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Francisco Palau, el fraile que fue desterrado a Ibiza

Francisco Palau y Quer

Dicen que la isla de Es Vedrá es un fuerte inexpugnable, que un gigante que habita bajo su superficie no deja que nadie ponga un pie en su tierra. Dicen, también, que si el visitante consigue sortear este obstáculo, llegar a la cima supondrá su cambio de sexo. Así. De un momento a otro. Paf. Por ventura, estas historias no son más que leyendas, dos de las tantas que discurren alrededor de la isla. En cualquier caso, llegar a esa cima, penetrar Es Vedrà, no resulta fácil.

Además de estar prohibido, para alcanzar su cumbre, a unos 351 metros de altura, hay que escalar. Literalmente. Por todo esto, y por ser un territorio inhóspito, nadie ha vivido aquí nunca. Nadie excepto, ocasionalmente, un beato del siglo XIX. Francisco Palau y Quer ha sido el único pseudohabitante de este islote a lo largo de la historia. Vivía en una cueva, veía “damas de luz” y ha dejado un legado que aún hoy perdura.

Atardecer sobre la isla de Es Vedrà
Atardecer sobre la isla de Es Vedrà. | Shutterstock

Francisco Palau, entre el exilio y la fe

Francisco Palau y Quer fue un sacerdote fraile y finalmente beato. Nació en Aitona, Lleida, en 1811 en una familia tan humilde como cristiana. Su vida osciló entre el retiro espiritual y la acción apostólica o, lo que es lo mismo, la propagación de la fe cristiana. En Catalunya pasó por el seminario diocesano de Lérida, se unió a la Orden de los Carmelitas Descalzos y recibió el hábito en 1832. Sin embargo, en el contexto de los motines anticlericales de 1835, tuvo que exiliarse de España, pues su convento fue incendiado. El fraile pasó entonces 11 largos años en Francia.

A su vuelta a España, se dedicó a dar clases de catequesis a obreros en la parroquia de Sant Agustí de Barcelona. Sin embargo, esto no gustó a algunas autoridades ni a algunos sectores de la iglesia, que veían en las acciones de Palau el hostigamiento de la revolución obrera. Sant Agustí fue entonces cerrada y al padre Francisco Palau se le desterró a Ibiza.

Francisco Palau
Retrato del beato Francisco Palau y Quer. | Wikimedia

La casa y los acompañantes del beato: una cueva y “seres celestiales”

Fue así como el beato desembarcó en las Islas Baleares un día de abril de 1854. Desde la cala d’Hort o la llamada torre de Savinar se puede contemplar a lo lejos un islote. En la actualidad, un islote sobre el que, dicen, se posan los mejores atardeceres de la isla. Se trata de Es Vedrá. Muchos años antes de que la puesta sobre este enclave adquiriera su merecida fama, un místico fraile se fijó en ella.

Torre de Savinar
Atardecer desde la torre de Savinar o de los piratas, uno de los mejores lugares de Ibiza para ver la puesta de sol sobre Es Vedrà | Shutterstock

Francisco Palau y Quer decidió entonces que este sería su lugar de retiro en las Baleares. Así, durante ocho años, entre 1858 y 1866, Palau pasó a visitar con frecuencia Es Vedrà. Sin miedo a ningún gigante o a un posible cambio de sexo a su llegada a la cima. Sin temor a la soledad del islote. Con la intención de orar más intensamente y unirse con Dios y su iglesia, según él mismo decía. Él sabría…

Algunos de los hermanos de la ermita que él mismo fundó y que aún hoy sigue funcionando, la iglesia Es Cubells, eran los encargados de llevarle ocasionalmente al islote. “Tengo la ermita a dos leguas al mediodía de la isla y los hermanos que tienen en ella una barca pesquera, me traen aquí, me dejan solo y se vuelven”, señalaba el propio fraile en sus escritos.

Iglesia de Es Cubells
Iglesia de Es Cubells, fundada por Francisco Palau | Shutterstock

En Es Vedrà, Francisco Palau se alojaba como mucho 10 días seguidos en una de las muchas cuevas que pueblan la isla, concretamente en aquella que se situaba en la cresta más alta. Aquí el fraile se hizo con una confortable cama de piedra a la que echaba arena para, si era posible, hacerla aún más cómoda. Muy próxima a esta cavidad había otra, una denominada cueva del Rastre o del Agua, donde un chorro de agua caía por un agujero de la roca. Palau aprovechaba esta “ducha” natural para asearse y beber.

Asimismo, el beato afirmó que en algunas de estas estancia puedo ver y bailar entre “damas de luz” y “seres celestiales”. Muchos años después, ya a mediados del siglo XX, algunos interpretaron estas anécdotas como el avistamiento de ovnis, otras de las leyendas que merodean Es Vedrà.

Es Vedrà, una meca de las carmelitas misioneras

Además de vivir la vida del ermitaño y tener apasionadas reuniones con estos entes luminiscentes, Francisco Palau realizó acciones más trascendentales. Así, entre 1860 y 1861, el beato fundó la congregación mixta de Hermanos y Hermanas Carmelitas Terciarias. La rama masculina funcionó hasta la Guerra Civil, mientras que la femenina se escindió en dos congregaciones: las Carmelitas Misioneras Teresianas y las Carmelitas Misioneras.

Islote de Es Vedrá
Islote de Es Vedrá | Shutterstock

Según afirmaba el Diario de Ibiza en el año 2017 aún había 2.092 misioneras de estas hermandades repartidas por el mundo. Concretamente, distribuidas entre más de 250 comunidades de 39 países. Aunque las integrantes de ambas congregaciones se han dividido a su vez en otras por diferencias de opiniones, tienen aún algo en común: Es Vedrà.

Este islote supone para ellas lo que la Meca para los musulmanes. Es su lugar de peregrinaje. El sitio al que desean ir al menos una vez en la vida. Sin embargo, muchas de ellas no lo hacen, pues, como ya se ha dicho, el ascenso a Es Vedrà no es fácil y para ir se necesita, además, pedir permiso.

Esther Díaz, carmelita misionera nacida en Salamanca, sí que ha subido. Y no solo una vez, sino tres. La carmelita afirmaba en el Diario de Ibiza que “estar allí arriba es algo que no se puede olvidar. Divisas la inmensidad del mar y ves con tus propios ojos la cueva donde vivió el padre Palau. Es como si la naturaleza y la espiritualidad de cada uno entraran definitivamente en armonía».