Fijando la atención en la mujer que retrató Francisco de Goya, los ojos se encuentran con un rostro sereno. Un rostro tranquilo y una actitud propia de las damas de la época. Mantiene la compostura, posa dócilmente, apenas muestra una expresión, una emoción. La mujer que retrató Goya parece, además, cansada. Fallecería meses más tarde. Nunca tuvo buena salud, pero vivió intensamente la revolución intelectual y cultural del siglo al que perteneció.
Este ánimo sosegado que reprodujo el afamado pintor se encuentra en las galerías del Museo del Louvre. Seguramente sea un rostro desconocido para todos sus observadores, pero tiene un nombre. Se llama María Rita de Barrenechea. Su retrato, Retrato de la condesa del Carpio (La Solana). Tiene también una historia. Pero fijando la atención en los libros de historia, los ojos se encuentran con poco. Con casi nada.