Almanzor se bautizó a sí mismo como “el victorioso de Dios” y debió sentirse de esta manera hasta su último aliento, espirado en el castillo de Medinaceli. En realidad, Almanzor, que es una castellanización de ese apodo que él mismo escogió, se llamaba Abi Amir Muhammad. Su personalidad carismática y altanera, sus diferentes actos en vida, le llevaron a considerarse “al-mansur bi-Allah”, el victorioso de Dios. Lo cierto es que conquistó decenas de territorios de la Península Ibérica para su Dios, según sus extremas creencias, y para ese Califato al que sirvió y personalizó.
Almanzor es la viva encarnación de la actividad violenta que tuvo lugar durante aquellos convulsos siglos. Nació en el año 938, murió en el 1002. Durante los 64 años que vivió, llevó al Califato a la cima del poder político y militar. Pese a ello, o quizá precisamente por ello, con su muerte también el Califato comenzó a morir. Claro que esto él no lo sabía cuando yacía, perdiendo la vida, en el castillo que convirtió en el centro de su actividad.