Con la arena aún en los pies y el olor a sal aún en su cuerpo, recuerda y se transporta, ahora mentalmente, a cada escena vivida. Toma apuntes y anota sensaciones en su cuaderno, que, apoyado en la cama y sin que nadie lo toque, está pasando páginas. El culpable de ello, como siempre, es la brisa de viento que tanto le ha acompañado. Cierra los ojos, sabe lo que va a pasar. Cuando los abre, efectivamente sus sospechas se hacen realidad: la viajera del arte, haciendo honor a su apodo, ha viajado.
No puede ver el cielo para guiarse como hace en otras ocasiones. De hecho, apenas puede ver nada, solo sabe que está dentro de una vivienda porque está junto a una cama y una mesita de noche. Le pone pronto remedio ya que se dirige hacia la puerta y sale al pasillo. De esta manera se encamina hacia la luz que hay al final de este, a lo que intuye que es el exterior.