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José Molina, el español que enamoró a Estados Unidos con el flamenco

José Molina

José Molina se convirtió en el embajador del flamenco durante los 62 años que vivió en Estados Unidos. Conquistó todos los rincones de un país nada acostumbrado a este arte tan español.

José Molina se marchó de España en 1956 en busca de oportunidades al otro lado del Atlántico. De origen madrileño tuvo que pelear con su padre para que le dejara dedicarse a su pasión. Por suerte para los americanos, su madre le apoyó desde el principio a cambio de que fuera él mismo quien se costeara sus clases. Así, desde muy joven, comenzó a trabajar con su padre en el mercado de pescado.

De los 16 a los 19 años, José Molina ya se había embarcado a conocer mundo. Viajaba con una compañía española de flamenco por Europa y Oriente Próximo. Pero cuando cumplió los 20, recibió una oferta para una prueba musical en The Tonight Show, un programa estadounidense que lleva en antena desde 1954. La superó.

Desde entonces le llovieron las oportunidades. Conoció a José Greco, una estrella del flamenco en EEUU, y trabajó con él durante cinco años. En 1962, decidió crear su propia compañía, José Molina Bailes Españoles. Recorrió todo el país en autobús junto a su hermano Ramón —durante los primeros años—quien le acompañaba con la guitarra. Durante tres décadas actuó en 400 ciudades ante públicos multitudinarios y en reconocidos auditorios. Y fascinó a la crítica de The New York Times.

A partir de los noventa, José Molina decidió compartir y expandir su arte convirtiéndose en profesor. Montó un estudio en Manhattan donde le recuerdan como un profesor muy popular y perfeccionista. A sus clases acudían alumnos de todas las edades y procedencias y el flamenco se convertía en el lazo de unión.

José Molina actuando en Estados Unidos en 1974

Traspasó fronteras gracias a la música y conquistó corazones allá por donde pasaba. Siempre vital, se dedicó toda su vida al flamenco hasta que se retiró hace cuatro años. José Molina falleció el pasado 5 de enero a los 81 años en Nueva York.

Texto: Paloma Díaz Espiñeira