Los primeros años de Jaime I, el Conquistador, al frente del Reino de Aragón no fueron fáciles. El rey al que educaron los templarios de Aragón tuvo que hacer frente a la desconfianza de los nobles aragoneses y los nobles catalanes. Entre las diferentes familias y también hacia el joven que se convirtió en rey cuando no había cumplido cinco años. Jaime I abordó también la pérdida de prestigio que siguió al reinado de Pedro II, su padre, así como las dificultades económicas que sufría el reino y el descontento generalizado provocado por todo lo anterior. El año en que cumplió veinte años, cuando ya no precisaba de ninguna regencia que gobernase en su nombre, Jaime I decidió que, para atajar todo lo anterior, continuaría el espíritu conquistador que había caracterizado a sus antepasados. Siempre con los templarios de Aragón a su lado, Jaime I no miró hacia el sur: miró hacia el este.