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Segovia / San Frutos

San Frutos

Los segovianos se citan cada 25 de octubre en la Catedral para cantar las bondades y milagros de su patrón, un santo eremita del siglo VII, los llamados “Villancicos de Otoño”.

La ciudad de Segovia hace gala cada 25 de octubre de una castellana sencillez y austeridad, no exenta de emoción, durante la fiesta de su patrón San Frutos. Un santo local nacido en el año 642 en el seno de una familia de vida acomodada a la que renunció para —arrastrando consigo a sus hermanos Valentín y Engracia, también santos— dedicarse a una vida de retiro y oración en las hoces del río Duratón. Primero en cuevas y luego en pequeñas ermitas.

Los festejos son modestos y entrañables. Los segovianos esperan la llegada del día 25 ante la Puerta de San Frutos de su Iglesia Catedral, presidida por una imagen del santo con un libro abierto entre las manos, para presenciar lo que denominan El Paso de la Hoja, milagro que sucede a las doce en punto de la noche.

Más tarde, y para combatir el fresquito que a esa hora y en esa época del año ya es propia de una ciudad de clima continental, situada a 1007 m de altitud, degustan unas sopas de ajo, las “Sopas del Santo”. Elaboradas por la Asociación de Cocineros de Segovia, se reparten a los asistentes en los soportales de la Plaza Mayor, bajo la fachada del Ayuntamiento y con acompañamiento de música en directo.

Sopas del Santo. Foto: Segovia Audaz
Sopas del Santo. Foto: Segovia Audaz

Villancicos

Al día siguiente, la cita es nuevamente en la Catedral donde, antes de la Misa Solemne en honor al patrón, se canta en el trascoro el Villancico de San Frutos, una deliciosa pieza musical del siglo XIX para orquesta, coro y voz solista, con la dificultad de que ésta última corresponde a una voz blanca de varón, oseasé, un niño.

“Al siervo bueno y fiel
que rogando sin cesar
consigue bienes eternos
de la infinita bondad”

Así reza la estrofa inicial del villancico, músicos y cantantes locales la interpretan y se reúnen para ensayarlo días antes de la fiesta. Se unen a ellos, en los pasajes corales, muchos asistentes de variadas partes de España a los que se previamente se les facilita la letra a cantar.

La Plaza Mayor, epicentro del recinto histórico, y sus aledaños se convierten luego en lugar de esparcimiento, siendo costumbre hasta el último tercio del siglo XX la degustación como aperitivo de pajaritos fritos en los establecimientos hosteleros de la zona. San Frutos tiene en Segovia el sobrenombre de pajarero, “San Frutos Pajarero”, por, según dicen, su amor por estas aves.

No obstante, la tradición se enlaza con la afición a la caza de pájaros con liga, propia de octubre y noviembre, momento en el que las aves cruzan España en su migración desde Europa hacia tierras cálidas del sur de la Península. La prohibición de la caza de pájaros para su consumo acabó con su degustación.

Tras el oficio religioso, que preside el obispo, los actos se trasladan al templete de música de la Plaza donde se da lectura al romance que narra los milagros del santo eremita y la Banda Municipal de Música ofrece un ameno concierto que concluye con la interpretación del Himno a Segovia, al que se unen numerosos segovianos.

Pero el 25 de octubre los segovianos tienen otra posibilidad de festejar a su patrón en la Romería a la Ermita de San Frutos, en las hoces del río Duratón, un paraje de agreste belleza situado en el término municipal de Carrascal del Río, a 65 kms. de Segovia capital.

Romería a la Ermita de San Frutos. Foto: Radio Segovia
Romería a la Ermita de San Frutos. Foto: Radio Segovia

La ermita es lo que se conserva de un conjunto monástico benedictino –priorato de San Frutos- y se erige en el lugar donde el santo eremita llevó su vida de austeridad y oración y obró el milagro más conocido de los que se le atribuyen. Con ocasión de la invasión de los árabes, muchos cristianos del entorno huyeron a refugiarse junto al santo, el cual, al acercarse los musulmanes, trazó con su báculo una raya en el suelo, abriéndose en éste una hendidura insalvable para los perseguidores que, asombrados por el milagro, huyeron despavoridos.

La abertura en el roquedo se conoce como “La Chuchillada de San Frutos”, la cual hay que salvar, para acceder a su ermita, cruzando un puente . Se cree que San Frutos murió de edad a los 73 años y sus hermanos lo enterraron en lo alto de la hoz del Duratón. Aquí sus restos permanecieron durante tres siglos y medio hasta acabar en la antigua Catedral de Segovia, situada junto al Alcázar.

Tras la Guerra de las Comunidades los trasladaron a la iglesia de Santa Clara, el lugar donde se levantó la actual Catedral. Sus hermanos no tuvieron la misma suerte. Continuaron con su vida de retiro en la ermita de San Zoilo del pueblo de Caballar y allí fueron martirizados por los moros que arrojaron sus cabezas a una fuente.

En situaciones de extrema sequía, como remedio milagroso para acabar con ella y previa autorización del obispo -que no siempre otorga- se celebran, en Caballar, las Mojadas de los Santos, un ceremonial con mucho boato que concluye con la introducción, por tres veces, de los cráneos de San Valentín y Santa Engracia en la fuente.

Según algunas versiones, de las treinta y tres “Mojadas” documentadas entre 1593 y 1982, en veintiséis ocasiones llovió, mucho o poco, en los días posteriores.