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El hombre pez de Liérganes

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padre feijoo
Padre Feijoo

Hacia la tercera década del siglo XVIII el brillante sabio que fue el Padre Feijoo describió la historia del hombre pez de Liérganes; suceso del que había tenido conocimiento a través de varios conocidos suyos a los que atribuyó gran credibilidad. Lo cierto es que —tal y como el mismo reconoció— la historia de el hombre pez de Liérganes tiene un cariz fantástico que contradice el escepticismo y racionalismo del que siempre hizo gala este intelectual ilustrado. En contra de escritos anteriores, en esta ocasión Feijoo dedicó grandes esfuerzos para defender la veracidad del asunto que le habían relatado, dando por posible que pudiera haber seres de naturaleza mixta humana y anfibia que se hubieran adaptado completamente al medio marino.

El relato de Feijoo llamaría dos siglos después la atención del doctor Gregorio Marañón, que ofreció una explicación más científica del relato de Feijoo.

Feijoo escribió que en la aldea de Liérganes —situada tierra adentro, no muy lejos de la ciudad de Santander— vivía la humilde familia formada por Francisco de la Vega, María del Casar y sus cuatro hijos. Al fallecer el marido y quedar la viuda al cargo de estos, consiguió colocar al segundo de ellos —llamado también Francisco— como aprendiz de carpintero en la ciudad de Bilbao. Según le contaron a Doña María aquellos bilbaínos que acogieron a su hijo, el 20 de junio de 1674 el joven Francisco se fue a nadar a la ría de Bilbao, alejándose de sus acompañantes hasta que estos  le perdieron de vista. Pero como ellos pensaban que Francisco era un excelente nadador no se preocuparon; solo cuando transcurrió todo el día y no apareció, le dieron por ahogado.

Cinco años después unos pescadores que faenaban en la bahía de Cádiz divisaron un extraño ser de forma humana que aparecía y desaparecía de la superficie. Tras avistarlo varios días sin poder cogerlo, consiguieron atraparlo empleando cebo y varias redes. Resultó ser un hombre joven y corpulento de tez pálida y cabellera pelirroja y escasa; tenía también las uñas corroídas por el salitre. Lo llamativo de su físico era una especie de escamas que cubrían parte de su pecho y el espinazo de su espalda.

El hombre pez de Liérganes

Los pescadores llevaron al joven al gaditano al convento de San Francisco, entregándoselo a los monjes. Estos le hablaron en diversos idiomas hasta que consiguieron que emitiera la palabra “liérganes”. El descubrimiento de tan extraño personaje y la única palabra que había emitido se fueron extendiendo entre los gaditanos, hasta que los frailes acabaron por saber que Liérganes se trataba de una pequeña localidad de Cantabria. Se dio la casualidad de que el secretario del tribunal local de la Inquisición en Cádiz era de una familia oriunda de allí, por lo que pudo escribir a algún conocido de Liérganes para preguntar si habían echado en falta a alguien. Le contestaron que allí no había ocurrido nada reseñable, salvo el ahogamiento en Bilbao del joven Francisco, pero que eso había ocurrido cinco años atrás. Con el fin de comprobar si se pudiera tratar de la misma persona, el fraile franciscano Juan Rosendo se llevó al extraño joven hasta las inmediaciones de Liérganes; y a poco más de un kilómetro le indicó al joven que se adelantara. Éste se puso a andar y se dirigió sin dudar hasta la casa de María del Casar; la señora y dos de sus hijos le reconocieron inmediatamente como el desaparecido Francisco.

El joven se quedó a vivir con su familia, pero sin llegar a comunicarse con ellos. Solo era capaz de decir unas pocas palabras: “pan”, “tabaco”, “vino”, pero sin relacionarlas a la necesidad de estas. Francisco nunca llegó a tener hábitos regulares; podía pasarse cuatro o cinco días sin comer para luego comer ávidamente mucho de una vez. Francisco de la Vega no se acostumbró a la ropa ni al calzado, paseando desnudo y descalzo. Obediente ante las indicaciones que se le hacían, mostraba desinterés por todo. Se cuenta que al cabo de nueve años desapareció cuando se bañaba en el mar, sin que se supiera más de el.

El Dr. Marañón estudió el texto de Feijoo sobre el hombre pez de Liérganes estimando que Francisco debió de padecer cretinismo, una enfermedad común en las zonas de montaña. Esta se caracteriza por detener el crecimiento mental y físico, pérdida de pelo, deformaciones en la fisonomía del individuo como protuberancias en el pecho y la espalda. La piel de aspecto escamoso de el hombre pez de Liérganes se pudo deber a la ictiosis —enfermedad genética bastante común que provoca que la piel se vuelva muy seca y se asemeje a las escamas de un pez—; en tanto que las uñas recomidas son otro síntoma del mencionado cretinismo. Por lo tanto el doctor Marañón sentenció que Francisco debió de ser un caso agudo de cretinismo y que resulta imposible que se fuera nadando desde Bilbao a Cádiz. Debió de vagar de una lado a otro hasta llegar a Cádiz, en cuya bahía se adaptó. En opinión del célebre doctor, el hecho de que el hombre pez de Liérganes desapareciera nadando y apareciera nadando fue una casualidad.

Casualidad, pero no completa. Curiosamente la falta de yodo natural en el organismo es un factor clave del cretinismo; de hecho, el suministro de yodo es un eficaz medio para abordar la enfermedad cuando el bebé no ha sufrido todavía los daños producidos por la carencia natural en su organismo. Se da la circunstancia de que el yodo se encuentra muy abundante en las algas y en los mariscos que de estas se alimentan. Posiblemente Francisco debió de resultar una pesada carga para su familia y sus colegas de Bilbao, razón por la cual su desaparición resultó un alivio para todos. Incluso pudieron deshacerse deliberadamente de un mozo tan improductivo en Bilbao sin que la pobre viuda quisiera hacer preguntas incómodas.

monumento al hombre pez
Monumento al hombre pez

Bien pudieron haberle dado algún dinero a cualquier desaprensivo para que se lo llevara como criado, indicándole que le trajera “tabaco”, “pan” y “vino”. Actividad de recadero que Francisco supo repetir en su casa al volver. Es posible que al llegar hasta Cádiz el joven Francisco se pusiera a buscar entre los esteros de la bahía, muy abundantes en nutrientes, algas, mariscos y peces, quedándose allí viviendo de lo que pescaba, y recibiendo grandes dosis de yodo (aunque demasiado tarde en su evolución física para revertir el daño ya producido en su organismo). Para un cretino como el hombre pez de Liérganes nada mejor que el cálido ambiente de la bahía de Cádiz. Lástima para él que lo pescaran los caritativos pescadores y acabara siendo devuelto a la fría montaña de Cantabria. Esto convirtió al hombre pez de Liérganes en una carga económica adicional y en una vergüenza para su familia. Quién sabe si lo volvieron a “desaparecer” en el mar intencionadamente…

Texto de Ignacio Suárez-Zuloaga e ilustraciones de Ximena Maier