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El Carnaval, una fiesta prohibida

Prohibición Carnaval

Una de las teorías más extendidas sobre el origen de los carnavales reside en las fiestas Saturnales y las Lupercales romanas. Ambas en honor al dios Baco, divinidad del vino. La cultura cristiana incorporó estas celebraciones a su calendario y, desde entonces, cada año, anteceden a la cuaresma cristiana. A pesar de que cada carnaval es diferente dependiendo del país e, incluso, de la localidad, todos presentan características comunes: disfraces, desfiles, bailes y mucha fiesta. A lo largo de la historia, el carnaval ha supuesto también un espacio de sátira del poder, lo que ha incomodado a reyes, clérigos y dirigentes. Es por ello que esta fiesta se ha vedado en más de una ocasión o se han censurado algunos de sus disfraces o actividades bajo penas de cárcel o castigos físicos.

Cien azotes públicos por ir disfrazado

Alberto Ramos Santana apunta en su libro El Carnaval secuestrado “la suerte de las restricciones municipales corría pareja con las religiosas”. Así, según esta misma obra, en 1767 no se permitía que los gaditanos entraran en los bailes vestidos de eclesiásticos y los hombres no podían ir vestidos de mujeres ni las mujeres de hombres. “Si se encontrasen así se llevarían a la cárcel”, apunta el autor. Aún así, hacer caso omiso a dichas normas parece que fuera la costumbre tanto en los siglos XVII como XVIII.

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Pintura Le Carnaval de Cassel de Alexis Bafcop. | Wikimedia

Según el Heraldo de Aragón, ya en 1521 existía en Zaragoza una norma que regulaba el uso de disfraces y máscaras. Dos años después, Carlos I promulgó una ley que abarcaba todos sus territorios, según la cual se censuraban las máscaras y los disfraces bajo una pena que variaba según la escala social del “criminal”. “Si era de extracción humilde bastaba con cien azotes públicos, si era un noble se le imponía el destierro por un periodo de seis meses”, se señala desde el diario.

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Asimismo, entre los siglos XIX y XX, los carnavales también se intentaron controlar en la península de la mano de campañas de adecentamiento o con un mayor control de las fiestas. Sin embargo, estas “campañas de refinamiento” solo servían para echar leña al jolgorio popular, ya que se convertían en los blancos de las burlas de los ciudadanos, al menos según apunta el citado Alberto Ramos en su obra.

La prohibición del Carnaval durante el franquismo

En 1937, con España en plena guerra civil, el Gobierno General del Ejército sublevado, y con los carnavales a la vuelta de la esquina, emitió una Orden Circular que prohibía la celebración de los mismos. Así, alegaban que el país se hallaba en “momentos que aconsejan un retraimiento en la exteriorización de las alegrías internas, que se compaginan mal con la vida de sacrificios que debemos llevar”. Pareciera que una vez terminara la contienda los carnavales volverían a celebrarse con normalidad.

Sin embargo, con la finalización de la guerra y el advenimiento de unos nuevos carnavales, el Boletín Oficial del Estado publicó una nueva orden que llevaba por firma a Serrano Súñer, cuñado del dictador Francisco Franco. Publicada el 13 de enero de 1940, el escrito indicaba lo siguiente: “Suspendidas en años anteriores las llamadas fiestas de Carnaval, y no existiendo razones que aconsejen rectificar dicha decisión, este Ministerio ha resuelto mantenerla y recordar a todas las autoridades dependientes de él, la prohibición absoluta de la celebración de tales fiestas”. Además, según el artículo El Carnaval de Cádiz durante la dictadura franquista: las fiestas típicas, de Ignacio Sacaluga, “el gobernador civil de la provincia, Manuel Mora Figueroa, envió un telegrama a los municipios en que se recordaba la obligatoriedad de mantener prohibido el Carnaval”.

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Las “fiestas de invierno”

Carnaval de Santa Cruz de Tenerife
Imagen del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife. | Shutterstock

El veto se mantuvo hasta la llegada de la Transición, si bien es cierto que el régimen, con el paso del tiempo, fue haciéndose más tolerante respecto a dichas fiestas. Así, se fueron permitiendo celebraciones privadas, donde las autoridades franquistas podían controlar mejor lo que pasaba, o se concedieron algunos permisos. Cabe destacar también que, a pesar de la prohibición, los carnavales nunca dejaron de existir. En 1978 ante la vuelta legal de estas fiestas, El País señalaba que “a pesar de la prohibición gubernativa siguieron celebrando su carnaval adulterado, donde a la máscara se le llamaba disfraz y al Carnaval fiestas de invierno”.