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El Somorrostro, el barrio que desapareció pegado a la Barceloneta

Fotograma de la película Los Tarantos

Como un fantasma del que nadie se acuerda, el barrio de Somorrostro es en el siglo XXI apenas un susurro, una especie de dinosaurio que pasó por la Tierra, pero del que ya ni siquiera queda esqueleto ni vestigio que acredite que, en efecto, existió y estuvo vivo. Somorrostro no está. La fábrica con la que limitaba tampoco. Su ausencia, para qué mentir, no se hace notar demasiado. Muchos no saben que en la playa de Somorrostro, pegada a la Barceloneta, antes había un barrio. Aún menos los millones de turistas que recorren este espacio cada año…

Unas condiciones de vida inhumanas

Julia Aceituno llegó a Barcelona en el año 1952. Su familia y ella huían de la miseria de las represalias de la Guerra Civil que se habían cernido sobre ellos con fuerza en Alcaudete, un pueblo de Jaén. “Cogimos el tranvía 55, que era descubierto, y paseamos por toda Barcelona, viéndolo todo tan bonito… Pero cuando llegamos al Somorrostro y vimos la barraca, a mí, a mi madre y a mi hermano se nos cayó el cielo encima”, afirma Aceituno en el documental Barraques. La ciutat oblidada. “Aquello era inhumano”, añade.

Rambla de Barcelona en el siglo XX
La Rambla de Barcelona en el siglo XX | Wikimedia

El Somorrostro fue un barrio de barracas que se extendía entre los actuales distritos de San Martín y Ciutat Vella  entre el siglo XIX y el XX, a las mismas orillas del mar. Limitaba con el actual Hospital del Mar, que entonces recibía el nombre de Hospital Municipal de Infecciosos,  y con la también desaparecida fábrica de gas Lebon del barrio de Pueblo Nuevo.

15000 personas en 2400 barracas

Aunque no se sabe con certeza cuál fue el momento de su nacimiento, fue en la segunda mitad del siglo XIX cuando se oficializó su existencia. Sus primeros pobladores llegaron de diferentes partes del país con la intención de encontrar unas mejores condiciones de vida, como en tantas otras periferias de grandes ciudades. Asimismo, muchos de los vecinos que allí residían eran trabajadores, cuyos sueldos no les permitían pagarse un alquiler.

Las exposiciones internacionales de 1888 y 1929 en España celebradas en Barcelona, junto con los traslados nacionales provocados por la posguerra en los años 40, constituyeron momentos álgidos en la expansión de Somorrostro. Así, en los años 50 se llegaron a contabilizar hasta 2400 barracas, en las que vivían unas 15000 personas en chabolas construidas con piedras, chapas, plásticos y maderas, entre otros materiales de dudoso origen.

El hogar de la bailaora Carmen Amaya

Así, el barrio de Somorrostro era mayormente un barrio de obreros y entre sus barracas se estableció también una importante colonia de personas de etnia gitana. En una de las chabolas, concretamente la número 48, se crio la célebre bailaora Carmen Amaya, reconocida en todo el mundo, la cual puso a Somorrostro en el mapa.

Fue entonces cuando el arrabal se convirtió en el escenario de rodaje de la película Los Tarantos, dirigida por Francisco Rovira-Beleta en el año 1963 y protagonizada por la bailaora. También fue el Somorrostro un lugar mencionado en reiteradas ocasiones por escritores y periodistas que elegían el barrio como destino de aventura por el que pasar unas pocas horas. En ocasiones la pobreza quedaba relegada a la romantización. Sin embargo, eran pocos los barceloneses que se atrevían a adentrarse en un barrio que malvivía a la sombra de la ciudad.

Fotograma de la película Los Tarantos
Fotograma de la película Los Tarantos. En el centro, la bailaora Carmen Amaya.

Un arrabal a la merced del mar

En el barrio de Somorrostro no había agua ni luz ni, desde luego, calles asfaltadas. La vida en aquellas barracas era una lucha constante por la supervivencia, sujeta a las condiciones climáticas y los caprichos del mar, el cual echaba de vez en cuando más de una chabola abajo. Entre 1957 y 1961 la construcción del paseo marítimo dejó a las chabolas aún más expuestas a las inclemencias medioambientales. Así fue como fueron desapareciendo las chabolas. Fue el principio del fin del Somorrostro.

“Cuando en el mar había mucho oleaje estabas temblando y vigilando toda la noche, a ver que no fuera a venir a la barraca…” asegura el antiguo inquilino del Somorrostro José Aceituno en el documental Barraques. La ciutat oblidada. Pero el mar acabó por tirar su barraca, como la de tantos otros habitantes del arrabal. Para José y Julia Aceituno este fue el fin de su estancia en el barrio.

Playa del Somorrostro, Barcelona
Playa del Somorrostro, Barcelona | Shutterstock

La visita de Franco que acabó con el barrio

En 1966 aún aguantaban en pie alrededor de 600 viviendas, pero la celebración de la primera Semana Naval de la ciudad, a la que asistiría hasta el mismo Franco, fue la sentencia definitiva del Somorrostro. Así, se decidió acabar forzosamente con las chabolas que quedaban con la intención de que el dictador no viera toda la miseria que se arraigaba en aquella playa. Sus habitantes fueron reubicados, en condiciones no menos precarias, en otros barrios chabolistas como el Camp de la Bota, pisos de Sant Roc o en ubicaciones supuestamente temporales como el estadio de Montjuïc o el pabellón de Bélgica, que se convirtieron en prolongadas .

Aún así, la Barcelona de la miseria no desapareció con Somorrostro, pues la reubicación de los vecinos no se hizo con fines solidarios, sino por los intereses urbanísticos que crecían exponencialmente en una ciudad que abrazó con ímpetu el boom turístico. La precaria situación de muchos barceloneses solo pudo combatirse desde la oposición vecinal en zonas como Badalona, Trinitat o el Carmen.

Recuperar la memoria

Con la celebración de los Juegos Olímpicos de 1992 todo lo que podía quedar de Somorrostro fue enterrado con alevosía. Por suerte, gracias a iniciativas vecinales y a aquellos que nunca olvidaron, la memoria del barrio de Somorrostro se fue recuperando poco a poco con la ayuda de libros, exposiciones…

Así, en 2011 se rebautizó a un tramo de la playa de la Barceloneta como playa del Somorrostro, con su correspondiente placa, aquella que acredita que este arrabal existió y fue real. “Todo esto es bonito ahora. Incluso los turistas vienen aquí, pero entonces nadie quería venir a la playa del Somorrostro. Era como si tuviéramos la peste”, afirma Agustí Mataró en el documental, también antiguo vecino del suburbio.

Playa de Somorrostro
Atardece en la playa de Somorrostro | Shutterstock

Quizás, el inicio del presente artículo sea, entonces, erróneo. Porque de Somorrostro sí quedan vestigios. En las historias que quedaron escritas, en los bailes de Carmen Amaya, en la arena de una playa que pisaron muchos años atrás decenas de miles de trabajadores condenados a la precariedad y en el nombre de la playa, que es homenaje de lo que nunca se debió de olvidar.