Tenía todo un imperio bajo su nombre, pero también la sensación de que había llegado su momento de retirarse. Es más, lamentó durante tiempo no haberlo hecho antes. Eso precisamente, el paso del tiempo, fue algo que le obsesionó durante sus últimos años de vida.

En ello pensó mucho durante sus primeros días en el monasterio de Cuacos de Yuste, el lugar que escogió para retirarse. Había sido siempre un hombre melancólico y durante este tiempo reflexionó largamente sobre el legado y sobre la imagen pública que podía haber quedado tras unos últimos tristes años en los que ya no se veía como emperador.

Para su etapa final de vida, prefería ser monje. Con este fin escribió al monasterio, pidiendo que le acogieran. Lanzó, asimismo, otra serie de peticiones, entre las que puede destacarse el detalle que confirma tanto sus motivaciones religiosas como su obsesión con la muerte. Pidió que su alcoba tuviese acceso directo con la iglesia, para así poder escuchar misa cuando se encontrase enfermo. Sabía que sus achaques serían constantes.

El antaño emperador padecía gota desde hacía tiempo, consecuencia de unos malos hábitos que, en cualquier caso, no abandonó en este tiempo en el monasterio. Aunque sus primeros días fueron melancólicos, pronto se entregó a la vida ociosa donde las comilonas tenían gran protagonismo.

Su estado no mejoró, a pesar del aire renovador del rincón extremeño. Más bien al contrario. Su salud continuó deteriorándose, lo que provocó que esas obsesiones anteriores se hicieran grandes. Sus constantes dolores, cada vez peores y más recurrentes, le sumieron en una seguridad: su muerte llegaría pronto y quería que fuese perfecta, así que ensayó para que así fuera.

Carlos I y los ensayos de su propia muerte

Monumento a Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico
Monumento a Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico. | Shutterstock

Durante su último año de vida, Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico ensayó su muerte en numerosas ocasiones. Quería que su funeral se celebrase de una manera muy concreta, así que decidió “estar presente” tantas veces como fuera posible. Así, cuenta la leyenda, se metía en el ataúd dispuesto para él, con las ropas que llevaría en el día aciago, y escuchaba las oraciones que se pedían por su alma. Las campanas de la iglesia tañían a muerte, como si realmente estuviera sucediendo.

Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico concretó todos los detalles sobre su entierro, aunque no todas se cumplieron. El emperador deseaba quedarse en el lugar que le había acogido por última vez. Concretamente, bajo el altar mayor de la iglesia, con el deseo de que cada vez que se impartiera misa el religioso encargado pisase su cabeza y su pecho, en señal de sumisión absoluta a Dios.

Cuando llegó su momento, un 21 de septiembre de 1558, se cumplió este deseo de que su funeral se oficiase en Cuacos de Yuste. Duró tres días y tres noches. Sin embargo, nunca llegó a ser enterrado según sus disposiciones. La cripta preparada para el emperador continúa vacía, pues su cuerpo descansa, junto a los de buena parte de su familia, en el Panteón de los Reyes de El Escorial.