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El repertorio hispánico

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Antes de comenzar a explicar en qué consistió el repertorio hispánico, debemos hacer un apunte: el término hispánico, hispano-visigótico o visigótico (términos con los que se conoce este repertorio) se reserva exclusivamente para referirse al repertorio y la liturgia derivados de los primeros testimonios patrísticos hispanos a partir del siglo VI. Tanto Asensio como Fernández de la Cuesta coinciden en que el término “mozárabe” utilizado para referirse a este repertorio es erróneo, y es preferible usarlo para hablar del rito superviviente en Toledo después de la reconquista. Cuando hablamos del repertorio hispánico, nos referimos a la eucología (es decir, el conjunto de textos de las oraciones) y a la música propia del culto cristiano practicado en España desde los comienzos de la evangelización. Según Fernández de la Cuesta, un dato relevante en la formación de la tradición musical hispánica fueron las comunidades judías, que fueron el fermento del primitivo cristianismo. En sus inicios, el culto judío no difería mucho del cristiano, hasta que progresivamente se fueron distanciando en su forma y estructura. Del culto judío, dice De la Cuesta, conserva la celebración, el saber, y el canto y la recitación de los salmos junto con la lectura de la Biblia.

Asimismo, la liturgia hispana también recibió influencias de otras liturgias como la liturgia africana, la galicana y la ambrosiana. Sobre las costumbres de la liturgia, Asensio cita tres obras, que pertenecen a la época anterior a la dominación árabe, y que recogen la suficiente información como para reconstruir el rito hispano primitivo: Etimologiae y De ecclesiasticis officiis de Isidoro de Sevilla (fallecido en el 636) y el Orationale de Verona (siglo VII) que contiene la eucología y el íncipit de los textos de las antífonas y responsorios necesarios en la liturgia vocal. No obstante, la mayoría de los códices que conservamos y que nos permiten hacer una reconstrucción del rito del repertorio hispanico son del período posterior a la invasión. A esto hay que añadir que existe un desfase entre la liturgia y la música del repertorio hispanico: los documentos más antiguos que tenemos y que describen de alguna manera la práctica litúrgico-musical de la primitiva iglesia hispánica pertenecen a la época visigótica (siglos VIII y IX), mientras que los repertorios que transmiten los formularios o conjuntos de oraciones y cantos son posteriores (siglo X).

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De la música de este repertorio hispanico hay que destacar que, aunque se ha conservado en los libros litúrgicos (conservamos una importante colección de manuscritos de los siglos X y XII), resulta imposible interpretarla puesto que nos ha llegado en forma de notación in campo aperto, un tipo de notación adiastemática que no permite identificar los intervalos de la melodía. No obstante, sí que ha sido posible recuperar algunas melodías de la liturgia hispánica. Según cuenta Asensio, gracias a un monje del monasterio de San Millán de la Cogolla, que raspó la antigua notación de uno de los oficios de difuntos de un manuscrito de su abadía para sustituirla por una notación de puntos superpuestos, podemos conocer los intervalos del oficio.

Asimismo, es preciso distinguir dos tipos de notación de pendiendo del ductus (esto es, la inclinación de la pluma al contacto con el pergamino): la horizontal (propio de los manuscritos toledanos) y la vertical (representado por los manuscritos del norte de la Península). Por otra parte, aunque algunas de las melodías recuperadas se pueden relacionar con el octoechos, dice Asensio que “la salmodia hispana estaría relacionada con un sistema anterior al de los ocho tonos.” El canto hispánico, que se había desarrollado plenamente en los siglos VI y VII, vio truncada su evolución con la invasión musulmana de la Península y, aunque posteriormente el avance de la Reconquista propició la reimplantación del rito, la liturgia y canto hispánicos fueron suplantados a finales del siglo XI por la liturgia y el canto gregoriano, implantado en la península por los monjes cluniacenses.

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De tal forma que las iglesias en las que estaba arraigado fuertemente el rito hispánico (como el monasterio de Leyre en Navarra en 1067) acabaron por doblegarse a las presiones ejercidas por Roma para la unificación gregoriana. A pesar de todo esto, el rito se mantuvo en Toledo repartido a lo largo de 6 parroquias: Santas Justa y Rufina, San Lucas, San Torcuato, San Marcos, San Sebastián Y Santa Eulalia, tanto durante la ocupación musulmana como después de la Reconquista. No obstante, el rito conservado en Toledo tenía algunas peculiaridades que le hicieron diferente del rito hispánico; es por esto por lo que se reservará el término de “mozárabe” para el rito de Toledo. Entre las fuentes de la liturgia hispana que han llegado a nuestros días, cabe destacar el Antifonario de la Catedral de León, único códice que se conserva completo con música hispánica, y que ha sido denominado como “la joya de los antifonarios latinos” debido a la belleza de sus miniaturas y su escritura visigótica.